Hamburgo, fin de viaje

Despedida y cierre

Hoy tenemos viaje de regreso. El billete que llevamos permite subir en cualquiera de los trenes que salen para Hamburgo cada media hora. Tomamos el de las nueve para disponer de más tiempo en nuestro último destino. El trayecto es más lento que a la ida. Al salir de la estación, lo hacemos por la puerta equivocada y no nos reconocemos en el lugar hasta dar con la que usamos al llegar la primera vez. En "nuestro" hotel reencontramos a quien ya es amiga de la recepción y nos invita a un café en la zona de desayunos, vacía a esta hora. Las maletas quedan en consigna y nos prestan dos paraguas para acercarnos a la zona portuaria, no muy lejos. En el camino reencontramos muestras de la arquitectura moderna de esta parte de la ciudad.











Hoy hace más frío y está más gris que el primer día que llegamos. Los barcos al fondo esperan el trabajo de las múltiples grúas que puntúan el horizonte. Cerca de la orilla se acumulan las barcazas que realizan recorridos turísticos por el módico precio de 18€. Al ser las explicaciones íntegramente en alemán, decidimos no subir. Cerca hay una especie de estación marítima, algo ciclópea, de la que salen las pasarelas que conducen a los muelles, ferris y a las embarcaciones. Es el Landungsbrücken. Se levantó en 1907 y parece que lo que ahora vemos ha sido reconstruido. Muy cerca descubrimos por casualidad la entrada al túnel que pasa por debajo del Elba. La mala suerte hace que haya sido cerrado esa madrugada hasta dentro de una semana por reparaciones. Nos conformamos con fotografiar la torre del reloj, que se levanta como un faro, o como un campanario. Sirve como lugar de medición del nivel del mar en el puerto.


Con un planito que hemos conseguido, decidimos encaminarnos hacia zonas que no conocemos de la ciudad. Queremos visitar la iglesia de St. Michaelis, luterana, barroca de inspiración italiana, del s. XVIII. De todo ello no sabemos nada antes de entrar, así que vuelve la sorpresa al contemplar las modulaciones en altura, las barandillas curvas del primer piso, el púlpito recargado de mármol gris, que contrasta enormemente con el mosaico del altar mayor, lleno de color. Suena uno de los cinco órganos que ocupan los laterales, lo hace de forma íntima, delicada, sin atronar. Parece que son 2500 asientos de capacidad los que tiene el templo en una planta de cruz latina. El campanario alcanza los 132 m. de altura. Se puede subir, pero con la lluvia y el frío preferimos no hacerlo. No me resisto a dejar aquí un vídeo corto que pueda dar idea del ambiente y la grandeza de una iglesia que desde el exterior nos había parecido anodina.



Se ha hecho la hora de comer. Y damos, sin proponérnoslo, con el Marinehof, un restaurante de techos altos, grandes ventanales y comida finalmente alemana. En la mesa de al lado dos señoras elegantemente cuarentonas, con una conversación divertida, ese tipo de parejas de señoras que salen juntas a comer, de las que hemos visto muchos ejemplos y que creo que no son tan frecuentes en nuestro país. Pedimos unas lentejas con salchicha, especiadas y sabrosas y una carne picada sobre patatas horneadas, cocinada al vino tinto. De postre, crême brulée y mermelada de cereza sobre lecho de harina crujiente. Una delicia todo. Nos reconforta la comida y nos sirve de descanso tras once kilómetros de caminata que llevamos al coleto. Pensamos que tenemos bula para volver al hotel a reposar un poco. 


Mientras regresamos, seguimos disfrutando del diseño de edificaciones modernas, de cantos abiselados, que parecen cortar el aire como cuchillas afiladas, y otros de luminosos cristales en forma de cubos imposibles, como el que alberga al diario famoso, Der Spiegel, que contrastan con los de ladrillo rojo, típicos de la zona. No llevamos ya mapa. Controlamos la ciudad. 








Y estamos ya de despedida al día siguiente, dispuestos a aprovechar la media jornada que nos queda. Cerca habíamos anotado la presencia del Deichtorhallen, sala de exposiciones de arte actual. El edificio principal se encuentra cerrado por estar preparando una nueva muestra. Sacamos entradas para visitar el dedicado a la fotografía. La puerta da a una sala larga, de paredes blancas, de las que cuelgan las obras. No todas nos gustan, pero algunas nos resultan curiosas. 



A pesar de lo desapacible del día, muy hamburgués, con viento, frío y algunas gotas desangeladas, decidimos recorrer una zona junto al puerto, convertida en paseo en la que lucen edificios modernísimos junto a paredes decoradas con mosaicos, variantes de los famosos ladrillos rojos. Se la conoce con el nombre de Marco Polo Terrassen. Nos protegemos del aire con los edificios que miran al sur, hacia las aguas, con balconadas lineales o descoyuntadas, sus peligrosas aristas, sus volúmenes brutales, sus diseños originales... Al otro lado, por el agua, pasan los barcos-taxi, entre cargueros enormes y grúas múltiples que parecen esperar el momento de despertar para ponerse en marcha.


Y como no es cuestión de cansar más al curioso lector de estas líneas, lo dejo aquí. Lo demás es el trasiego hasta el aeropuerto, el retraso del vuelo a Alicante... La dura vida del turista, ya se sabe. Una última reflexión: cuánta belleza auténtica no pereció bajo las bombas que pretendieron castigar el horror del nazismo y qué voluntad la de esta gente para haber reconstruido tanto y tan bellamente. Dejamos esta zona del estado de Schleswig-Holstein, que seguimos sin saber pronunciar y en la que tanto hemos disfrutado por lo inesperado y por lo hermoso de la estación y del tiempo que nos ha acompañado. Quienes se animen a visitarla, seguro que la disfrutarán. Vale.

José Manuel Mora.



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