Marco, de Arregi y Garaño

Actor. Personaje

Antes de que la estrenaran, sabía que iría a verla. La razón, que había leído con anterioridad en prensa noticias sobre el personaje, y sobre todo la novela de Cercas aquí reseñada, El impostor. Sabía pues lo que iba a ver. Marco es una cinta dirigida  por Aitor Arregi (La trinchera infinita que tanto me gustó), y su habitual coguionista y codirector Jon Garaño, quienes han trabajado en el proyecto durante 18 años, que inicialmente iba a ser un documental. Lo entrevistaron en 2011, antes del libro del extremeño y no consiguieron sacar nada en claro. Y aunque ahora sea ficción, según dicen, conserva algo de aire de realidad, dado que combinan con destreza imágenes sacadas de noticiarios, de reportajes, con las filmadas por ellos como un todo indistinguible, con una claqueta al inicio para marcar el territorio. Aparece incluso, en algún momento, el Enric Marco real. El trabajo de los creadores ha partido de una investigación rigurosa de documentación y de visitas a Mauthausen y a Flossenbürg, acompañados por Benito Bermejo, quien destapó la mentira.

No quiero incidir de nuevo en aspectos psicológicos que ya traté en la reseña de Cercas, como la necesidad de Marco de ser protagonista, de recibir reconocimiento de quienes lo rodean, de que lo quieran, aunque eso sea a costa de inventar su pasado, presentándose como un superviviente de los campos de concentración alemanes. Da charlas en institutos de secundaria, preside la Asociación Española de Víctimas del Holocausto, incluso guarda secretos para su propia familia. Él se reivindica como alguien que no ha hecho mal a nadie con su "verdad inventada" y se aferra a ella con testarudez. Dice: “Pero, ¿existe alguien que no haya mentido en su vida?” Hasta que un historiador que anda investigando su figura descubre la impostura. Y es ahí donde se produce la magia de los cineastas. Son capaces de crear una tensión elevada al confrontar el momento álgido del mentiroso, el homenaje en Europa a las víctimas, con la presencia de Zapatero, y el descubrimiento de su falsedad. El espectador asiste atónito a ese crescendo. Y al final, algo del misterio del personaje permanece vivo.

















Todo ello hubiera sido imposible sin la encarnación, que viene de "carne", la que presta el actor Eduard Fernández al personaje. Comenta éste que, además de engordar 20 kilos, ha estudiado vídeos, entrevistas y fotos del personaje, no para imitarlo, sino para poder incorporarlo a su propio ser. La naturalidad con la que pasa del castellano al catalán, como hace tanta gente por allá, le da un plus de verosimilitud. Del mismo modo el control de la voz, le permite pasar del susurro casi incomprensible del enfado, al grito agresivo, pasando por la desolación. La mirada incisiva, la que quiere conquistar al interlocutor, la que necesita consuelo, qué riqueza expresiva. Su aparición en la presentación del libro de Cercas es divertidísima y uno acaba por no saber si fue cierta o es un cameo del escritor. Marco murió a los 101 años y la diferencia con otro ser que se inventa el personaje, D. Quijote, es que éste despierta de su alucinación y Marco, no. 


Además de un nuevo acercamiento a la memoria histórica por parte de los cineastas, estamos ante un juego inteligente para mostrar el contraste entre ficción y realidad, en el decurso vital de Marco y en la propia película. Me ha resultado emocionante. Animo a ir a verla.

José Manuel Mora.

P.S. Resulta emocionante que uno de los que realmente estuvieron presos aparezca actuando como uno de los miembros de la Asociación, y que haya fallecido cuando la película se estrena. A él va dedicada. 




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