The Brutalist, de Brady Corbet

Arquitecto

No estaba yo demasiado convencido. Más de tres horas de duración de la peli, a pesar del cuarto de hora de intermission, que aparecía en pantalla en las superproducciones de mi adolescencia, no animaba mucho. El que pudiera tener que ver con la arquitectura "brutalista" que descubrí en Londres hace ya tantos años, y el actor protagonista ganaron la partida. The Brutalist es candidata a los Oscars, ganó el León de Plata en la Mostra 2024 a al mejor dirección y su responsable, Brady Corbet, es no sólo director, sino actor en Olive Kitteridge, aunque no lo recuerde, y en este caso escribe también el guión. 


Que en el arranque de la película, tras unos créditos bauhianos, se haga mención al acuerdo de la Asamblea General de la ONU en 1947 de ceder territorio palestino a los judíos para que establecieran allí el estado de Israel, ya señala cuál es el sesgo ideológico de los creadores y de los productores. Al tiempo, en un plano secuencia oscurísimo, el protagonista, el arquitecto László Toth, (Adrien Brody), se abre paso, desde la bodega del barco que lo ha llevado a Estados Unidos, hacia la luz exterior, donde lo espera una Estatua de la Libertad que aparece vencida, no vertical, como un anticipo de lo que lo espera en el país que será el que lo acoja, después de huir de su Hungría natal, tras haber sobrevivido a los nazis y los campos de exterminio. Allá ha quedado su mujer y una sobrina. La recepción en el puerto de un primo suyo, y el abrazo emocionado que se dan, es uno de los momentos culminantes de la actuación de Brody.


Descubrirá pronto que esa tierra de promisión no es tal, que encierra un sinfín de barreras que dificultan la vida a los recién llegados: la discriminación por la raza, la religión, el origen, las dificultades laborales, todo son trabas que se oponen a la realización personal, a la felicidad, en definitiva, en esa sociedad donde el dinero lo gobierna todo. El American Dream se convierte en una auténtica pesadilla para el recién llegado. Cualquier trabajo será bueno para poder sobrevivir, lo que impedirá que pueda proyectar aquello para lo que se formó en la Bauhaus, edificios, espacios nuevos. Y, en ese sentido, el primero de sus diseños, la transformación de un espacio oscuro dedicado a biblioteca en un área luminosa en la que las batientes laterales ocultan o muestran las estanterías cargadas de libros, es una de las primeras sorpresas, por la fuerza expresiva de su imaginación. 


Su propietario, el refinado millonario Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce), acabará por ser su mecenas, al proponerle la construcción de un centro polivalente, que ha de ser único por su emplazamiento,  por su concepción de los espacios, por ser el homenaje a su madre muerta. A la vez su generosidad se deberá ver correspondida por una sumisión casi absoluta por parte del arquitecto. Hay una lucha por saber quién de los dos es el que toma las decisiones de materiales, de diseños, de luces. En la cosmovisión de Los EE.UU. de la época, y más ahora con el dueto Trump/Musk, el dinero es el dominante absoluto. El choque entre el "arte" y el "capital" muestra sus aristas más duras. Ya en la segunda parte, la llegada de la mujer en silla de ruedas aquejada de osteoporosis por la hambruna (Felicity Jones), supondrá el contrapunto necesario a toda la épica del inicio, ya que ella aporta la lucidez y la distancia necesarias, de las que parece carecer su marido, arrastrado por su sueño arquitectónico. Ella será también la protagonista del epílogo.


Las formas de hormigón acaban pesando, al no haber una visión de conjunto, ante la desmesura de lo narrado. Hay imágenes impagables, como las panorámicas de la cantera de  Carrara, con su blancor marmóreo. Pearce, que tanto me gustó en Memento, aquí me parece estereotipado, tal vez porque el director haya querido crear un antagonista excesivo. Sin embargo, tanto una Jones más discreta, como Brody, cuya entrega al personaje es conmovedora, acaban sosteniendo la película y poniendo en entredicho esa sociedad capitalista que pretende tener "alma", pero que acaba enterrada bajo el hormigón. Es cierto que, a pesar de lo excesivo de la propuesta, la película me mantuvo atrapado en la butaca a pesar de su duración. Como el estilo que da nombre a la cinta, no es éste un plato de gusto para todos los paladares. 

José Manuel Mora.









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