Una rareza
Ha sido curiosa la manera de llegar a este libro. En busca de uno que no fuera demasiado voluminoso para el viaje ibicenco, Adrián, mi librero, me recomendó éste. Como tantas veces, no había oído hablar ni del título ni de la autora. Lo que sí es cierto es que, al llevármelo, era consciente de que va aumentando el número de reseñas sobre escritoras en esta etiqueta de "libros recomendados", al igual que sucede en las páginas de los suplementos literarios de los periódicos. ¿Una moda? ¿Consecuencia de la cada vez mayor presencia de las mujeres en todos los campos del mundo editorial? No sé. Y da igual. Huertas, Begoña. El sótano. Ed. Anagrama: Barcelona, 2023; 119 págs. que se complementan con un epígrafe-despedida, "La novela que no escribí", constituida por una serie de ilustraciones de textos que aparecen muchas veces cubiertos por dibujos o fotos, o tachones.

Huertas (Gijón, 1965 - Madrid, 2022), especialista en literatura hispanoamericana, ha llevado a cabo tareas editoriales y ha dado clases de escritura creativa. Además de ensayista premiada, ha colaborado con diversos medios periodísticos como columnista de opinión y articulista, y ha escrito relatos, A tragos (1996) y, desde 1998, con Déjenme dormir en paz, ha publicado varios títulos, entre los que me quedo con uno que me ha resultado curioso, En el fondo: pide una copa, paga Proust (2009). A pesar de llevar treinta años en las librerías, no había oído hablar de ella. No se puede estar a todo... La novela que ahora reseño la publicó Anagrama de forma póstuma.
Me entero de su fallecimiento tras haber leído el libro y no sé si el ambiente que en él se respira tiene algo que ver con su dolencia: "La enfermedad no se elige, pero yo me comportaba como si hubiese tenido la culpa" (pág. 14). Lo que la autora señala es que se apoyó en la obra de Lucrecio,
De rerum naturae. De hecho, el título del capítulo final es el de la obra del clásico, que he de reconocer que no leí en su momento. De él surge la idea que comparte la escritora: "Compongo versos claros sobre una cosa oscura". ¿La enfermedad? Señala que "dos cosas merecen la pena en el mundo, el impulso creativo y el amor, si es que no son los mismo" (pág. 29).

Hablaba de "rareza" en el título de la entrada, dado lo extraño del arranque, una clínica que no se sabe bien qué trata, a la que se ingresa voluntariamente pero de la que parece difícil salir. Extraños son también los personajes allí recluidos y raras las relaciones que establecen entre sí. Son aquellos tan impersonales, están tratados con tanto desapego, que resulta difícil su identificación inicial y luego la posible empatía del lector hacia ellos, incluso hacia la narradora. No sabemos nada de ninguno. Naturalmente eso es algo que la escritora busca denodadamente. "El vacío del ser, el no ser, era un alivio" (pág. 73), dice en un momento; y más allá, "Éramos obcecadamente estériles" (pág. 75). Y una última cita: "La tacañería emocional era absoluta" (pág. 85). Esa falta de sustancia me ha provocado un distanciamiento importante a lo largo de toda la lectura. El libro está impecablemente escrito. "Yo pasaba la mano por el lomo de los días reconociendo con satisfacción la textura lisa de su superficie, siempre idéntica" (pág. 59). No he visto por ningún lado la relación con Lucrecio y su obra. No entiendo tampoco esa "novela no escrita" al final, compuesta de reversos de tramas, de tachaduras sobre escritos, de imágenes mutiladas... Y, a pesar de eso, concluye: "Después de todo, quiero hacerme entender" (pág. 119). Y lo hace desde la enfermedad inespecífica, que contrasta con la sinrazón del vivir de los sanos. Hay mucho dolor, mucha soledad, mucha incomunicación. Me ha sobrepasado.
José Manuel Mora.
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