Que la fiesta continúe, de Robert Guédiguian

Bajo la mirada de Homero

No sé si en canículas anteriores he sentido la misma pereza a la hora de salir de casa para ir al cine. Este año me está pasando y tal vez por eso hace tiempo que no reseño ninguna película vista en las salas. Hoy toca resarcirse y tengo un "programa doble". Del director de la que etiqueta esta entrada,  Robert Guédiguian, he visto bastantes títulos con gusto. Aquí, en Que la fiesta continúe (Et la fête continue!), ejerce además de guionista. Lo sigo desde Marius et Jeannette, del 97, a Marie Jo y sus dos amores (2002) pasando por La ciudad está tranquila, de 2000. Entonces no llevaba memoria de lo que veía y no puedo enlazar con las valoraciones de hace ya tantos años. Sin embargo sí escribí el de Las nieves del Kilimajaro (2011) y, más recientemente, el de Malí twist, (2022), que tanto me gustaron. Algunas de las consideraciones que hago en la de 2011 me han resultado casi proféticas al releerlas. El casi triunfo de la extreme-droite en las últimas elecciones francesas corrobora la deriva del proletariado francés, malheureusement


Guédiguian vuelve por sus fueros. La protagonista, Rosa, por la Luxemburgo según su padre, (la actriz fetiche y esposa, Ariane Ascaride), trabaja en un hospital y está a punto de jubilarse. Es además una activista enfadada con los grupúsculos de izquierda siempre tan mal avenidos, peleando por encabezar candidaturas, en vez de unirse y pelear por mejorar la vida de la gente. Reflexiona desde su balcón, que da al puerto de Marsella, lugar de referencia del director. Su otra seña de identidad es su origen armenio, que es tratado con no poca ironía a través del hijo mayor de la mujer. Y cuando parece que lo que toca es descansar, dedicarse a una misma, encuentra a un hombre sensible, tierno, amoroso, que acaba por conquistarla, Henri. Es el otro punt deal de la filmografía del director, su amigo Jean-Pierre Darroussin. En el trasfondo, un hecho cierto, el derrumbe de un edificio en 2018, que causó muchos muertos. En parte el filme es un homenaje y un recuerdo a quienes allí quedaron aplastados. 


Con ser tierna la historia de amor de la pareja, así como la del hijo mayor con la trabajadora social, la preocupación del director es la lucha necesaria y solidaria de los desfavorecidos por superar las situaciones de injusticia en que viven. Y así la iglesia "okupada" es el lugar de la ayuda mutua, del trabajo común, muchas veces con forma de canción. Y ahí se incluye un tema de Aznavour que siempre me ha emocionado: " Emménez-moi au bout de la terre, emménez-moi au pays des merveilles, il me semble que la misère serait moins pénible au soleil". Tal vez por eso la cinta resulta tan luminosa. Por eso y por el tratamiento de los personajes, dibujados con mimo y respeto por el guionista-director.  Me da igual que el exquisito de Boyero hable de exceso de didactismo, de su aire panfletario. A mí me parece que da gusto ver historias de lucha y colaboración, aunque puedan ser tachadas de "buenistas". 


El discurso de Guédiguian vuelve a ser necesario, más tras las últimas elecciones francesas y la incapacidad de las izquierdas para formar gobierno, ahora entre paréntesis por las olimpiadas. La sinceridad de su propuesta puede chocar con la ausencia de contrastes entre unos personajes que parecen tener todos la bondad como bandera. Es muy definitoria una de las reflexiones de Rosa: "deberíamos tener dos vidas, una para ayudarnos a nosotros mismos y otra para ayudar a los demás". Ella parece fundir ambas en la única que tiene. La utopía da la impresión de estar al alcance de la mano, aunque quienes tenemos una edad, sabemos que siempre puede acabar deslizándose por el pedregal de la historia. ¿Resulta demasiado  naïf disfrutar con un relato conmovedor por positivo? A mí me ha pasado. Quienes entren en el juego de la propuesta la gozarán.

José Manuel Mora. 


P.S. La segunda de mi "programa doble" ha sido el prestreno de otra peli francesa, Niégalo siempre, una comedia encantadora y divertida con dos protagonistas de mi edad para los que parece que el pasado no prescribe nunca.

 

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