Una quinta portuguesa, de

Cada uno, su herida

Sabía que tenía que verla. Me instaban a ello, además, todos los que ya lo habían hecho. Una quinta portuguesa es una coproducción hispanoportuguesa, escrita y dirigida por Avelina Prat, una valenciana que fue arquitecta antes de dedicarse al cine. Ha trabajado como script con conocidos directores y éste es su segundo largo. Del primero, Vasil (2022), ni noticia.


He aquí la historia de dos personas a las que parece que se les acabó el mundo tal y como lo conocían, a una edad a la que puede resultar difícil rehacer una vida. Fernando (Manolo Solo), a quien ha dejado su mujer sin una explicación, piensa que haciéndose pasar por otra persona lo puede lograr. Amalia (Maria de Medeiros), la propietaria de una hermosa quinta situada al otro lado de "la raya", es quien necesita un jardinero, puesto que ocupará quien dice llamarse Manuel. Ella proviene de la Angola colonial. Ni allí la quieren, ni aquí tampoco es del todo bien recibida, de ahí tal vez su retiro. ¿Puede él olvidarse por completo de quién era? Una elipsis brutal de diez años, que no necesita explicación, le permite aprender a hablar portugués con soltura y se establece una relación de amistad con la dueña y con la cocinera de la quinta (una divertidísima Rita Cabaço). Las circunstancias sin embargo lo obligarán a hacer frente a su pasado nuevamente. Y la inquilina serbia que habita su antigua casa (Branka Katic) es también una impostora cercana, con su secreto también. 


El guión está tan bien escrito que cada giro resulta sorprendente y asumible por los personajes, y por nosotros los espectadores. Todos buscan un nuevo lugar en el que asentarse para intentar ser felices, como plantas trasplantadas que tal vez puedan agarrar y crecer en una cotidianeidad tranquila, que se pone de manifiesto en las maravillosas charlas de Amalia. Manuel es más de escuchar. Todo fluye con calma. Ayuda la mirada profunda de Manolo Solo,
inquisitiva, pacífica, desconcertada. Y una Medeiros que, como el buen vino, ha madurado hacia una serenidad que se apoya en una bondad evidente, en una elegancia sin aspavientos y en una copa que ayuda a la comunicación. Son complementarios y se entienden con pocas palabras, confían el uno en la otra, se dan una segunda oportunidad. La música de cuerdas nunca llega a resulta inquietante, pero acompaña muy bien a esa localización que es todo un acierto. Se nota el ojo de arquitecta de la directora. El lirismo que desprende la historia la hace aún más conmovedora. Se disfruta mucho viéndola. Una gozada recordar mi olvidado portugués que aprendí en Salamanca.


José Manuel Mora. 


Comentarios

El Deme ha dicho que…
Una hermosa película sobre cómo sobrevivir reinventándose la existencia. Manolo Solo es un firme candidato, otra vez, a nominación a goya.