Cuando yo era pequeño, había cines en los que se proyectaban dos películas la misma tarde, por ejemplo en el Cinema Roxy, situado frente a mi escuela, todavía no se llamaban "colegios". Por un precio más que razonable, pasabas la tarde. Que me proponga reseñar dos pelis en la misma entrada se debe tal vez a que no me da tiempo a hacerlo por separado. O bien, que ambas son de una extrañeza notable; aunque ambas lleven títulos en inglés, la primera es china.
Naturalmente, no había oído ni nombrar a su director, Guan Hu. Tampoco sabía de su estreno ni de su pase por certámenes de prestigio, como en la Seminci pucelana, o en Cannes. Si no hubiera sido por mi sobrino Julio, me la hubiera perdido. Incluso me tocó ir a los Aana de San Juan. No sé si los del centro de la ciudad no se atrevieron. Éramos media docena de personas. En parte escribo esto para animar a ir a verla. Cuando viajé a China, sobrevolé el desierto de Gobi a gran altura pero, a pesar de ello, me asombró su orografía, su desnudez, aquí maravillosamente fotografiada porWeizhe Gao en su sequedad, teñida de ocres, de grises oscuros, erizada de un viento inmisericorde. Y es ahí donde la cinta se ubica, en el año 2008, el de los Juegos Olímpicos de Pekín, en una aldea perdida, Quixia, a la que tal vez el mejor término para describirla podría ser el de la desolación. Cuesta creer que en un lugar así, con puesto de policía, hospital con tecnología adecuada, móviles de aquella época, los bloques de casas se estén viniendo abajo, vacías, o vaciadas, antes de ser derribadas, el antiguo teatro esté casi en ruinas... Aparentemente no hay más actividad comercial que el pequeño mercado callejero, una incomprensible hamburguesería, cuyo dueño cría serpientes, muy apreciadas allí para platos cocinados, una estación de tren, incluso un circo ambulante. Uno se pregunta de qué viven los viejos que juegan en el bar.
Allí llega Lang, (extraordinario, sobrio, Eddie Peng), quien acaba de salir de presidio, razón por la que debe ser controlado por la policía y no es demasiado bien mirado por alguna gente que sabe de dónde viene y lo recuerda, aunque para otros fue popular y admirado. La aldea está infestada de perros callejeros, alguno con posible rabia. Y el ayuntamiento decide organizar una patrulla canina para cazarlos y erradicarlos, en la que se integra Lang. Éste acabará encariñándose con un perro negro que parece tener malas pulgas, pero que terminará por aceptarlo como su amo. Entre el muchacho que se marchó a la cárcel y el que llega diez años después hay una enorme diferencia. Al actual parece costarle hablar, tan sólo lo hará con un antiguo amigo, quien se pone a tocar la guitarra de Lang y nos sorprende con una pieza española, "Recuerdos de la Alhambra", de Tárrega. Es un ser doliente, que prefiere la soledad por encima de todo y que encuentra en el perro la compañía que necesita.
Es una peli de silencios, de venganzas, de retos incomprensibles, de soledades insuperables, de panorámicas de una belleza que estremece, de incomunicación profunda, que sólo parece posible de ser superada entre el animal y el muchacho.Hay que esperar al plano final para poder verlo sonreír. No diré por qué. Y una anécdota final: el actor acabó adoptando a la perra al terminar la filmación, dada la relación que habrían establecido durante el rodaje. Si a uno le gustan las pelis que se salen de los márgenes establecidos, esta puede atraparlo, con seguridad. Algunos la han considerado como un westernchino. Dejo, como siempre, el tráiler en V.O.S. porque escuchar a chinos hablando en español se hace raro y poco creíble.
Y en este imposible programa doble que me he inventado, alternando cine y televisión, llega la segunda que quiero comentar, "imperdible" para quienes gustan del blues.
He de empezar diciendo que no soporto las de vampiros, por eso me negué a verla en la plataforma HBO MAX que tenemos en el televisor de casa. Me tuvieron que insistir mucho para que lo hiciera. Probablemente lo que me acabó convenciendo fue la banda sonora que escuchaba mientras leía la prensa en la terraza de casa. Su director y guionista, Ryan Coogler me era desconocido al no haber visto trabajos suyos anteriores, como Black Panther; no sigo el universo Marvel tampoco. Estaré atento a partir de ahora, dado lo que me ha gustado esta cinta, Sinners, que significa "pecadores", como todo el mundo sabe. Conviene quedarse hasta el final de los títulos de crédito, porque vuelven las imágenes a modo de coda.
Al hondo Sur, en un pueblo del Delta del Misisipí, llegan desde el Chicago de los años treinta, dos hermanos gemelos, mafiosos, Stake y Smoke (ambos son interpretados por un alucinante y poderoso Michel B. Jordan), con ánimo de ganar dinero montando una cantina, estamos en plena ley seca, que ha de servir también como sala de baile, en el viejo aserradero que compran para ello. El racismo de la sociedad de la época y su corolario, el KKK, están en el trasfondo de la historia. Contactan con su primo Sammie (Miles Caton, pedazo de voz), hijo de un predicador, quien toca la guitarra de manera prodigiosa y canta como educado en un corogospel. Su manera de interpretar elblues, que aquí se muestra como el árbol genealógico de la comunidad afroamericana, es asombrosa. Y cuando se inicia la noche de la inauguración, acompañado de un viejo pianista callejero (Delroy Lindo, a quien recordaba en The Good Fight), la música convoca a la fiesta a toda clase de intérpretes y bailarines, con sus instrumentos, sus danzas, desde las de origen indio, a las de street dance, pasando por otras de raigambre africana, en un totum revolutum alucinado y atrapante. La música se convierte en un personaje más. La ambientación, el vestuario, la iluminación, son tan auténticos que lo trasladan a uno a esa época.
Y en un extraordinario giro de guión, el director hace que aparezcan fuerzas oscuras, atraídas por la garra de una música que es capaz de romper los cielos y también de acercar a quienes están ya del otro lado, vampiros supremacistas blancos, que no dejan de ser metáfora de la violencia racial, chupadores de sangre negra, como han estado haciendo en los campos de algodón durante siglos. Ellos también cantan, un relamido folk. Es violenta y al tiempo tremendamente humana. Los toques de humor sorprenden al espectador. Convive el sexo con la brujería y todo resulta aceptable, resolviéndose en una noche infernal.
Tan aceptable como el borrado de la historia estadounidense que pretende Trump (léase a la española, por favor), defensor del supremacismo blanco y ultrarreligioso, que no ha dejado de estar latente en aquella sociedad. Ellos, y detrás nosotros, podemos perder muchos de los derechos ganados a poco que no plantemos cara a tanta barbarie.
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