Autoficción, o no...
No recuerdo cómo fui a parar a este libro. No tenía noticia ni del título ni del autor, tan sólo una anotación en mi lista de "pendientes", sin más información. REIG, RAFAEL. Amor intempestivo. Barcelona: Ed. Maxi Tusquets, 2021; 249 págs. La foto de la cubierta es de Ouka Lele. El formato menor me lo ha hecho cómodo de transportar en mi viaje a Lyon.
El autor, nacido en Cangas de Onís (1963), pasó su primera infancia en Colombia. El acento que trajo consigo lo hizo objeto de burlas en la escuela. Estudió Filología, "cuando decía soy filólogo, no sonaba como una profesión, sino como si confesara algo vergonzoso, o como si hablara en broma" (pág. 197), y dio clases en diversas universidades estadounidenses. Es editor, bloguero, crítico y novelista, esto último con clara conciencia de pertenecer a la la "generación intempestiva" de los dos mil, junto con Orejudo, Ridao, Becerra, Azpeitia y otros. Sobre esa pertenencia el autor señala: "Antes de terminar la carrera, cuando todos éramos genios y todavía inmortales [...] Treinta años después, ya calvos, mediocres, con barrigas, canas y ojeras, arrastrando los pies y llevando a cuestas divorcios, hipotecas, deudas y sinsabores..." (pág. 17), y añade: "Los de nuestra generación pedimos una limosna de gloria contando nuestra vida y lo llamamos auto ficción" (pág. 20). Ya se ve con estas citas, que una de sus armas estilísticas es una ironía cáustica. Tendré ocasión de volverlo a mencionar.
Y lo que se inicia como una recapitulación de años juveniles, llenos de sueños y paradojas, "necesitas escribir la clase de novela que les guste a quienes no les gusta leer" (pág. 43), se va convirtiendo en algo que a mí me ha tocado de cerca, el homenaje que acaba haciendo a sus padres, que mueren en un incendio. "Me puse a escribir lo que había pasado, quizá para intentar entenderlo, tal vez para alejarlo de mí" (pág. 65). Y de nuevo la afición a la paradoja se pone de manifiesto cuando dice: "Estas páginas, tal vez. Un escondite perfecto. No hay mejor sitio para ocultarse que una confesión" (pág. 87). O de nuevo, "Nunca tengo nada que decir. Por eso escribo, para saber qué es lo que quiero decir" (pág. 124). Y en medio de todas las angustias que viven los escritores que aún no han logrado publicar su "O.M.", es decir su obra maestra, van apareciendo pinceladas de la movida, que él describe así: "Los que vivíamos en la capital éramos hijos de familia, con hora de llegada y dinero de bolsillo, niños pijos, chicas cursis, zampatortas que nunca estaban a la altura de de su impaciente deseo provinciano, universitarios zurumbáticos que metíamos mano en los cines de sesión continua. Sus únicos aliados fueron los chavales de la periferia, los macarras de barriada y billares, los de Carabanchel, o La Elipa, que daban botes con Rosendo, locos por incordiar"(pág. 102), o de sus permanencias en las universidades estadounidenses, todo bien regado de alcohol, de sus amores seguidos o simultáneos... Llega un momento en que no sabemos qué es lo vivido y qué es lo inventado.
Y en medio de toda esa fotografía generacional, la figura de sus padres: "Eran buenos" (pág. 169). No se puede ser más escueto ni más preciso. El homenaje viene a cuento al ser consciente el autor de lo que recibieron: "Así nos habían educado: para ser felices, para encontrar algo con lo que reírnos y defender la alegría" (pág. 179). ¡Qué buen programa de vida! Y eso, a pesar de los reproches que uno suele hacerse cuando ya no están: "Nunca comprendí a mi madre, pero la quise siempre, sin lograr ayudarla" (pág. 152). A veces Reig procura ser conciso; otras, muestra el buen tino que tiene con las descripciones: "El fondo pantanoso de sus labios bajo el agua diáfana de su mirada" (pág. 25); o con la introspección: "Como si no quisiera oír a través del agua la voz que me llamaba desde el interior de ese pozo sin cubo ni cuerda donde estaba mi alma" (pág. 132); a lo que añade algo más adelante: "El tipo de novelista (y de persona) que iba a poder ser: uno sin grandeza, un cobarde, alguien que intenta protegerse" (pág. 133). Así, a pesar de su autocrítica constante, el retrato de sus padres me ha conmovido, y el lema que le transmitieron: "Llegar a ser bueno es la única aventura de la existencia" (pág. 248) ha acabado dando sus frutos, en medio muchas veces de la desolación que puede invadir al ser humano: "Lo demás es un dolor: mi alma bajo el agua inmóvil y oscura del pozo sin cubo ni cuerda" (pág. 234). Ha sido una lectura amable, conmovedora, divertida. Muy recomendable.
José Manuel Mora.
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