Una rareza
De la mano de mis libreras, cada una con sus gustos, me he venido de 80 Mundos con dos libros de autores desconocidos y publicados en una editorial de la que no tengo mucha cosa en casa, a pesar de su prestigio y de poner en la palestra a autores no demasiado populares. D'Ors, Pablo. Andanzas del impresor Zollinger. Barcelona: Ed. Galaxia Gutenberg, 2020; apenas 151 páginas en octavo, una rareza, como digo en el título de esta entrada, y no sólo por el formato. Parece que su primera edición data de 2003. Ya ha llovido. Y yo sin enterarme. Una vez más. Ha sido adaptada al teatro.
La rareza continúa con la figura de su autor. D'Ors (Madrid, 1963), cuyo apellido me sonaba familiar, resulta ser nieto del ensayista Eugenio D'Ors. Criado en un ambiente cultural alemán, se educó en Nueva York y luego estudió filosofía y teología en Roma. Acabó siendo ordenado sacerdote en 1991 y fue destinado a Honduras en misión claretiana de carácter social. Volvió a España y ejerció su pastoral en parroquias, en la Universidad y y en hospitales. Para completar el retrato, añadió a su currículo tareas docentes en dramaturgia y estética. En 2014 fundó la asociación "Amigos del Desierto" encaminada a profundizar en la dimensión contemplativa de la vida. Algo de todo ello hay en este libro, que no es el primero de los publicados por él. Su primera novela, Las ideas puras (2000), fue finalista en el Premio Herralde. Agrupa sus novelas en trilogías. Es además ensayista de largo aliento, y traductor. La meditación que él defiende pone el acento en la percepción, lo que parece proyectarse en el personaje de Zollinger, como comento a continuación.
En cada una de sus ocupaciones acaba incorporando algo a su experiencia vital. Como guardagujas, la precisión, aunque su aburrido cometido se vea alterado por la voz que avisa del paso del tren. "Estaba enamorado, perdidamente enamorado, de una voz" (pág. 32), la de la muchacha que lo alertaba de la llegada de la locomotora. En el batallón acaba descubriendo la amistad con su compañero Ferdinand, a pesar de la tristeza que lo embarga. En el impenetrable bosque aprende de la naturaleza que lo rodea: "El continuo y estimulante descubrimiento de los sonidos escondidos en los árboles" (pág. 74). Y así les irá poniendo nombres: "árbol-tren", "árbol-río", "árbol-viento"... Y si una arboleda puede resultar inspiradora, más difícil resulta encontrar algo que conmueva en la tarea de estampar sellos oficiales en los documentos municipales. Sin embargo "abandonó la oficina en la que durante las últimas siete semanas había descubierto la música secreta de los objetos" (pág. 110). Por eso hablaba más arriba de la "percepción" que tanto parece interesar al escritor. Como zapatero remendón terminará por lograr la satisfacción que produce el trabajo bien hecho.
José Manuel Mora.
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