La "casi-isla"
Una de las motivaciones de nuestro viaje fue consecuencia de ver las fotos de mis amigos, lo que me despertó el deseo de poder visitar un edificio que llamó poderosamente mi atención: el Museo de las Confluencias. No hemos madrugado y nos hemos tomado el tiempo para un buen desayuno: café recién hecho, tostadas, jamón, queso, mermelada... Es lo que tiene estar en un piso con buena cocina. Todo transcurre entre risas. Y salimos hacia el sur de la "Casi-isla", así llamada por los lioneses, al estar formada por una península que es abrazada por el Saona a poniente y por el Ródano a levante. Cae un chiri-miri que no llega a ser molesto. Se nos hace evidente que debe de ser de los pocos espacios que quedan por urbanizar del todo. Hay mucho terreno virgen, donde crecen los matojos y donde surgen edificios de corte novedoso, algunos sin terminar. Más que zona residencial, da la impresión de que se dedicará a oficinas. Atravesamos un enorme centro comercial que, suponemos, acabará siendo punto de atracción para toda la zona.
Pronto divisamos, allá donde las dos corrientes confluyen, un edificio hecho de acero, cemento y cristal, de planos inclinados, con formas entre aerodinámicas y futuristas, de un gris metalizado, a juego con el cielo de esta mañana. El Museo de las Confluencias (desde 2014), in situ queda claro el nombre, alberga un museo de historia natural y etnología, atractivo sobre todo para la infancia, lo que se aprecia en una cola formada por familias al completo. El edifico se puede visitar libremente sin acceder a las salas de exposición. Mientras esperamos su apertura, le vamos dando la vuelta. Sobre el Ródano cruza un puente que me vuelve a traer a la mente algunos de Calatrava. En las orillas amarran barcos pequeños, convertidos en hogares, como ya vimos en Londres, en el canal que atraviesa Camden. La lluvia sigue cayendo, así que se agradece ponerse al abrigo del soportal que el propio edificio deja bajo él.
Cuando por fin nos permiten entrar, ascendemos por escaleras mecánicas hasta una terraza que en el momento de asomarnos está siendo barrida por el viento y la lluvia. La vista desde ese plano elevado complementa la que teníamos al borde del agua. Se percibe la curvatura del puente y la mezcla de los dos caudales. Hacia el norte, la ciudad aparece agazapada. Y desde el interior se aprecian los múltiples planos, cerrados por el muro de cristal que lo envuelve todo y una luz lechosa que penetra por los lucernarios. Aunque hay cafetería, decidimos salir para continuar nuestro paseo mañanero.
Y volvemos a cruzar el río para adentrarnos en la parte señorial de la ciudad. Encontramos un pequeño restaurante donde nos sirven una maravilla de ensalada y pasta con gambas. Estamos solos en el interior y podemos comer y charlar tranquilamente. La intención es seguir luego hasta el Museo de Bellas Artes, situado en la plaza del Ayuntamiento. ¡Qué gusto saberse ya orientados y situados, tan sólo al día siguiente de nuestra llegada! La caminata de ayer como toma de contacto nos ha servido de mucho. La entrada cuesta 8€. No hay deducción para jubilados, como en los museos españoles. Empezamos por Egipto, donde encontramos lo habitual: momias, sarcófagos, vasos canopos, jeroglíficos, pequeñas tallas en madera... En Mesopotamia descubrimos piezas hermosas, luego mosaicos helenísticos...
En la escultura medieval descubrimos piezas llenas de toda la ingenuidad con que Gótico era capaz de tallar las imágenes. Elijo para dejar aquí una transición de la Virgen, rodeada de todos los apóstoles. Lo que me lleva directo al Misteri d'Elx. Cada rostro es ya un retrato individualizado. Un auténtico mundo.
Por una escalera enorme, decorada con frescos de estilo prerrafaelita, se accede a la planta de pintura. Las salas, numerosísimas, se suceden sin sorpresas. Lo esperable en un museo francés, pero sin exceso de cuadros expuestos. Algunos Renoir, Courbet, Cezanne, Pissarro, Monet, Gauguin, discretos y bellos.
José Manuel Mora.
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