Dept. Q, de Scott Frank y Chandni Lakhani

Subsuelo

Tras viajar al Punyab en la anterior serie, nos quedamos ahora más cerca, en Escocia, concretamente en Edimburgo. Sin embargo apenas hay aquí exotismo a partir de las localizaciones. Y eso que la ciudad lo hubiera merecido, ya que es muy hermosa. Los creadores se centran en una planta menos uno, sin luz natural ni ventanas, con un retrete y unas duchas que muestran a qué se dedicó aquella sala, antes de convertirse en un archivo inmundo. Se trata del Dept. Q, dependiente de la comisaría del distrito situada en la planta noble. Sus creadores, Scott FrankChandni Lakhani han decidido instalar allí a sus personajes. Luego veremos por qué. Son también guionistas, a partir de una novela del danés Jussi Adler-Olsen. Adelanto que lo que nos llevó a empezar con ella fue el anuncio de que se trataba de los creadores de Gambito de dama, que tanto nos gustó y de Godless en el lejano oeste y  Monsieur Spade en la cercana Francia. Es una serie de Netflix, de nueve capítulos de una hora, que nos ha resultado tan apasionante que nos la hemos visto en plan maratón. Es muy posible que haya nuevas temporadas, dada la estructura y las novelas que son su base.


La serie arranca con una escena terrible que uno no se espera, in media res, sin explicación previa. Carl Morck (un atormentado y "malahostia" Mattew Goode), el protagonista londinense afincado en Edimburgo, es encargado por su jefa, Moira (una dura Kate Dickie), de resolver cualquiera de los múltiples casos que han ido quedando apilados en cajas en ese sótano, el Departamento Q del título. Selecciona uno de ellos, tal vez al azar, el de la desaparición de Merritt, fiscal (una atormentada Chloe Pirrie), de la que no se sabe nada desde hace cuatro años y que se encargaba de un hermano afásico. Para desbrozar tanto material, le asignan un ayudante sirio, Akram (Alexej Manvelov), que ni siquiera es policía, de extrema contención y de métodos de lo más expeditivos, como irá poniendo de manifiesto, aunque él permanezca en un mutismo casi absoluto. La tercera en discordia es Rose, una joven policía traumada (Leah Byme), apartada de la acción, una pelirroja que acaba demostrando que ha sido infravalorada. Estos son los mimbres humanos que intentarán hacer luz en unos conflictos que a veces cuesta seguir, al ser difícil retener tanto nombre, aunque se acabe consiguiendo.

La manera en que los creadores muestran toda la trama no es en absoluto lineal. Abundan los saltos atrás, las secuencias que acaban siendo un sueño, el inquietante espacio en una claustrofóbica cámara hiperbárica para la que no hay explicación de entrada... El visionado, con estructura de thriller, es complejo, muy british. Y sobre todo es una serie con protagonista absoluto, un antihéroe machacado por su profesión y por la vida y que ejerce de irónico tal vez como modo de supervivencia, un Goode al que no he reconocido a pesar de haberlo visto en series y pelis en las que ha actuado. No creo que a partir de ahora se me despinte. Está inmenso con su mirada que parece taladrar a quienes tiene enfrente. Y los diálogos que le han escrito le proporcionan unas réplicas inteligentes y sarcásticas. No es el único con el ánimo quebrado. Hay también una psicóloga (Kelly MacDonald) que se convierte en alguien necesario para la salud mental del comisario Morck. Por no hablar del imperturbable Akram, un magnífico actor al que vi en Chernobyl, aunque no lo he reconocido, claro. Hemos acabado atrapados por todos estos personajes sufrientes en esta trama de misterio y violencia, en la que la intuición de sus protagonistas no llegaría a nada si no fuera por su trabajo en equipo. Esperamos continuación.

José Manuel Mora.




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