Veinte minutos de silencio, de Hélène Bessette

Laberinto de mentiras y verdades

Última recomendación de mis libreras de cabecera de 80 Mundos: y, desde que comencé a ojear/hojear el libro, no he dejado de sorprenderme. En primer lugar por la forma física del ejemplar: la cubierta tiene una ventana a través de la cual se ve un fragmento del autorretrato de Tamara de Lempicka, que se tiene al completo al abrir la solapa. También la contracubierta guarda en su interior otra belleza, Dancing on the mirror, de Xavier González Arnau. La autora me era completamente desconocida, como es natural. BESSETTE, HÉLÈNE. Veinte minutos de silencio. Barcelona: Ed. Dosmanos, 2020; trad. Daniel Sardà. 174 págs. El original se editó en París, en 1955 nada menos. Y por acabar con las rarezas del librito, dejo aquí una coda final de los editores: "Un libro es mucho más que el soporte de un texto, es una ventana al mundo, un objeto dotado de presencia, ocupa espacio, pesa, viste la existencia." (pág. 180). La sabrosa cita se extiende más allá, pero sería excesivo copiarla entera. Otra razón para asomarse a este producto de una pequeña y curiosa casa editora.


Bessette (Levallois-Perret, barrio parisino, 1918 - Le Mans, 2000)  dicen que es una de las grandes olvidadas de la literatura francesa. Fue admirada por un selecto grupo de escritores (Duras, Queneau, Beauvoir), dice el traductor, aunque quedó desconocida para el gran público. Hay quien la considera una predecesora del nouveau roman. De hecho, entre sus trece novelas, hay algunas que todavía permanecen inéditas. Se la está intentando recuperar con la reedición de sus obras (Ida, 2018) y con la traducción a diversos idiomas europeos.


Estamos ante lo que podría parecer una novela de "misterio": hay un muerto, el padre brutal y millonario; un posible asesino, su hijo de quince años: 
"El niño sin beso.
El niño sin sonrisa.
El niño sin mirada.
El niño sin felicidad.
El niño sin espacio,
El niño sin futuro.
El niño sin edad.
El niño sin madre.
y naturalmente,
                         el niño sin padre" (pág. 23);
y la madre, que "era una mujer de esas" (pág. 54), de la que también acabaremos dudando respecto a su posible implicación en los hechos. "No es ningún chollo tener a una bestia por padre y una puta por madre" (pág. 66). No sabemos quién valora, quién narra. Sí sabemos que esa voz pone en cuarentena cualquiera de las informaciones que la misma voz proporciona. 

"Todo el mundo calla.
Y yo igual que los demás.
Por eso no sabremos nada". (Pág. 93). 

¿Quién es "yo"? puede uno preguntarse. Todo ello naturalmente descoloca al lector y lo pone en un estado de perplejidad absoluta. La escritora juega con los blancos sobre el papel. Hay muchas líneas inconclusas, como si fueran versículos. En muchas ocasiones se juega con las mayúsculas totales para subrayar alguna cuestión. 

"[La única certeza] mayúscula, la grandiosa, la gigantesca, la luminosa, la perfecta certeza ante 
LA MUERTE" 

(sic) (pág. 33). Ante esta afirmación no sorprende que se diga (el "se" impersonal es necesario aquí) que "esta novela es una historia sin alegría" (pág. 113). La narración indaga en los veinte minutos de silencio del título, que rodean el asesinato del padre. Y uno avanza, deseoso de saber quién lo ha hecho. 


Otro de los rasgos estilísticos es la acumulatio, como se ha visto más arriba, pero como si intentara precisar el concepto: "Uno ha de prever, calcular, esperar, acechar, olfatear, organizar, adivinar" (pág. 157). También la antítesis: "Mató para vivir" (pág. 70). La sinestesia: "El silencio color plomo se ha extendido" (pág. 12). Y por supuesto, un uso exquisito de la metáfora: "Las casas se adormecen a la orilla de las aceras, párpados-persianas cerrados" (pág. 38). O bien, "a tientas, sigiloso, terciopelo" (pág. 156). En definitiva, la autora sumerge al lector en la duda constante, revisando todo el tiempo lo que acaba de proponer como explicación. La conclusión, que no desvelaré, puede quedar resumida en esta última cita: "Vivir es saber orientarse dentro del laberinto de las mentiras y las verdades" (pág. 171). Creo que habrán quedado claros los motivos de mi sorpresa ante esta "antigualla" del 55, que me ha parecido tan novedosa, tan apasionante. 

José Manuel Mora.



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