La mancha, de Enrique Aparicio

Memorias manchegas

Suelo citar mis fuentes. Creo que es la segunda recomendación que me llega a través de las ondas. La primera fue al escuchar las palabras elogiosas que Millás dedicaba a un libro estremecedor, La llamada, de la argentina Leila Guerriero, a quien conocía por sus columnas de la última página de El País. En esta ocasión fue en un programa mañanero en el que se entrevistaba a su autor. Al filólogo que fui le llamó la atención la variante dialectal manchega, que él reivindicaba con orgullo. Como nací en la zona, muchos de los términos que el escritor citaba, junto con las entonaciones, me retrotrajeron a mis veranos yeclanos. Aparicio, Enrique. La mancha. Barcelona: Ed. Plaza Janés, Grupo Editorial Penguin Random House, 2024; el dibujo de la cubierta es de Miguel Sánchez Lindo; 251 págs. 



Enrique Aparicio es un manchego de Alpera, Albacete (1989), periodista cultural y creador de podcast, según dice la solapa. Lleva escribiendo relatos desde 2017, ha participado en volúmenes colectivos y ha escrito junto a Beatriz Cepeda el ensayo ¿Puedo hablar de mi salud mental! (2023). Ésta es su primera novela, que tiene mucho de autobiográfico, pero trasladado a la ficción. Él mismo se reconoce como muy "novelero" y afirma que su sueño siempre fue la narrativa. Considera que le ha venido bien esperar para que su historia haya sido contada con mayor madurez. Dejo la foto en la que aparece junto a África Sánchez, una señora de 95 años y memoria prodigiosa, que le ha servido para documentar todo lo que de "histórico" tiene el libro: "Esta pieza que África me ha traído envuelta en el pañuelo fino de su memoria" (pág. 231).  


Conviene resaltar la polisemia del título, puesto que además de un topónimo, el hecho de aparecer en minúscula lo carga con el significado del sustantivo, de connotaciones negativas, algo que conviene esconder, que avergüenza, que marca a veces desde la cuna y que lo convierte a uno en distinto, "la mancha no se va; soy la mancha" (pág. 159). Valentín se ha criado en Baratrillo de la Mancha ("báratro" es sinónimo de infierno, aquí en diminutivo), de donde sale huyendo para estudiar en la universidad gracias a sus buenas notas y al esfuerzo de sus padres. La novela arranca en 2013, en plena crisis económica, que obliga a volver al protagonista, con 23 años, a su pueblo, "los ojos que regresan sólo ven un horizonte desprovisto de paisaje" (pág. 16),  al no tener expectativas laborales en Madrid. Y allí se encierra, con el miedo de ser visto, de ser señalado, de volver a ser objeto de burla por su condición de homosexual. "Se fue un muchacho de pueblo y vuelve un hombre de mundo" (pág. 15), dice cargado de ironía.  El pasado sigue escociendo y reverdece el dolor al contacto con los lugares donde se vivió: "Me ha tocado crecer con papel de burbujas entre el desprecio y un cuerpo de marica" (pág. 36); y más adelante: "El miedo, la culpa y la vergüenza de entonces son parásitos que se meten bajo la piel en cuanto regreso y me infectan con sus huevos putrefactos" (pág. 49). No llega a haber violencia externa, pero sí la hay interiorizada, lo que lo lleva a sentirse mal dentro de su propia piel. Escapa a través de las páginas del ordenador que lo conectan con "amigas" o con chats de contactos. Y cuando el sueño no acude, llegan las reflexiones: "Los heterosexuales nunca sabrán el miedo real de quedar expulsado de tu familia, no por algo que has hecho sino por algo que eres y que no puedes cambiar " (pág. 79).


No es la única voz del libro. La madre lo pone en contacto con una tía abuela, Sátur, que le habla de su hermana Ramona, de la que él nunca había oído hablar. Esta mujer acudió poco a la escuela, pero tiene como un tesoro una libreta y un lapicero con el que escribe sus vivencias y pensamientos, los de una mujer explotada como mujer y señalada por no responder a la norma de los años cuarenta, la social y la religiosa. Esa voz aparece en cursiva y se traslada con todos los errores ortográficos propios de quien escribe, y con el reflejo del habla popular manchega: "Con el día que llevo me a parecío que esto en vez de un papel era un rincón chiquitico donde me podía meter y estar un rato sin nadie" (pág. 17). Y la visión que trasmite esta mujer, con la casa a su cargo, además de cuidar de su padre y sus hermanas, es un grito oscuro, silencioso, encerrado en esas páginas, feminista avant la lettre. Y así se desahoga contando: "Y na más decir que D. Manuel [el cura] me a llamao la atención se a quitao la correa y me a arreao [...] Paece que sólo escribo cuando cojo pesombre por algo" (pág. 67; que auténtico el término pesombre, que mi chacha nombraba como pesaumbre). Ese personaje entre real y ficcionado, le da al protagonista fuerza para seguir adelante. La Primanica es otro de los personajes femeninos importantes, junto con el de la madre, ya que ambas saben de la condición de Valentín y ambas lo aceptan y lo quieren. Llega un momento en que puede disfrutar de "un cielo que despliega su manto bordado de estrellicas", ya sin cursiva (pág. 244).


Que en los años 90 del siglo pasado, todavía se pudiera vivir la homosexualidad tal y como el autor la presenta, como un auténtico infierno, puede dar idea de lo que habrá sido para quienes en los sesenta tuvieron que permanecer encerrados en el armario bajo siete llaves, imposibilitados de compartir su verdad más profunda con aquellas personas a quienes querían, padres, amigos, compañeros. Hizo falta que desapareciera la ley de "vagos y maleantes", que incluía a los maricones y que penalizaba con cárcel, allá por 1978, que Zerolo se batiera el cuero hasta que Zapatero promulgó la ley que permitía los matrimonios entre personas del mismo sexo en 2005, que en los centros educativos hubiera un profesorado que intentaba educar en el respeto basado en el conocimiento, porque como decía la abuela del protagonista, "donde falta conocimiento, sobra malicia", para quienes tienen otra manera de estar en el mundo pudieran sentirse reconocidos y valorados. Esta novela es un buen testimonio para mostrar que no hay que dar nada por conquistado definitivamente. Sorprendentemente es entre los varones de 15 a 25 años en los que más crecen las actitudes homófobas de nuevo. Habrá que seguir peleando por mantener derechos contra viento y marea. Aparicio lo ha hecho escribiendo esta novela en parte testimonial, en parte ficticia. 

José Manuel Mora.

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