Hamburger Kunshalle,
En nuestro segundo día en la ciudad, se impone ser prácticos. Necesitamos confirmar el tren de mañana y nos dirigimos a pie a la Bahnhof, esa palabra que completa es impronunciable y que quiere decir "estación". Se construyó en 1906 y de lejos ya impone. Su aspecto, gracias a su estructura de hierro, resulta apabullante pero, conforme nos acercamos, lo es aún más, con su torre de reloj a la entrada. Dentro, el bulle-bulle de viajeros compite con el de un hormiguero. Un jefe de estación de gorra roja, en perfecto inglés, nos indica la hora exacta y el andén.
Al salir, seguimos hacia el norte, al Hamburger Kunshalle, en cristiano, el Museo de Arte de la ciudad. Cuando nos aproximamos, una cúpula verde anuncia la antológica que se presenta: "El Surrealismo en relación con el Romanticismo", asociación que no se me habría ocurrido nunca. Como no hemos leído nada previamente, no nos hacemos idea de su tamaño. La parte más antigua se concluyó en 1869, veremos que es neobarroca. Si hubiéramos entrado por su puerta norte, nos habríamos preparado para lo que nos esperaba. Si el lector de estas líneas no está interesado en pintura, puede saltar al siguiente párrafo. La entrada cuesta 16€. Al final nos parecerá barato. En la temporal hay un auténtico gentío. Menos mal que los grupos llevan pinganillo y no se les oye nada. Los autores que se incluyen son mayormente conocidos, aunque no así las obras expuestas. Los paneles explicativos están también en inglés, lo que ayuda a entender la propuesta de las posibles relaciones entre ambas etapas, como el contacto con la naturaleza y el mundo de los sentimientos. Dejo aquí unas muestras.
Tras un café rodeados de ancianos de buen ver, nos animamos a ver la permanente. Hay que ascender por una escalera regia. La sala con la que se abre la colección es enorme y el cuadro que la preside, historicista decimonónico, no le va a la zaga. En la sala contigua una maestra explica a un atento grupo de criaturas sentadas en el suelo.
Nosotros nos fijamos en el maravilloso retablo tardo gótico que se expone a la izquierda y que podría competir con los de Castilla. Nos recreamos en cada uno de sus casetones, admirando la precisión de tanto retrato distinto. No sabemos si lograremos orientarnos, tantas son las salas. A veces se agrupan por cronología, otras por temática. Descubrimos autores famosos aquí y desconocidos para nosotros: Liebermann, Runge, Menzel... Y de repente, una escultura llena la sala vacía: un Rodin, un Matisse...
Aquí casi no hay gente, se disfruta lo que se ve. Hay además una propuesta del museo, unos cartelitos con preguntas que interpelan al espectador: "¿Exotismo o voyeurismo?, ¿Explotación o mirada social?". Hacen pensar. Buscando dónde comer pasamos por un túnel subterráneo hacia el "cubo" que alberga lo "moderno": estadounidenses, europeos, una coreana, y una parte especial, dedicada a un sueco que no conocíamos, Anders Zorn. No creo que lo olvide. Acuarelas asombrosas, finiseculares nos dejan sin palabras. No exagero. Luego óleos de orientación andaluza y moruna. Acabó retratando a potentados yanquis y a los reyes de Suecia. Un descubrimiento.
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