Jurado Nº 2, de Clint Eastwood

Reparos de conciencia

Ir al cine los lunes a la primera sesión provoca cierta depresión ante una costumbre que parece llamada a desaparecer: ver pelis en las salas. Éramos tres. Y eso que la que estaba por empezar viene firmada por un clásico viviente. Jurado Nº 2 es la última cinta del casi centenario Clint Eastwood (94 añazos). El mítico director, que empezó sus andanzas ante las cámaras en pelis del oeste como Por un puñado de dólares (1964) o El bueno, el feo y el malo (1966), con aquella mirada azul, glacial, impertérrito ante el peligro, pasó luego a las de acción, como Harry el Sucio (1971). A mí empezó a interesarme en La leyenda de la ciudad sin nombre (1969), o en Dos mulas y una mujer (impagable, la Mclane haciendo de monja) pero más aún cuando se situó detrás de la cámara y rodó aquella joya emocionante de Los puentes de Madison (conmovedora aquella ama de casa, la Streep)1995. Solía dirigirse a sí mismo con brillantez. Fue en Mystic River (2003) donde se mostró capaz de desplegar un estudio de caracteres preciso, gracias sobre todo a S. Penn y a K. Bacon. Con Gran Torino (2008) me sorprendió que un hombre de ideas "republicanas" pudiera levantar un alegato tan hondo contra la xenofobia y en contra de la violencia y el gusto por las armas, tan extendido en los USA. Con todos estos antecedentes voy interesado a ver la que no sabemos si será su última creación. Se apoya en un guión de Jonathan Abrams, el primero que escribe. 


El título ya nos sitúa en la etiqueta del thriller judicial. Un juicio mediático por varias razones. Una mujer muerta. Su pareja acusada de homicidio, una abogada de la acusación implacable y con aspiraciones a fiscal general de Georgia (formidable una vez más Toni Collette), y uno de los miembros del jurado que ha de establecer el veredicto, un joven a punto de ser padre de familia, que comienza a plantear las famosas "dudas razonables", que abocan al grupo a discusiones cada vez más hondas a pesar de las ganas que tienen de que todo acabe cuanto antes. El planteamiento trae de inmediato a la mente el clásico Doce hombres sin piedad  (1957), de Sidney Lumet, con el íntegro H. Fonda convenciendo uno por uno a los demás. Sin embargo pronto la cinta nos va presentando a ese Justin Kemp (Nicholas Hoult, a quien no recordaba haber visto en La favorita y que aquí ofrece un rostro atormentado sin caer en el exceso), cada vez más dubitativo sobre cuál ha de ser su decisión. Los flash back nos irán mostrando cuáles son las razones de su desasosiego y de su progresivo sentimiento de culpa. Y hasta ahí puedo leer.

Es evidente la crítica a la rigidez del sistema judicial norteamericano, pero mucho más interesante es el dilema moral del protagonista, el cuestionamiento de su responsabilidad a propósito de las propias acciones. Y lo hace manteniendo la ambigüedad respecto a la verdad de lo ocurrido tras el combate entre el deber cívico y la salvación personal del joven. El espectador se ve en la tesitura de tener que convertirse a su vez en jurado, de tener que pronunciar íntimamente su veredicto. Todo envuelto en una trama de suspense creciente ante el desenlace que aguarda. Es cierto que no todos los miembros encerrados presentan la misma hondura psicológica. Algunos quedan simplemente como de fondo. Pero el que fue inspector antes de jubilarse y que pone en el disparadero al protagonista, J K Simmons, está magnífico en su papel de investigador impenitente, como lo está el imperturbable abogado que encarna K. Sutherland. La aspirante a fiscal general, cargo político, se dejará atrapar también por la duda y ello supone un atisbo de esperanza respecto a que todo el sistema no sea un puro fraude. Como broche de actuación, la mirada penetrante de la Collette en el plano final. Y la estatuilla ciega con la balanza en su mano en lo alto del palacio de justicia de ese territorio lleno de árboles inmensos y de lluvias que no dejan ver la carretera. Ojalá no sea su última película, Mr. Eastwood.

José Manuel Mora.








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