Bien tarde en el día, de Claire Keegan

Rareza

Compartir libros es una actividad gozosa. A veces la mera sugerencia es suficiente para descubrir autores interesantes. En otros casos, si la amistad lo permite, se intercambian los libros físicos, aunque eso vaya en detrimento de las librerías. En esta ocasión ha sido mi amigo Manolo quien me ha pasado un "librillo" de una autora de la que no había oído hablar. Keegan, Claire. Bien tarde en el díaBuenos Aires: Editorial Eterna Cadencia, 2024. Trad. Jorge Fondebrider. 57 págs. Éste breve número de hojas explica el término empleado más arriba. De hecho los franceses la hubieran denominado nouvelle, que es como ellos llaman a las novelas cortas.


Keegan es irlandesa (Wicklow, 1968). Estudió Filología Inglesa y Ciencias Políticas. Además de novelas, (Tres luces, 2010, publicada luego en formato reducido por The New Yorker y Cosas pequeñas como esas, 2021, de la que se ha hecho una película no estrenada), ambas traducidas por Fondebrider, es una reconocida cuentista desde su primera colección, Antártida, en 1999. Ha sido traducida a  más de treinta idiomas, según informan en la solapa y ha recibido diversos premios, entre los que se encuentra el galardón a Mujer del año de literatura en Irlanda. En la contracubierta, supongo que para animar las ventas, un tal Georges Saunders dice de ella: "Es una de las mejores escritoras de ficción del mundo". Y un pequeño apunte respecto al traductor. A pesar de mi gusto por los diferentes acentos con que se habla el castellano, es cierto que me ha resultado a veces excesivo el uso de giros porteños: "papel membresado" (pág.17); "no somos más que conchudas" (pág. 43). Me chirrían en un ambiente irlandés.


Un hombre maduro, Cathal, irlandés bien asentado, encuentra una mujer, Sabine, franco irlandesa, con la que parece entenderse hasta el punto de plantearle la posibilidad de irse a vivir juntos. Sin hablarlo, ella se irá ocupando de las tareas de la casa. Todo es cotidiano, hasta que la historia, contada desde la perspectiva de él, va mostrando los arañazos de la convivencia: ceder espacio en el estante del baño, dejar que la casa sea ocupada por discos, libros en francés, ropa de quien antes no vivía allí y que "quería hacer buena parte de las cosas a su manera" (pág. 38), lo que trastorna la monótona vida del aburrido soltero, que además mira mucho cada euro gastado, es un pequeño rácano. Al ver los estragos de la mudanza piensa "Quizá esto sea demasiada realidad" (pág. 47). Y poco a poco , lo que antes era agradable novedad, se va convirtiendo en silenciosa irritación que se hace patente en detalles nimios, provocada por una misoginia latente en él. En uno de los pocos cambios de perspectiva de la narración, ella le dice a Cathal lo que una amiga suya le expresó: "Una buena parte de los hombres de tu edad lo único que quieren es que nos quedemos calladas y les demos lo que ellos quieren, que fueron malcriados, y que cuando las cosas no salen como ellos quieren, se vuelven despreciables" (pág. 47). La cosa acaba en separación, algo que ya sabemos desde el principio, con la única compensación de no tener que plegarse a las exigencias de otra persona y no tener que gastar más de lo que acostumbraba "era dinero que no volvería a ver" (pág. 54). Todo muy triste, sin drama alguno. Keegan ha sabido retratar a un ser minúsculo, egoísta, en medio de sugerencias nimias que se cargan de sentido sin subrayados. La sobriedad se aprecia incluso en el estilo. Dejo aquí una imagen que sorprende por lo poco frecuente en el libro. "Se cruzó una sombra, un sobresalto de golondrinas que peleaban fraternas en lo alto" (pág. 13). Un apunte casi al final: el padre de Cathal, cuando él y su hermano ya estaban en la universidad, había apartado la silla a su madre cuando se iba a sentar, lo que hizo que ella acabara en tierra a sus sesenta año, con el plato roto y la comida en el suelo. Los varones se rieron. ¿Viene de ese aprendizaje la misoginia silenciosa del protagonista? Repetimos lo que vemos en casa, sin duda. El resultado es la soledad más triste, aún estando acompañado por una gata.  

José Manuel Mora.






















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