Creíamos conocerlo todo...
Hoy el objetivo es claro, queremos pasar la mañana en la Kunsthalle (Museo de Bellas Artes, para los que no sabemos alemán). Vimos ayer anunciada una exposición dedicada a un escultor moderno que se encuentra entre nuestros favoritos, Alberto Giacometti. Llegamos con la sensación de conocerlo bien, pero estas muestras están tan bien montadas, que los paneles explicativos (alemán/inglés, felizmente) aportan información que no teníamos. Y delante de nosotros aparecen los retratos-bustos, las figuras hieráticas femeninas, tan egipcias ellas, las masculinas con un pie adelantado, todas con superficies torturadas por el escultor con instrumentos de precisión.
Las obras de la colección permanente arrancan en la Baja Edad Media, sin piezas impactantes. En la sala dedicada al mar, como no podía ser de otro modo, dado que estamos en una ciudad hanseática, hay un barco que cuelga del techo, cargado al modo en que iban los que comerciaban con sal y tantos productos importantes para las ciudades del Báltico. Más allá, varios Delacroix y dos magníficos Manet y Monet éste, de enorme de tamaño. Hay, claro, pintores alemanes de esa época que desconocemos, hasta llegar a a los clásicos Renoir, Toulouse Lautrec, Cézanne, Van Gogh... Y gozamos de ellos.
Y, como se hace la hora de comer, bajamos al restaurante del museo, el "Canova". El sol entra radiante por los ventanales que dan a mediodía, y gente joven de nuestra edad come y charla sin estruendo alguno. Gracias a un camarero latino conseguimos saber qué ofrece la carta en alemán. Y nos traen un plato para compartir con media alcachofa coronada de trufa y unas setas rebozadas, todo cocinado con esmero. De segundo, pescado con "gamba" y caldo de la cocción servido aparte. Dos cervezas y dos macchiati. No hemos encontrado en el país los menús turísticos españoles con dos platos, cerves y postre. Aquí se elige un plato de la carta y con bebida, postre y café y suele costar 30€ por persona. Si comes un kebab, o salchichas tirolesas, o pizzas, la cuenta baja, claro. Pasamos un rato bien agradable, charlando y viendo a la gente pasar de paseo sabatino por el borde del canal zigzagueante. ¡Qué suerte estamos teniendo con el tiempo!
Sabemos que nos queda medio museo por ver, todo ya con obras actuales, lo que se anuncia desde la misma entrada a esa sección con un par de piezas, cuanto menos, llamativas, que nos hacen incluso reír con sus referencias a la ciudad y al escultor invitado. Luego llegan los grandes: Picasso, Juan Gris, Kandisky, Liberman, Beckman...
Se nos propone luego adentrarnos en una sala completamente oscura, iluminada por infinidad de lucecitas led colgadas del techo invisible, que van cambiando constantemente de color al ritmo de una música suave y que se reflejan en un suelo espejeante. Todo ello produce un efecto relajante, y me siento en un rincón a disfrutar del espectáculo y ver a la gente circular en medio de esa selva de colores fascinante, hipnótica, inmersiva. La obra es de una mujer, Pipilotti Rist, videoartista de 63 años. Dejo a continuación un vídeo para que los improbables lectores se puedan hacer una idea.
Quiere chispear, pero no lo logra. Y ya de noche volvemos hacia el hotel por una ciudad que hemos hecho nuestra. Las calles están llenas de gente que ha salido en plan finde. A pesar de ello, las tiendas van cerrando a las siete de la tarde. Muy formales. Quedan restaurantes y puestos de kebab. Los turcos inmigrados han conseguido que su comida típica se encuentre ahora en toda Alemania. El mestizaje, que le dicen. Llegamos al hotel tan cansados, que ni nos animamos a salir a cenar. Mañana habrá que comenzar con una nueva ciudad. Ésta nos ha merecido mucho la pena.
José Manuel Mora.














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