El cautivo, de Alejandro Amenábar

El contador de historias

Independientemente de las críticas previamente leídas, no demasiado favorables, sabía que iría a ver esta peli, más tratando la figura de D. Miguel. Sigo a Amenábar desde hace tiempo, no siempre con el mismo acierto a mi parecer. Aquí dejo dos reseñas, una más lejana en el tiempo,  Ágora; otra más próxima, Mientras dure la guerra. Si no  escribí nada sobre la que posiblemente sea la suya que más me gustó, Mar adentro, ello se debe a que todavía no se había creado este blog, que nació en 2008, asociado al Módulo de Biblioteconomía que encabecé hasta mi jubilación en 2009, y que decidí continuar por libre, sin ajustarme a las áreas de conocimiento de aquél, que fue como surgió, y sintiéndome más libre para introducir otras etiquetas más personales. Llega así lo último dirigido y escrito por Amenábar, una historia que me atraía por estar centrada en el periodo de cautiverio que sufrió Miguel de Cervantes en Argel, entre 1575 y 1580, del que apenas nada sabía, salvo lo que se trasluce en la primera parte del Quijote. Se trata de El cautivo


Sabía que no me iba a encontrar con una biografía filmada, sino con la parte de la misma que al director le ha interesado transmitir. Y empieza interponiendo a un narrador externo, un tal Sosa, de posible origen portugués, (imponente, Miguel Rellán), quien va dando cuenta de la llegada de un nuevo cargamento de apresados en el mar, entre los que se encuentra Cervantes. Nada dice Amenábar de que con él llegó también su hermano. Pero al director, como al escritor, le interesa más contar historias, improvisarlas el segundo,  ante un público que sólo escapa de su encierro a través de lo que él cuenta, como una nueva Scherezade, que procura mantener el suspenso ante el bajá para lograr suavizar su situación. Y ya el primer puntazo quijotesco se le ha ocurrido al director al hacer entrar a los dos frailes trinitarios, como trasuntos del caballero y su escudero (César Sarachu y Jorge Asín). Al tullido cuentacuentos (un Julio Peña para mí desconocido y que me parece bastante solvente), que viene de haber peleado en Lepanto, le sobra experiencia para inventar argumentos con los que entretener a sus compañeros de encierro y a Hasán, el bajá (el italiano Alessandro Borghi, demasiado raffinato para mi gusto, como todo lo que rodea a su estancia, hammam y demás, tan kitch por otra parte), que escucha inicialmente oculto. Que el progresivo acercamiento entre ambos a través de la palabra en un principio, pueda dar paso a una historia de amor es la propuesta del director, lo que tampoco sería tan extraño, dado lo acostumbrados que estamos a ver lo que sucede en los dramas carcelarios (El expreso de medianoche, de 1978, sin ir más lejos). A eso se puede añadir un muy diferente modo de vivir la sexualidad, la de la península, bajo el azote de la Inquisición, (ahí está el fraile que  lo acabó acusando de sodomía a su regreso a España y que aquí interpreta Fernando Tejero, un malo demasiado de una pieza) y la de la sociedad argelina, tan segregada por sexos, lo que hace que se confraternice más entre varones. Es magnífica la ambientación de las calles de la ciudad y hay un par de temas musicales que me han atrapado. Los guionistas han decidido añadir el plan de escape para darle algo más de fuste a la historia, con su componente de aventura. De hecho y en la verdad histórica, lo intentó en cuatro ocasiones, lo que no provocó en ninguna de ellas su posterior ajusticiamiento.


Y es todo ese relato dentro del relato lo que me acerca a aquella realidad, exclusivamente masculina, llena de favoritismos, crueldad, solidaridad, odios. La única mujer es la protagonista de la historia que Miguel inventa. Lo que tanto escándalo parece haber causado a las todavía bien pensantes mentes académicas y las que no lo son, la supuesta homosexualidad del escritor, reprimida o vivida como forma de supervivencia, a mí me ha dado un poco igual. Prefiero imaginarlo releyendo a Garcilaso o haciendo reír al bajá con las aventura del pícaro de Tormes.


Me ha interesado más el trasvase entre religiones, el propio bajá es un converso veneciano, la valoración de las personas en tanto que seres humanos y no por su pertenencia a un grupo, el barbero lo tiene claro y no quiere volver. Es cierto que la peli no ha llegado a conmoverme, pero me ha resultado entretenida y ha dado alas a mi cabeza para que imaginara cómo podía ser la vida en una fortaleza que, para un alicantino, tiene tanto del castillo del Benacantil, como del recinto de Santa Pola, o de la Cova dels Arcs de Benitatxell. 


Una vez más, como con Hipatia, o con Unamuno, Amenábar ha querido contar una historia, esta vez posiblemente más cercana, según reconoce en entrevistas, a su propia sensibilidad. Y ha dejado que su imaginación campe por sus respetos, aunque al hacerlo con una figura tan señera como la de D. Miguel, pueda levantar ampollas. Nada que objetar. 

José Manuel Mora.






Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Muy bien.