Ciudad reconstruida
Nuevo día. Nuevo viaje. Al no llevar asiento fijo, podemos adelantar la salida en un tren lleno de estudiantes y trabajadores que tiene dos niveles. El trayecto dura hora y media, salimos a una plaza amplia, con la fachada de la estación a nuestras espaldas, de tono ocre claro, ciertamente imponente en su recargado adorno, con cuatro altos ventanales bajo el enorme arco que los acoge. Nuestro hotel, el Plaza Premium Columbus está justo enfrente. Aquí la tasa turística es baja, 1'50€ por persona y noche.
Una vez instalados, nos encaminamos hacia la parte vieja. La ciudad fue muy bombardeada y mucho de lo que vemos es nuevo o antiguo, restaurado con tino. Antes de cruzar un riachuelo zigzagueante a modo de foso defensivo, encontramos una figura curiosa sentada en un banco. No podemos resistir la tentación y nos fotografiamos con señor tan elegante, Loriot, célebre artista de cabaré. Creo que lo hace todo el mundo para echar unas risas. Soy poco dado a salir en las fotos. Aquí era necesario.
A la derecha del puente, sobre una colina, un molino de aspas, el Mühle am Wall. Se construyó a finales del XIX y se restauró hace poco tras un incendio y unas bombas que le cayeron. Es ahora una cafetería y queda como de postal. Al otro lado del puente, una manifestación bastante numerosa, con críos cargados de pancartas, banderas, pitos y gritos, que parecen protestar por la situación de la educación en la ciudad. Hay preuniversitarios y casi niños. La policía ha parado el tránsito. Los protege. Contrastes entre lo viejo y lo nuevo. ¿Cuántos adolescentes se manifestarían así en mi ciudad?
Como sucede cada vez con más frecuencia, todas las ciudades van teniendo su "tontódromo", con sus tiendas de moda de marcas conocidas y sus terrazas para que la gente se siente a tomar algo, ya que está peatonalizado. Ésta también lo tiene, pero con una peculiaridad, se inicia con un grupo escultórico a pie de asfalto, de 1974, formado por un pastor que toca un caramillo, seguido por su perro y una piara de lustrosos cerdos, todos ellos en bronce dorado, no sé si por el paso del tiempo o el contacto de las manos de la gente. Todo el mundo se para y los toca, sobre todo los niños. Parece que el grupo escultórico quiere recordar el camino que llevaban los animales hacia el mercado, no muy alejado de allí.
En la misma plaza se encuentra la Sede del Parlamento del Estado de Schleswig-Holstein, no sé si he sido capaz de llegar a pronunciarlo correctamente. También se halla la de la Universidad, y la Rathaus, más fácil para nosotros nombrarlo como el Ayuntamiento. No hay coches que transiten la zona. Sí, tranvías silenciosos y las consabidas bicicletas que pasan a toda velocidad. Y vemos una cola, y nos entra la curiosidad. Se trata de gente que espera poder fotografiarse con los que luego sabremos que son lo "Músicos de Bremen" (1951), animales de un cuento de los hermanos Grimm, que yo desconocía, y que algunos consideran símbolo de la ciudad, como ejemplo de que la unión hace la fuerza. Hay también otra escultura, ésta, imponente, que atrae miradas y objetivos de todos los escasos turistas que pasan cerca. Se trata de Rolando, héroe de la ciudad. El lugar en su conjunto, a pesar de saberlo reconstruido, tiene un magnetismo que lo hace a uno situarse a finales del medioevo.
Buscamos dónde comer, siguiendo la sugerencia que nos han dado en el hotel. Y lo hacemos en el del Oberseas Museum, etnográfico, que no visitaremos y que está en la misma plaza, pidiendo puré de coliflor y pescado al curry con verduras y arroz. No sé si es cocina muy alemana. Al final del viaje concluiremos que ésta brilla casi totalmente por su ausencia. Hay sin embargo mucha cocina italiana, a la que recurrimos cuando no hay cartas en inglés.
Llegamos así al extremo de la isla. Queremos localizar el museo que visitaremos mañana. Frente a él, un edificio con aire medieval, neorrománico, de 1910, que alberga instituciones contrapuestas: la jefatura de policía, y a su lado una biblioteca pública. Luego sabremos que sirvió de cárcel a los jerarcas nazis de la gestapo.
Y vamos volviendo. Los edificios que vimos a mediodía van iluminándose y todo cobra otro aire, más monumental. Las calles están cada vez más vacías, a pesar de ser finde. La mole del Tribunal Regional de Bremen, de 1895, sorprende por la artesanía de su fachada; sus alegorías en forma de gárgolas que muestran cabezas de medusas, dragones, musarañas. Y lo coronan dos torres cónicas no muy altas. Se salvó de las bombas. Más allá, el antiguo ayuntamiento, con sus arcadas y el nuevo, al girar. El conjunto puede trasladarnos a otra época. Ambos se salvaron también.
Por completo anochecido, vamos regresando y, atraídos por música reggae, nos metemos en la Markthalle Acht. Recuerda esos mercados que se han ido convirtiendo en lugares de tapeo y copas. Está a reventar de gente de todas las edades. No sólo hay tabernas y restaurancitos, sino incluso un taller de cerámica donde varias personas modelan. Los clientes recogen en los mostradores los pedidos y eligen mesa, normalmente compartida. Nos llama más la atención que, cuando terminan, se ponen en cola para arrojar los desperdicios a los contenedores apropiados y entregan el servicio al encargado de lavarlos. Lo hacen disciplinadamente. En la foto que dejo, al fondo, se lee "Tapería la Piconera". Nos pedimos tortilla española y cerveza. Y disfrutamos volver a los sabores de la tierra. La música suena, pero permite hablar.
Cuando salimos de allí, no podemos con nuestras almas, ni con los trece kilómetros que dice el teléfono que hemos hecho. Nos alegra comprobar que volvemos sin su ayuda, controlando ya esta pequeña joya hanseática.
José Manuel Mora.



















Comentarios