Lyon III

Le Vieux Lyon

Hoy ha amanecido con sol, por fin, y la luz entra a raudales en el salón donde desayunamos. No hay prisas. Como no hay programación previa, cada día hay que decidir qué dirección tomar, según cual sea el objetivo. No nos lleva demasiado tiempo. Teníamos unas cuantas ideas previas.


Hoy enfilamos hacía poniente. En la orilla opuesta del Saona, lucen edificios de solera, asoleados con su orientación a levante, abuhardillados, con grandes chimeneas, muy decimonónicos. Cruzamos una pasarela finisecular, la passerelle Saint Georges, que bascula a nuestro paso, buscando el arranque del funicular. Antes nos encontramos con la catedral de la ciudad, de un gótico sobrio y elegante. Están diciendo misa y hay un coro que no lo hace del todo mal. Como curiosidad, en una de las torres de la fachada principal, un reloj muy de época. 






Al llegar a la entrada de los funiculares, porque son dos, una de las colas es excesiva. No la nuestra, que nos lleva a la zona romana, la antigua Lugdunum. Es un museo a cielo abierto, de acceso libre. En la ladera que baja hacia el río, se excavaron dos enormes teatros, el Odeón, y el anfiteatro propiamente dicho, ahora bien restaurados con su piedra negra, y que sirven hoy en día para conciertos de verano. Toda la parafernalia sonora y los cortinajes negros están ya preparados para albergar las actuaciones. Aquí no se molesta a nadie. Cae ya un sol de justicia. 












Caminamos un trecho no muy grande y, antes de llegar a nuestro destino, la lluvia se cuela entre haces de sol.  Podemos refugiarnos en el pórtico de la basílica de Notre Dame de Fourvière (1870). No se puede entrar porque hay servicio religioso, pero conforme van saliendo los turistas, permiten que vayamos entrando los que esperamos, con la prohibición de deambular o de hacer fotos. A pesar de ello logro algunas "robadas". El interior, de un neobizantinismo extremo, está atestado de gente, de fieles y de turistas. Las paredes y la bóveda de crucería refulgen con el brillo de las teselas de los enormes mosaicos que cubren las paredes y los techos. Aunque no soy amigo de lo "neo", he de reconocer que resulta sorprendente por sus dimensiones y por su decoración.  Es normal que sea un punto de referencia ciudadano, por su ubicación, sobrevolando la urbe, y por la magnificencia de su construcción. 









Hay una cripta que, acorde con el tamaño de la basílica, excede las dimensiones que esos espacios suelen tener. Tal vez también porque no sé si habrá sido excavada bajo aquella. Es más sobria que la superior, pero del mismo estilo neobizantino.


En la parte posterior de la basílica existe una balconada enorme, desde la que se divisa toda la ciudad nueva, más allá de los dos ríos que la conformaron en sus inicios. La gente se agolpa en ella para sacarse la foto característica. Nosotros también lo hacemos. We're tourist! Y ya fuera de ese espacio descartamos el funicular, y vamos bajando por callejas escalonadas y rampas pronunciadas hacia el casco antiguo, "le Vieux Lyon", en el que observamos edificios peculiares, que no habíamos visto en otras zonas.


















La presencia de restaurantes y de mesas en la calle indica que es la hora de comer, aunque nos resulta curioso enterarnos de que muchos restaurantes cierran los "finde" por descanso del personal, cosa que envidiarían muchos de los trabajadores de la hostelería en nuestro país. En una de ellas, a la sombra, hay tres personas dando cuenta de una tabla apetitosa con infinidad de salsas para acompañar la variedad de viandas. Es un restaurante libanés, familiar. Y entramos. Rollos fritos rellenos de queso, hojas de parra con arroz basmati, pollo a la leña, humus, berenjenas marinadas... Un espectáculo, aunque al final hay división de opiniones en el grupo.


Nos han puesto deberes para por la tarde y tras el café, cruzamos el Pont de la Feuillé. Vemos buscando un edificio en la plazuela de Saint Vincent, que a finales del XX, 1994, decoró una de sus fachadas ciega de 800 metros cuadrados,  con un inmenso fresco en el que aparecen lioneses célebres: los hermanos Lumière, Saint Exupéry, Ampère, asomados a los distintos balcones de la falsa fachada. Y en la parte baja hay toda una serie de comercios, tal y como eran antes de que las ciudades se gentrificaran. Una excursión de japoneses atiende atenta las explicaciones de la guía. 





Propongo ascender en busca de la conocida como barriada de la Croix Rousse, por una serie de callejas empinadas, estrechas, escalonadas, más allá del conocido como  Jardin des Plantes, lleno de jóvenes "fumetas" y de corredores que suben trotando sin aparente esfuerzo. Las paredes del barrio están profusamente llenas de pintadas que animan a votar al Front Populaire, en unas elecciones decisivas para el futuro de Francia y de Europa. El peligro del fascismo de la Le Pen parece aquí evidente. Pero lo que nosotros andamos buscando es el conocido como Mur des Canut (1987), el mural más grande del país, con 1200 metros cuadrados de superficie. Fue pintado por un equipo, CitéCréation, que pretendió plasmar la vida cotidiana de la gente del barrio, de los trabajadores de la seda, mal pagados. A lo largo de sus treinta años de vida pintada los diseñadores han ido envejeciendo a los personajes. El trampantojo es tan acusado, que no resisto la tentación de hacerme una foto "sentado" en uno de los peldaños, aunque no soy amigo de salir en los reportajes. 



Volvemos tranquilamente, con la satisfacción del deber cumplido. La bajada por escaleras empinadísimas, entre muros con grafitis, pinturas con intención "artística", y con aplicaciones curiosas, divertidas, nos resulta gratificante. Muy creativos, estos lioneses.


































Aparecemos en la plaza de la Ópera. Todo nos va siendo ya familiar. Regresamos por République, donde llama la atención el edificio finisecular, Le Progrés, que ocupa una multinacional de libros y discos. 

Pronto aparecen los túneles de Perrache, el súper donde comprar algo para la cena y nuestra casa. Escribo mientras preparan algo en la cocina. Mañana, último día con cambio de paisaje.

José Manuel Mora. 

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