El lector, de Bernhard Schlink

De la lectura 

La última vez que fui a mi librería de cabecera, 80 Mundos, me dijeron que tenía un libro pendiente de recoger, La nieta. No recordaba haber reservado nada, esas cosas que me pasan, pero entonces me sugirieron, del mismo, otro anterior, cuyo autor desconocía. SCHLINK, BERNHARD, El lector. Barcelona: Editorial Anagrama, en la colección "Compactos", 2023; trad. Joan Parra Contreras. 203 págs. La imagen de la cubierta es de Merche Gaspar. Se publicó por primera vez en España en 1997, aunque su aparición en alemán data de 1995. Conforme me hacían la sinopsis, caía en la cuenta de que la historia me resultaba conocida. Se debía a que había visto la película del mismo título, dirigida por S. Daldry en 2008, y recordaba vagamente la trama. 


El autor, (Bielefeld, Alemania, 1944), tiene una formación de jurista de prestigio, buen conocedor de la historia del derecho alemán, por lo que fue nombrado juez de la corte constitucional de Renania-Westfalia en el 98, y es profesor en la universidad Humboldt de Berlín desde 2000, además de ser autor de un buen número de novelas, las primeras, policiacas. Ha sido multipremiado y la novela que voy a comentar ha sido traducida a 39 idiomas. 



Siempre he recomendado a mi alumnado la conveniencia de leer los libros, antes de verlos transpuestos a la pantalla. Esta vez ni yo mismo me he hecho caso, con lo que algunas imágenes de la cinta me rondaban desde el principio de la lectura, y sobre todo a causa de la magnética actuación de  Kate Winslet. La novela está claramente dividida en tres partes. En la primera vemos a un adolescente que se enamora perdidamente de una revisora de billetes de tranvía, ya en la treintena, Frau Schmitz. Tras las artes amatorias, ella le pide que le lea lo que él quiera. Y él va eligiendo entre sus autores favoritos: Goethe, Schiller, Tolstói, Dickens, la Odisea... "¡Qué bien lees, chiquillo", le dice ella. Todo dentro del secretismo más absoluto, claro. Conozco bastantes relaciones desiguales en edad que han prosperado. El chico lo resume así: "Lectura, ducha, amor y luego holgazanear un poco en la cama, ese era entonces el ritual de nuestros encuentros" (pág. 45). Un buen día ella desaparece sin dejar rastro. Ello provoca en el muchacho una sensación de desolación absoluta: "¿Por qué me pongo tan triste cuando pienso en aquellos días?" (pág. 40). Tal vez porque como él mismo confiesa, "Hanna me daba una seguridad que ahora me parece asombrosa" (pág. 43). 


En la segunda cambia el tono de forma radical, ya que el narrador, ahora estudiante de derecho, decide asistir a unas sesiones de un juicio a modo de prácticas, en el que se enjuicia a cinco mujeres que fueron guardianas en los campos de concentración nazis, entre las que descubre a Hanna, y que están acusadas de crímenes de guerra. Ella mantiene una pose de dignidad que él no acaba de entender. Luego sabremos por qué. El panorama político alemán, ya lejos de la guerra, ha cambiado por completo. "La palabra clave era <revisión del pasado> [...] Hacían falta condenas [...] queríamos condenar a la vergüenza eterna a aquella generación" (pág. 87), justo la que había colaborado con el Reich. Y el narrador, Michael, que en parte es un claro trasunto del propio autor, se ve envuelto en dilemas morales graves: de un lado "Quería tenerla lejos, inalcanzable, para que siguiera siendo el recuerdo" (pág. 93); de otro, se debate entre defenderla,  intentar comprenderla, "
y al tiempo condenar el crimen de Hanna" (pág. 148). ¿Es posible la culpabilidad colectiva? Ese es un asunto no sé si todavía muy vivo en la Alemania actual: "Compañeros que renegaban de sus padres y, con ellos, de toda la generación de asesinos, los mirones, los sordos; de los que toleraban y aceptaban a los criminales" (pág. 160). De hecho está surgiendo con fuerza allí un partido neonazi, la AFD, que parece arrasar en los estados orientales de la República. 


De la tercera parte no puedo hablar sin destripar el desenlace de una narración que ha sido perfectamente calibrada, dando en cada momento justo la información necesaria que el autor vio preciso proporcionar. Schlink ha escrito una conmovedora historia de amor adolescente, ha buceado en el horror del nazismo y en una piedad contra la que se debate en aras de ejercer la justicia. Todo con una sobriedad expresiva encomiable. No sé si decir, "muy alemana"; no conozco a fondo esa literatura. De todas las profundas reflexiones que el jurista escritor va dejando, me quedo con una que me afecta, dado el profe de Lengua que fui: "El analfabetismo es una especie de minoría de edad eterna" (pág. 176).  Gran libro en pequeño formato, perfecto para esta canícula que disfrutamos.

José Manuel Mora.


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