Heme aquí sumido en un dilema. Sigo conmocionado por las imágenes del dolor y el desastre provocados por la dana que acaba de arrasar l'Horta Sud de València y no se me van de la cabeza las imágenes del horror que escupen a cada rato las redes y que me traen a la mente las no tan devastadoras en vidas humanas, pero también terribles, que vivimos en Alicante el año 82. Estamos lejos y cerca a la vez. Y al mismo tiempo tenía en mi bolsillo entradas para un espectáculo incluido en la Muestra de Teatro Español de Autores Contemporáneos, en su edición número XXXII, del que no tenía ninguna referencia, salvo la recomendación de mi amigo Lluis, de quien me suelo fiar. Y, a pesar de lo sucedido, decido asistir, como he seguido haciendo compra, leyendo el periódico o dando mis caminatas matinales. A la vuelta seguiré pendiente de lo que sucede más arriba, a lo que no le puedo poner remedio. Mientras intentaré expandir el ánimo a través de algo tan vivo como es una función teatral.
Las bingueras de Eurípides viene de la mano de una compañía de la que no tenía noticia,queda tan lejos el sur... Se trata de Las Niñas de Cádiz: “Una compañía de teatro de mujeres que actúan, escriben, dirigen, producen, se divierten y, sobre todo, son dueñas de su universo creativo”, así se definen ellas. Y sin embargo cuentan con un Premio Max al mejor espectáculo revelación de 2020, El viento salvaje, que aquí no llegó, o al menos a mí se me escapó. La puesta se sustenta en un texto de Ana López Segovia y está dirigido por José Troncoso. Ambos responsables son polifacéticos, puesto que también actúan. Un forillo negro y una iluminación poética y exacta de Agustín Maza, son suficientes para que la vieja farsa vuelva a presentarse ante los ojos y los oídos de espectadores; no sé si todos estarán acostumbrados al habla expresivísima de Cádiz. Estamos ante una mujer, Dionisia, que pretende reescribir con su actuación Las Bacantes del dramaturgo griego en pleno siglo XXI. Un grupo de mujeres en la cincuentena se reúne en u bingo clandestino de barrio, reducto de diversión, donde se comparten intimidades, risas, dolores antiguos que ahora son menos gracias al inocente juego, al válium 50 y al anís. Esa convivencia es la que un policía, llamado el Suarsenaguer, pretende cerrar por considerarlo ilegal, y sobre todo por ser un mundo que se escapa a su control. Como en toda buena tragedia, el final será espeluznante. Como en la foto que dejo a continuación, ambos personajes son un trasunto de la antigua confrontación entre lo dionisíaco y lo apolíneo.
Supongo que muchos de los espectadores desconocían, como me sucedía a mí, el original clásico, y lo que vieron quedaría como una farsa divertidísma que escondía temas más hondos, como el maltrato de los varones a las mujeres, el desamor, la pérdida de un hijo, el intento de éstas de sobrellevar todo ello a base de ingenio y humor... Sin embargo, mi amigo Emilio, experto en el mundo helénico, me explicó como toda la trama correspondía con exactitud a la obra de Eurípides, trasladada a la actualidad. Parece que la autora se está especializando en esas actualizaciones, como ya sucedía en El viento salvaje. Pero lo mejor de esa puesta al día es que se hace a través del gracejo gaditano carnavalero, el de la guasa de las chirigotas, tan desvergonzadas como el de estas mujeres que lo usan de manera desternillante, sin cortarse un pelo ante lo políticamente correcto. Y con un elemento más, el uso del verso octosílabo, de honda raigambre popular, dicho con tanta naturalidad que es posible que pasara desapercibido para muchos. Junto a ello, las coplas sandungueras, y las canciones de tono burlesco. Lo anterior se refiere a la palabra, pero ésta hay que "encarnarla", y el elenco al completo está "sembrao", no sólo en la corporeidad, sino en la impostación de las voces. Ana López Segovia, Alejandra López, Teresa Quintero, Rocío Segovia, José Troncoso, el ayudante cómplice y Fernando Cueto, El Suarse, de habla fina, como de actor de doblaje. Todos están impecables, no necesitan más que unas sillas y un carrito de la compra como todo atrezo. Y les sobra. El público interrumpía con aplausos y carcajadas las escenas. Fu gratificante que, al final, Dionisia/Ana López expresara su gratitud por la respuesta de un aforo lleno, a pesar de la tristeza que a todos nos atenaza. Sentí que había hecho bien asistiendo.
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