El Sur
Hoy toca madrugar. Tenemos excursión colectiva a la zona sur de la isla. Chove miudiño, que dicen en Galicia. La carretera discurre entre montículos cargados de pinos. Nos explican que el topónimo "Pitiusas", viene del término griego "pitys", que significa justamente pino. Se le dio ese nombre a estas islas meridionales, dada la abundancia del árbol en ellas. Las casas blancas, de planta baja, se diseminan entre ellos, formando una postal turística. Se ve incluso algún molino de aspas lineales. Rodeamos la capital y seguimos hacia el extremo de la isla, hacia el parque natural de Ses Salines, que integra también la zona marítima y se extiende hasta Formentera, ahora más protegida que antaño. Las láminas de agua dormida, que esperan su evaporación para dejar al descubierto la preciosa sal que contienen, no es un espectáculo ajeno a los que venimos de Alicante, teniendo tan cerca las de Santa Pola.
El bus se dirige hacia Sant Josep. Todos los pueblos aquí llevan nombre de santo, como podremos comprobar. No tiene nada de particular, tal vez que las construcciones respetan la estética de las de la isla, y que un naranjo en la puerta de la vivienda puede ser a touch of class, que decimos los ingleses. Nos informan de que las casas de segunda mano en la zona se venden por la módica suma de 350.000 €. Entramos en la iglesia del pueblo, algo más airosa en su interior, con una portalada que debe de proteger a los fieles de unas improbables lluvias, luminosa por dentro, y con algunas peculiaridades, como un púlpito de madera pintada, y el cuadro de un Cristo que gira sobre su eje lateral para dejar ver su espalda lacerada. Voy observando que a la entrada de las mismas suele haber un calvario esquemático con las tres cruces pertinentes. Curiosos.
El día se ha aclarado y la mañana ha quedado brillante. La sorpresa es grande al llegar a una playa recogida, vacía, íntima, dormida en su quietud. No molestan las casitas entre los pinos. Sólo hay ojos para descansar en esa superficie calma y azul. El restaurante donde vamos a comer está en primera línea. Nos tienen preparado un plato típico de aquí, para servir en una mesa redonda y servirlo desde el puchero. Se trata de arroç de matances, hecho naturalmente con cerdo. Muy rico. La mesa de diez sirve para socializar con gente con la que no habíamos coincidido todavía. Dada la mejoría del tiempo, salimos a tomar un café a la terraza, y allí damos cuenta de les orelletes, del flaó y la copita de frígola, licor de tomillo que probé por primera vez muy lejos del Mediterráneo, en Tudela de Duero, adonde la traía nuestro compañero el ibicenco, Antonio.
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