Cartas a Clara, de Juan Rulfo

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Aunque no soy muy aficionado a la literatura epistolar, la recomendación de mi amiga Asun desde Burgos ha hecho que encargara este libro, del que no tenía noticia. Bien es verdad que el nombre de su autor era un estímulo importante para adentrarme en él. Rulfo, Juan. Cartas a Clara. Barcelona: Editorial R.M. (dedicada a libros de fotografía y arte contemporáneos), 2024. Prólogo, edición y notas de Alberto Vital. 331 págs. Las fotos que lo acompañan son cortesía de la familia Rulfo Aparicio. Y, a pesar de la escasa resolución de las mismas, son un buen complemento de lo que en él se presenta: la relación epistolar con su enamorada, Clara Aparicio.  


Rulfo (Sayula, México, 1917 - México, D.F., 1986) es para mí un autor mítico. Pedro Páramo supuso para los estudiantes de Románicas salmantinos un descubrimiento que nos abría puertas a dimensiones de la literatura a las que no estábamos acostumbrados por estos pagos, más "realistas". Su libro se había publicado en 1955, con lo que leerlo en los 70 suponía cierto retraso, no menos deslumbrante. El mundo de almas en pena de Comala acabaría por quedar de forma indeleble en nuestra imaginación. Leeríamos después su libro de relatos, que era anterior, El llano en llamas(1952). De su temprana orfandad, de su afición a los libros primero y a la fotografía después, no sabía nada. Tampoco de sus avatares vitales conocía gran cosa, como que fue un gran conocedor de la literatura y de la antropología de su país, que recorrió a fondo antes de casarse, o que trabajó para una empresa de cauchos. El que acabo de terminar viene con un montón de fotos tomadas por el propio autor, tanto de su enamorada, como de él mismo, o de ambos. 


Hay una parte del epistolario que podría encontrarse en cualquier paquete de cartas de cualquier enamorado: las declaraciones de amor eterno, la fijación en la otra persona como la única que puede apaciguar las inquietudes, las penas, la soledad que le provoca la distancia de "Clara, claridad esclarecida" (pág. 21). Y, a la vez, se va poniendo en evidencia la dependencia que se está creando en el escritor, huérfano desde tan pronto, por lo que a veces la llama "madre, madrecita chula" (pág. 295). Se dan desdoblamientos entre el que escribe, "tu Juan", y "ese muchacho"; y también entre el "tú", que se sustituye  por "Ella", o por "Clara Aparicio". Los apelativos cariñosos son naturalmente abundantísimos, ese "mayecita" tan frecuente, o algo que siempre me ha llamado la atención en el habla de allá, la posibilidad de crear diminutivos con los adverbios, tan invariables en sí mismos: "arribita", "lejecitos", o el intensificador "reteplaticadora". O los modismos desconocidos para mí, pero expresivísimos: "Que me divierta hasta que se me truene la cuerda" (pág. 61), en paralelo con la integración de anglicismos del país vecino. Y al tiempo vamos siendo informados de las dificultades laborales en un mundo que no le gusta: "Ellos no pueden ver el cielo. Viven sumidos en la sombra, hecha más oscura por el humo. Viven ennegrecidos durante ocho horas [...] como si sólo hasta el día de su muerte pudieran descansar" (pág. 51). También de los problemas para localizar un apartamento adecuado, la dureza de algunos jefes, lo que provoca no saber "cómo he aguantado las altas y las bajas del termómetro del desaliento" (pág. 170). Le parece irritante que, en ese mundo que se va fraguando, se dé "tanta fuerza unida para acabar con el sentido humano del hombre para hacerle ver que los ideales salen sobrando" (pág. 54). O bien, "Como si uno les perteneciera por entero, como si no fuera la masa con que amasan sus negocios" (pág. 272).


Y ante todas esas dificultades, las más cotidianas, las que hay que resolver para llegar a la boda: muebles, vestido, invitaciones, iglesia donde se celebre la ceremonia..., Dios siempre es un apoyo para él, pero sobre todo Clara. Le dice: "Tú me has quitado el demonio de la tristeza y el desaliento" (pág. 197). Ella y los hijos que acabarán llegando al matrimonio y que lo consolarán de tantas penas pasadas.


En definitiva, el libro me ha acercado al Rulfo ser humano, lejos del mito literario. Tal vez me han sobrado detalles nimios, aunque importantes para quienes se escribían, climatología, resfríos, saludos a la familia... Sin embargo, de repente, surge como un relámpago el escritor: "Por las noches deja de llover agua, pero siguen lloviendo recuerdos" (pág. 271). Con todo lo anterior creo que queda claro a quién puede interesar este conjunto de cartas escritas entre 1944 y 1950.

José Manuel Mora.

P. S. Dejo aquí una carta completa, leída por un actor con acento argentino. No importa. Es hermosa.







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