El 47, de Marcel Barrena

 Memoria histórica

Lunes, poca gente en el cine. La peli sin embargo ha estado muy bien promocionada en televisión, radio y prensa, con comentarios y entrevistas. Amigos que la habían visto en el prestreno me habían recomendado que no me la perdiera. Y hoy hemos cumplido. Se trata de El 47, de  Marcel Barrena, director de quien no creo haber visto sus dos títulos anteriores, 100 metros (2016) y Mediterráneo (2021). Ha merecido la pena. Diré por qué.

El cartel es bastante expresivo, puesto que están todos los protagonista de la cinta, el inmenso Eduard Fernández, interpretando al personaje real, Manolo Vital, que en el 78 "secuestró" el autobús, junto a Clara Segura, una monja que cuelga los hábitos por amor y que considera que es "maestra", aunque no ejerza oficialmente; de ella no recuerdo haber visto nada, pero no se me va a olvidar su mirada. Tras ellos, el protagonista colectivo de la historia, los vecinos, los auténticos, del barrio de Torre Baró, "que también es Barcelona", aunque esté detrás de la montaña. Y el autobús que da nombre al filme, el número 47, que hacía el recorrido entre Plaza de Catalunya y la Guineueta. El director ha ofrecido un pase especial para todos ellos. Seguramente sin su participación activa y entusiasta la peli no tendría la fuerza que muestra. 


Hay ocasiones en que el comentario de un film se ha de centrar en aspectos formales. Aquí me ha importado más lo que tiene de fresco histórico. Arranca en 1958, cuando tanta gente llegaba a Barcelona huyendo de la miseria y en busca de una vida mejor, el objetivo de todo migrante. En el extrarradio de la ciudad se iban levantando chabolas que querían ser luego casuchas construidas de noche. Si no estaban techadas al amanecer, eran derribadas por la autoridad competente, la Guardia Civil, todavía a caballo. Ese movimiento de gentes sin nada, que saben trabajar en común, del que acabarían saliendo las primeras asociaciones de vecinos, es el que vemos en embrión aquí, en un lugar sin agua, sin luz, sin escuelas, sin centro de salud, con calles sin asfaltar, empinadísimas, y donde no llega el transporte público ni tampoco los bomberos en caso de incendio. 


Salta luego a 1978, justo el momento del advenimiento del sistema democrático al país. Manolo se ha convertido en conductor de autobús y lo vemos participar en las primeras huelgas, ahora ya legales, aunque problemáticas, ya que los trabajadores se juegan el puesto. Es época de pintadas, de reclamaciones sin cuento, de colas ante ventanillas infranqueables. Y ahí el movimiento vecinal, la solidaridad son los que provocan la acción de Manolo, que no está dispuesto a perder la dignidad. La llegada del autobús a lo alto del barrio, derribando casi por casualidad el monolito de Falange, supone algo de enorme fuerza simbólica. Todo ello se presenta con imágenes de archivo que le dan un aire de autenticidad a lo que vemos. Para muchos barceloneses habrá sido emocionante recuperar espacios y ambientes.


Y al filólogo que fui no deja de parecerle apasionante el modo en que el bilingüismo natural entre gentes de procedencias diversas y de idiomas distintos, aquí fluye de forma espontánea, a veces por amor, otras por la alfabetización en la lengua de la tierra a la que se llega. Todo ello se hizo de manera progresiva y sin imposiciones. En ese sentido el trabajo actoral de Fernández, con una asunción perfecta del habla extremeña, que va fusionando sin darse cuenta con el catalán matizado por el acento original de su Extremadura, mezclándolas ambas, me ha resultado sorprendente. Tampoco se queda atrás el canario Salva Reina, con su cerrado acento andaluz. Estamos dejaos de la mano de Dios, no tenim transport, no tenim de res, dirá en un momento dado. Y la canción de Chicho Sánchez Ferlosio, que fue icónica en su momento, Gallo rojo, gallo negro,  cantada por Joana, la hija de Manolo (Zoe Bonafonte), pone un punto de emoción extraordinario (no se rinde un gallo rojo / más que cuando está ya muerto), así como la que ha compuesto expresamente para la peli una cantante que no había oído nombrar,  Valeria Castro, que mezcla también los dos idiomas, El borde del mundo. Su estribillo enlaza con el título de esta reseña: Y aunque pasen y pasen los años / no se olvida el recuerdo ni el daño. Tantos y tantos que, forzados por las circunstancias, se quedaron "al borde". A ellos, de algún modo,  rinde también homenaje la cinta, además de suponer una pieza más en la todavía inconclusa memoria histórica de nuestro país, necesaria para la gente joven, que no llega a estudiar esta etapa. Porque el barrio de Torre Baró fue levantado para las generaciones siguientes. Aquest barri l'hem construït per tu. Un último apunte: el Manolo Vital auténtico aparece al final leyendo una carta de su padre, fusilado por los falangistas en el 36. No fue sólo la situación económica la que hizo emigrar a mucha gente, sino el miedo a la represión política. La proyección se cerró con un aplauso de los espectadores, cosa poco frecuente en los cines.

José Manuel Mora.

P. S. Que Pasqual Maragall, (interpretado por Carlos Cuevas) alcalde que fue de la Barcelona olímpica, se fuera a pasar una semana a casa de Vital y Carmen para entender mejor sus condiciones de vida es algo que tampoco conviene olvidar.





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