El retrato de casada, de Maggie O'Farrell

Destino perverso

Es verano. No hay coro. El calor no anima a salir. Desde el balcón, "a la fresca", el tiempo de lectura se amplía. Y, aunque no suelo repetir autores, dado que no tendré tiempo de descubrir todo lo que me gustaría, aconsejado por mi librero, reincido en O'Farrell, Maggie. Retrato de casada. Barcelona: Editorial Libros del Asteroide,  2023, traducción impecable de Rosa Cardeñoso. 386 págs. y una nota breve de la autora como colofón.


O'Farrell (Coleraine, Irlanda del Norte, 1972, aunque creció en Gales y Escocia) ha conseguido hacerse un nombre de prestigio desde que empezó a escribir en 2000. Ha recibido múltiples premios. Yo la descubrí no hace mucho, en el 22, con un libro que me atrapó de principio a fin, Hamnet (2021), biografía novelada y ficticia de Shakespeare y el hijo que perdió y que fue premio a la mejor novela extranjera traducida al castellano de la Asociación Española de Críticos Literarios. No voy a repetir aquí la información biográfica que ya viene expuesta en la reseña citada. Ha sido traducida a treinta idiomas y se vendieron 25000 ejemplares los dos primeros meses tras su publicación.  


De nuevo la escritora decide bucear en un hecho histórico poco conocido convirtiéndolo en fabulación libérrima, la corta vida de Lucrezia di Cosimo, hija de la familia de los Medici, duques y gobernadores de la Florencia renacentista. Se ambienta a mediados del s. XVI. Cosimo I y su esposa Eleonora, la Fecundissima, de origen español, viven en el Palazzo Vecchio florentino, en una corte brillante de esplendor, con un montón de hijos, hasta diez. A la mayor, Maria, se la destina a casarse con Alfonso d'Este, primogénito del duque de Ferrara y Modena. Muere antes de los esponsales y se concierta una nueva boda con su hermana pequeña, Lucrezia, como sustituta. Con sólo quince años se celebra la boda y los recién casados se trasladan a Ferrara, a una fortaleza, más que castillo, que domina y vigila la ciudad. Alfonso tiene doce años más que la muchacha y su única obsesión es lograr un heredero que le asegure la continuación de la estirpe. No quiero adelantar el final, que por otra parte puede leerse en la Wiki, pero la escritora deja claro que la vida de Lucrezia fue un tormento, privada de libertad en su infancia por las normas estrictas de su madre, y más adelante, por las de su marido. El retrato que sigue corresponde al Bronzino, pero no sé qué tan real sea ese rostro para una chica de dieciséis años. Más adecuado parece el que ha elegido la editorial, de Jingna Zhang.
 

La cita inicial de Boccaccio está muy bien elegida por la irlandesa: "las mujeres, sometidas a la voluntad, los gustos y los mandatos de padres, madres, hermanos y maridos, viven la mayoría del tiempo encerradas en el reducido círculo de sus estancias, sentadas y casi ociosas" (pág. 11). Es cierto que la escritora ha enriquecido al personaje principal de la historia, toda la cual está contada desde su perspectiva, con una personalidad no sólo rebelde, sino curiosa y creativa: amante de la naturaleza y de los animales, gusta de trasladarlos a tablas que pinta con destreza, le place la música, "tiene una imaginación desbordada" (pág. 95), y conoce las lenguas clásicas, además de manejarse en toscano, en el español materno y en el napolitano de su aya. Pero esa infancia despreocupada se trunca cuando, antes de que le llegue la primera regla, se ve comprometida con alguien que desconoce por completo. 


Y O'Farrell lo vuelve a hacer: parte de unos hechos reales pero no del todo documentados, y narra comenzando in media res, en una noche angustiosa, cuando ella está convencida de que su marido la está intentando envenenar. La analepsis lleva a que conozcamos las circunstancias de su nacimiento, y así la historia se va moviendo adelante y atrás para que vayamos conociendo, no sólo a la protagonista, sino a sus padres y su entorno. Quien siempre quedará en un inquietante claroscuro será Alfonso, porque para la propia Lucrezia tiene dos rostros, "¿Un Jano?" (pág. 236), que se le hacen incompatibles uno con el otro. Es capaz de pasar de agasajar y seducir y también de tiranizar para dejar claro quién detenta el poder. Así el lector se ve envuelto en esa ambigüedad, que se irá aclarando a medida que los hechos se desarrollen. Lo que se pone pronto de manifiesto es el deseo de la muchacha: "No quiero desposar a ese hombre. Por favor, no me entregues a él" (pág. 61), donde se muestra claramente la desventura, la indefensión de las mujeres durante tantos siglos, que no han podido ser dueñas de su propio destino: "Para eso la habían educado, para el matrimonio" (pág. 256). Su forma de ser "no consistía en someterse y consentir" (pág. 119), lo que la enfrenta a su esposo; antes bien "siempre habrá algo en ella que no se doblegará ni se dejará gobernar" (pág. 351). Además del retrato de la protagonista, hondo, emocionante, todos los hechos parecen estar dibujados en cuadros renacentistas: paisajes junto al Po, interiores de los palazzi y de las habitaciones, llenas de luz a través de las ventanas, o trémulas de sombra, iluminadas por una tímida vela. El vestuario, los peinados, las comidas, las músicas de los castrati, la decoración de los salones, todo está puntualmente descrito por O'Farrell con mano maestra. "Le han puesto el vestido [...] es una fortaleza de seda que la rodea por completo" (pág. 120). Las comparaciones abundantes y algunas metáforas son especialmente brillantes. ""El cielo nocturno era un cuenco negro invertido sobre su cabeza" (pág. 151). O bien, "La fuente sigue expresándose en su indescifrable argot plateado" (pág. 173). En un sorprendente giro narrativo, el final ha logrado sorprenderme. Buena lectura veraniega.

José Manuel Mora.



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