Dignidad y memoria
Esta vez ha sido el cebo de la selección como candidata al Oscar lo que me despertó la curiosidad. Más tarde, saber que el film se ambientaba en el Brasil de la dictadura, aquella de los años setenta. Eso hizo que no quisiera perdérmela. De su director, el brasileño Walter Salles, la wiki me dice que he visto Central do Brasil en 1998. Lo recuerdo en una bruma lejana. Más presente tengo Diarios de Motocicleta, de 2004, con la carismática figura del joven Che. Y ahora estrena Aún estoy aquí (Ainda estou aqui, en el original) un título revelador una vez que se ha visto la cinta.
No había gente joven en la sala. Veinteañeros con ganas de buen cine seguro que desconocen los sucesos de los que habla la película. Aquellos años 70 en los que no sólo Brasil, sino Argentina, Paraguay, Chile, Uruguay, eran víctimas de dictaduras militares en las que se detenía sin orden judicial, se torturaba, se hacía desaparecer a cualquiera que pudiera ser sospechoso, no de actividades delictivas, sino de meras simpatías ideológicas con quienes se suponía que pretendían poner en entredicho el poder omnímodo de las juntas militares. Guardo memoria imborrable, por ahora, de la novela de Leila Guerrero, La llamada, que retrata muy bien aquellos años en la Argentina de los milicos. Pues bien, ese recordatorio parece necesario para entender lo que Salles plantea a partir de las memorias de Marcelo Rubens Paiva. En ellas se relata cómo su madre, un ama de casa de vida desahogada, se ve obligada a desarrollar un activismo político al que ella era bastante ajena, tras la "desaparición" de su marido, antiguo diputado izquierdista y en ese momento arquitecto, Rubens Paiva. Escribo "desaparición", cuando lo que tengo en mente es secuestro, tortura, y finalmente muerte, algo que no se le comunica a aquella madre de familia. Se sabe que la incertidumbre respecto al destino de cualquier desaparecido puede ser más angustiosa que su real fallecimiento. Y es esa angustia lo que la hace iniciar una lucha por conseguir el reconocimiento de la verdad, manteniendo la dignidad de una madre de familia para quien es necesario defender la felicidad y la seguridad de sus hijos, al tiempo que pelea por el reconocimiento de lo que hace tiempo que sabe que sucedió y que no quiere que quede en el olvido. Y una de las muestras de la dignidad de la que hablo, se plasma en la foto que decide hacerse para un reportaje, en la que el fotógrafo pide que aparezcan cariacontecidos y ella exige a sus hijos que sonrían.
Salles acierta al contraponer la felicidad inicial de la familia, cerca del mar, con la hija mayor capturándola con su cámara super-8, las conversaciones intrascendentes, la adopción del perrito abandonado en la playa, con la detención de la madre y la hija para ser interrogadas, y la desolación definitiva ante la casa vacía que se ha de abandonar. Todo tiene un aire de autenticidad, acentuado por la fotografía en unos tonos que parecen de época, así como el vestuario y el atrezo del conjunto de personajes. La película se levanta así como un monumento a la memoria imprescindible para los individuos y para la sociedad. Que la extrema derecha bolsonarista haya querido hacerle boicot, se ha revelado como un error, puesto que ha conseguido que sea vista por millones de personas en Brasil y que haya sido seleccionada como candidata a mejor película.
No hay melodramatismo en la presentación de la historia, ni músicas lacrimógenas, ni tremendismo en las imágenes. Todo se sostiene sobre las espaldas de una inmensa actriz, aquí desconocida, Fernanda Torres, al parecer hija de quien protagonizó Central do Brasil, Fernanda Montenegro, quien aparece aquí brevemente. Torres es también candidata a conseguir la estatuilla como mejor actriz. Desde su desvalimiento inicial, ella consigue hacer creíble el mantenimiento de la cabeza alta, por sus hijos y por ella misma, el denuedo por mantener viva la memoria de su marido, volver a la universidad, convertirse en antropóloga que lucha por los derechos de las comunidades indígenas de la selva amazónica. Una auténtica heroína. Me entero ahora de que un mes después del estreno, el gobierno de Lula ha comenzado a extender partidas de defunción de los que desaparecieron. El director se extraña de que su país haya vuelto a tener un gobernante negacionista de todo aquello, elegido democráticamente. La misma pregunta vale para quienes votaron a Trump, esta segunda vez con conocimiento de causa, o aquí en Europa a quienes apoyan a partidos defensores de gobiernos de mano dura. ¿No hemos aprendido nada? Incluso los partidarios españoles de que las fosas comunes no sean abiertas para enterrar con memoria y dignidad a quienes en ellas fueron arrojados, deberían saber que ese binomio no quiere herir a nadie, antes al contrario pretende servir de recordatorio para que semejantes hechos no vuelvan a suceder. La apuesta de Salles ha sido abrir finalmente un espacio a la esperanza.
José Manuel Mora.
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