La buena letra, de Celia Rico Clavellino

Intimidad dolorida

Siento recurrir  a una anécdota personal al inicio de esta reseña. Sucede que en el ya lejano 2014 leí la novela homónima de Chirbes, La buena letra, escribí el correspondiente comentario, que he releído ahora, y ni así he conseguido traer a mi memoria aquel texto que la película traslada a imágenes. Celia Rico Clavellino (Sevilla 1982), la directora y guionista andaluza, además de formación en audiovisual, tiene estudios en literatura comparada, y eso se nota en la precisión con que está escrito el film, con La buena letra de la que habla su título. Su buen hacer había quedado de manifiesto en su primera película, Viaje al cuarto de una madre, que no vi y que ganó un Gaudí por su guión, y también en Los pequeños amores, que obtuvo la Biznaga de Plata en Málaga en 2024. A pesar de todo ello, para mí, una auténtica desconocida. Creo que no olvidaré su nombre a partir de ahora. 


En la adaptación hay un cambio, y es que en la novela la madre cuenta su historia a su hijo. Aquí la criatura es una niña y todo se vive en presente, un presente de posguerra en un caserón de vencidos, en el que dos hermanos no han sufrido la misma suerte, ni tampoco han tenido la misma actitud ética ante lo sucedido. Las localizaciones del rodaje han sido múltiples, pero sirven a la perfección para captar el ambiente de un pueblo cualquiera valenciano, cercano al mar, claro. El mismo cuidado que ha puesto Sara Gallego en fotografiar el lugar, ha tenido también a la hora de captar los interiores. Los detalles más mínimos están tratados con tanta mimo que trasladan a quien ha vivido en parte ese tiempo a momentos de intimidad familiar: el colador de tela para la achicoria, las velas para ahorrar en  el recibo de luz, la máquina de coser, la imagen en su hornacina portátil que yo misma llevaba a casa de mi abuela desde la de la vecina... La iluminación que penetra por el ventanal, o la que proyecta un cono triste sobre la mesa a la hora de cenar, son exactas a como yo las recuerdo en Yecla. 


Y la figura central de Ana, mujer para todo: cocina de forma humilde y exquisita, cose para traer unas perras a la casa, cuida de la suegra y de la hija, atenta siempre a los cambios anímicos de quienes la rodean sin quejarse nunca, asumiendo que ese es su papel, en silencio, guardando secretos. Es emocionante el momento en que baila con su marido la canción de Machín, "Amar y vivir", como quien siente que tiene derecho a un instante de felicidad compartida. Ella se esmera en imitar con cuidado las palabras de otro, dejando claro así la cita con la que se abre la película: "la buena letra es el disfraz de las mentiras". Mentiras que ella dirá para salvaguardar la paz de su casa, después de tanta guerra y tanta miseria. Su marido, Tomás, (Roger Casamajor) compone un personaje derrotado, humillado, concentrado en sí mismo, al que es difícil arrancar una sonrisa. Su hermano Antonio en cambio (Enric Auquer) es capaz de aprovecharse de las situaciones para intentar sobrevivir. Bien es cierto que la cinta no sería la misma sin Loreto Mauleón. Será difícil olvidar sus miradas cargadas de sentido, sus silencios que tanto expresan. Hacía mucho tiempo que no veía una actuación tan intensa. 


Por momentos me vino a la mente alguna imagen de El espíritu de la colmena, con el mismo ambiente opresivo y silencioso, en el que la dignidad de Ana se mantiene hasta el final con todo el dolor del mundo. Otra manera de no olvidar.

José Manuel Mora.



            

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