Creo que ya he dicho alguna vez que tengo la impresión de que la época de los maratones seriéfilos estaba acabando. Pues me tengo que desdecir, a tenor de lo que acabamos de ver. Sigo confiando en el buen gusto de mis amigos, descubridores de tesoros como éste, sin cuya sugerencia me habrían quedado ocultos en los listados de las plataformas. En tres tardes la hemos acabado. Se trata deShōgun, creación de Justin Marks yde Rachel Kondo, quienes han coescrito el guión a partir de la novela de James Clavell de 1975, tremendo éxito de ventas en su momento, y cuidadosamente documentada para el rodaje, y producida por EE.UU., en 2024. Son diez capítulos de una hora cada uno, que se pueden ver en Disney+. Y la fascinación ha surgido desde los créditos iniciales, incluso desde el mismo cartel anunciador. A pesar de peinar canas, no vi en su momento, 1980, una primera versión protagonizada por Richard Chamberlain y Toshiro Mifune. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan fascinado ante una serie.
Japón, inicios del siglo XVII, en plenas luchas por dominar y controlar el comercio en las Indias Orientales entre británicos y portugueses; católicos y protestantes; occidentales y orientales. El Shôgun es una especie de gobernador, con rango de general, que puede llegar a convertirse incluso en emperador. Controla territorios y personas. Al decaer el último, se forma un Consejo de cinco regentes, entre los que hay uno, Toranaga-san (Hiroyuki Sanada, ejerceaquí también de productor y tiene una presencia fascinante), contra el que los demás se alían en luchas intestinas de poder. En medio de todo ello un barco, un galeón, arrastrado por la tormenta y cargado de peste, comandado porJack Blackthorne (Cosmo Jarvis), llega a las costas cercanas a Osaka y allí se ve envuelto en un mundo del que desconoce todo: idioma, costumbres, rituales, valores... A pesar de las dificultades que todo ello implica, se verá cada vez más concernido por las luchas que allí se desatan, las religiosas de los jesuitas, y las comerciales de los portugueses. La necesaria traducción del portugués al japonés, aunque se haya rodado en inglés, la ejerce una dama delicada, inteligente, valerosa, Mariko-san (una Anna Sawai desconocida, bellísima y de enorme fuerza contenida), de la corte de Toranaga. Alguien ha visto aquí una especie de Juego de Tronos a la japonesa, dado el número de conspiraciones, traiciones constantes, muertes y giros de guión, sorprendentes y coherentes con lo que se plantea.
Vuelvo a mi fascinación inicial: el diseño de producción es apabullante, desde la fidelidad al vestuario original de armaduras de guerreros o kimonos elegantísimos, que muestran el estatus social de los personajes, a la plasmación de la ceremonia del té o una función de teatro No. Una fotografía espectacular, da igual que sea en paisajes lluviosos, que en interiores levemente iluminados, todo queda plasmado con verismo. La puesta en escena parece tomar algunos planos de ilustraciones de época, con composiciones casi coreográficas, de estatismo perfecto, o encuadres a contraluz de un maravilloso lirismo. El arte de los jardines, la fragilidad de las construcciones a prueba de terremotos, todo ayuda a una ambientación perfecta. Hay un último elemento que me gustaría destacar y es la delicia que supone escuchar la entonación del idioma japonés cuando es emitida por las mujeres, aunque haya que recurrir a los subtítulos. La progresiva comprensión del protagonista, lenta y dificultosa, resulta muy creíble. Toda la lucha de los guerreros me ha traído a la cabeza al gran Kurosawa y el preciosismo de las imágenes, a Zhang Yimou, naturalmente.
Resulta aleccionador presenciar no sólo el choque cultural de dos mundos lejanos y desconocidos mutuamente, aunque los japoneses ya supieran del cristianismo a través de los jesuitas, sino el modo en que se van desplegando los valores de aquella sociedad que pueden llevar a decisiones terribles. A las necesidades mutuas de Blackthorne y Toranaga, se une la historia de amor que acaba surgiendo con Mariko-san, y los conflictos de ésta entre su concepto del honor y la lealtad y los sentimientos que acaban despertando en ella. El dibujo de los personajes se despliega sin prisa, gracias no sólo al guión, sino al grupo de actores japoneses, todos espléndidos, capaces de mostrar con un solo gesto infinidad de sentimientos, a pesar de la máxima japonesa que explica: "nunca muestres tu corazón más profundo porque te destrozarán". Todo está además sometido al destino, un destino que hace que muerte y vida sean intercambiables.
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