Hamburgo

De donde las hamburguesas y más

La idea, tal vez romántica es realizar un recorrido por las ciudades hanseáticas, las pertenecientes a la antigua liga de comercio marítimo que se desarrolló por el Báltico. Volar a las cuatro de la tarde no exige madrugar, pero supone llegar de noche a destino. El aeropuerto de Hamburgo es inmenso y desangelado. Hay que coger un trenet para ir a la ciudad, marcado con S-1. Los billetes se compran en máquinas con las que no estamos familiarizados. Nos ayudan en inglés. Cambiamos en Berliner Tor para bajar al subsuelo, la conocida  U, línea 4 para llegar a la parada de Hafencity Universität, que nos deja cerca del Holiday Inn. El hotel es moderno, cómodo y a esas horas nos sirven en el bar una especie de pizza exquisita con cerveza. Relajados ya. 



A la mañana, al descorrer la cortina, encontramos el otoño vestido de ocres, cambio brusco desde el veroño alicantino. El desayuno bufé, excesivo, como suele en estos hoteles . El nuestro es de un diseño duro y funcional, junto a un parque longilíneo, el Lohsepark.

Y salimos a unas calles vacías , suponemos que niños y trabajadores están donde deben. A mediodía veremos cómo se van llenando de gente que charla, fuma, mira el móvil, como en cualquier ciudad nuestra. Vemos velos musulmanes, africanos, orientales y los que no se diferencian por sus rasgos y también son foráneos. Los de la AFD lo tienen difícil para "limpiar" su país de gente que lleva generaciones integrada. En esta zona sur de la ciudad, entre canales, se levantan edificios de corte moderno, con balcones asimétricos, fachadas de piedra roja, todo muy lineal. Y pronto vislumbramos a lo lejos la Elbphilarmonie, uno de los puntos de atracción turística, dado su diseño y su balconada panorámica, a orillas del río Elba y de uno de los mayores puertos de Europa. Lástima que no queden entradas para el concierto vespertino. La sala debe de resultar impactante por su espacio y su sonoridad.


El acceso es gratuito y la cola que  se forma no nos arredra y subimos por una cinta sinfín, que discurre por un túnel de blancura brillante. Al salir al balcón circundante, hay que ir con tino para no tropezar con la juvenalia y sus selfis, con familias al completo y mucho jubilata. Hacia levante el sol se abre paso y arranca brillos en la superficie del río y despierta los colores de las barcazas atracadas en sus orillas.



Asomarse a la barandilla produce vértigo. El diseño interior es vanguardista: cafetería, tienda de regalos donde la gente compra imanes, tazas o camisetas como si se acabará el mundo.



Nosotros ya salimos, dispuestos a perdernos entre puentes que cruzan canales, en dirección al centro. Es el barrio conocido como Speicherstadt, levantado sobre pilotes de madera, a finales del XIX, cuando la ciudad era puerto franco, con edificios de tres plantas, de ladrillo rojo, en estilo neogótico, ahora Patrimonio de la Humanidad. En algunos de ellos hay ahora teatros y museos, como el de las miniaturas, que nosotros no veremos.


Siguiendo la orientación de su aguja, damos con St. Katharinen, levantada en el XIII, ahora luterana, desnuda en su interior, como corresponde, con sus paredes encaladas, como en un cuadro de Vermeer. Con todo, han respetado mantener algunas tallas medievales y otras renacentistas. Las vidrieras son modernas, al haber sido destruidas por los bombardeos ingleses. Suena un potente órgano con aires de Bach. Nos quedamos al concierto. Hay gente que ha venido exprofeso.




La siguiente aguja que señala el cielo es la de St. Nikolai de un gótico flamígero que debió de ser imponente. Es lo único que queda tras ser arrasada, primero por el fuego, en un incendio en el XVIII y tras su reconstrucción, por las bombas. Se ha convertido en un lugar de memoria. Desde lo alto de sus 75 m. debe de haber una buena panorámica, pero el ascensor, "Broken". En lo que sería el ábside, un mural de Kokoshka, un Ecce Homo terrible.



Los puentes que seguimos cruzando dejan a veces la sorpresa de una marea baja con un fango gris reluciente y húmedo. Las calles, vacías esta mañana, se han ido llenando de estudiantes y oficinistas con recipientes de cartón en la mano, llenos de lo que será una comida rápida. Los imitamos y nos llevamos dos al jardín frontero a la iglesia, para comer con tranquilidad sentados en un banco. Y desde allí, el siguiente objetivo es el Ayuntamiento. Pero en vez de acceder por la plaza, entramos por la parte trasera. Todo él es neorrenacentista y en el centro del patio hay una preciosa fuente. Cruzamos luego la puerta que da al hall interior del edificio. Al final de una escalera el paso se cierra con una puerta esculpida bellamente. Y desde allí salimos a la plaza.




La tarde ha ido cubriéndose, pero mientras quede luz queremos seguir descubriendo rincones. Y así damos con  St. Pietri, también gótica, también enjalbegada, también con órgano, moderno, lineal. Está completamente vacía. Desde allí queda  la Alterarkaden, con pretensiones venecianas, pero que a mí me defrauda. Sí permite una perspectiva nueva del Ayuntamiento. 



Muy cerca está el lago, el Binnenalster, uno de los dos grandes que tiene la ciudad, éste con un potente chorro en el fondo. Todo se va volviendo gris. Está claro que se hace la hora de volver.


Y vamos regresando bajo un delicado txirimiri que difumina contornos. Llegamos de noche al hotel. El restaurante sigue abierto y podemos tomar un puré de queso y espinacas delicioso. Es hora de volver a la habitación. El día ha sido intenso. Hay que escribir y borrar fotos para que luego ayude en la bitácora y el álbum. 

José Manuel Mora.

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Como si hubiera viajado con vosotros !!!