La península de las casas vacías, de David Uclés

Ficción histórica

La aparición de dos entradas seguidas bajo la etiqueta de "Libros recomendados" se debe, como ya expliqué en la anterior, a la imposibilidad de meter en la maleta el que ahora paso a comentar. He estado con él entre mis manos casi todo el mes de marzo. UCLÉS, DAVID. La península de las casas vacías. Madrid: Ediciones Siruela, 2025, en su 12ª edición. 695 págs. La imagen de la cubierta, La Romería (1959), es obra de Rafael Zabaleta. Llevarme el libro a casa fue el resultado de un error. Por su título, di por sentado que tenía que ver con "la España vaciada", concepto tan de moda ahora. Enseguida descubrí mi equivocación. El título dado a la entrada es en sí paradójico, pero creo que se corresponde plenamente con el contenido del libro, como trataré de mostrar en estas líneas. 

Uclés (Úbeda, 1990) es lingüista, especializado en traducción e interpretación. Se maneja en alemán, inglés y francés. Y seguramente tiene nociones de gallego, euskera y catalán, dado que pasó varios años en esos territorios, además de vivir en Andalucía y Madrid, donde ahora reside. Por su primera obra, El llanto del león (2019), recibió el Premio Complutense de Literatura. Ni de ésta, ni de Emilio & Octubre (2020), historia de amor de dos varones, había oído hablar. Cuando publicó este libro el año pasado, se le concedió el Premio Cálamo al Mejor Libro del Año de 2024. Es además músico y pintor. Que en tan sólo un año haya llegado a ver doce ediciones indica el éxito del que disfruta, a pesar de lo consistente de sus páginas. Que Gibson o Gabilondo hablen de "asombro y agradecimiento" el primero, o de "libro extraordinario" el segundo en el fajín de publicidad ya es un buen reclamo. El escritor le ha dedicado 15 años de trabajo y de documentación exhaustiva. Esa península del título es para él "Iberia". Nunca usa la palabra "España", dada su convicción, no sé si tomada de Saramago, de la unidad política y cultural que él cree existente entre los dos países que conforman la Península Ibérica. 


He de reconocer que, desde el principio, no ha dejado de sorprenderme la potente presencia del narrador y las apelaciones a los posibles lectores: "Si algún lector encuentra esta descripción somera [...] que me busque [...]. Vuelvo a la acción" (pág. 26). Las cartas están sobre la mesa. Se muestra como dueño y señor del artefacto literario que tiene entre manos.  Incluso hay personajes que se saben conscientes de estar siendo leídos. "¿Y a los lectores? ¿Les explicamos a qué tanto miedo?" (pág. 73). Es el propio Uclés quien, al final de la historia señala: "Nacía mi abuelo, quien me iba a contar, antes de morir, todas las historias de este libro, las vivencias de nuestra familia jienense y de  Jándula, trasunto de Quesada" (pág. 694). Habla de hecho de "la matanza de nuestra familia" (pág. 110; la cursiva es mía). De modo que algo de "realismo" parece haber, aunque el hecho de que una familia pueda ascender al cielo al completo o citas como la que sigue: "Las gentes se habían bebido las lágrimas, el sudor, la sangre y las orinas hervidas" (pág. 57) en un momento de sequía extrema, hacen que estemos en otro registro, lejos de lo real. Tal vez por eso al cura del pueblo "no le hacía gracia cuando la realidad se tornaba mágica" (pág. 168). Llega incluso a ironizar: "¿A quién se le ocurre contar esta guerra de forma tan surrealista? (pág. 546). Y de nuevo la paradoja: para enraizar sucesos tan extremos, el escritor emplea localismos que me eran totalmente desconocidos: "tomiza", "estezonazos","abuzadas", "albéitar"... y que convierten a los personajes en seres de aquella tierra. En algún momento puede parece extrema la presencia de ese deus ex machina que es el autor: "Les quitaré la voz y la presencia" (pág. 179); incluso con sugerencias de piezas musicales que acompañen un fragmento determinado. Hay que entrar en su juego. Aunque a veces relativice su dominio: "No puedo saberlo. Vosotros sí, si hojeáis el final del libro" (pág. 180).


Sin embargo todo este juego metaliterario va dejando espacio, conforme avanzan las páginas, a un recuento del conflicto civil. Uclés llega a hablar de que se va acercando a la novela histórica; se queja de que ese periodo no se llega a estudiar en los institutos y está cada vez más lejos de analizarse en profundidad en las universidades. Y, aunque él mismo confiesa que "mis ideas políticas [¿las del narrador, las del autor?] son muy vagas" (pág. 249), se hace evidente su oposición al golpe de estado del general Franco. No obstante su crítica se extiende, porque "cabrones hay en los dos bandos" (pág. 81). Y así, la historia de los habitantes de Jándula, inventados o no, se va complementando con los sucesivos momentos del conflicto: la plaza de toros de Badajoz, el Alcázar, el Jarama, Gernika, la batalla del Ebro, la "desbandá" malagueña, hasta llegar al puerto de Alicante, instante que coincidió con el final de mi lectura en el mismo momento del año. Y con la posibilidad de que los personajes se encuentren con Alberti, con Gerda Taro, con Orwell, con Azaña, con M. Hernández, incluso de que el narrador le escriba un telegrama a Franco. Hay ecos unamunianos en toda esa presencia autoral en medio de la narración: "No leáis este libro como fuente, sino como ficción histórica" (pág. 278), nos dice. También llega a citar a Delibes cuando subraya "En la guerra no gana nadie" (pág. 598).


Odisto, su personaje principal, me será difícilmente olvidable, "un hombre que no viste ni nunca vistió ningún uniforme" (pág. 470). Al igual que la Casandra pueblerina que va anunciando lo que sobrevendrá, Eva. O la historia de amor entre José y Jacobo, conmovedora, por no hablar del enfrentamiento entre José y su hermano Pablito, "una guerra entre hermanos donde todos seréis cainitas" (pág. 280). La violencia lo impregna todo, aunque haya momentos de una gran fuerza expresiva: "Se paró a vomitar, arrojó un río débil de serrín mojado en sangre" (pág. 202). Y de nuevo el propio narrador puntualiza "Parece realismo mágico, pero fue tal que así" (pág. 578). La conclusión a esta opera magna no puede ser otra que "hay que recordar mientras se pueda. Vivir es recordar" (pág. 602).

José Manuel Mora.



Comentarios