Hannover II

Colores

Los desayunos hoteleros son aquí bastante semejantes. El comedor, grande y vacío, permite establecer relación con el muchacho que atiende las mesas y repone lo que falta. Se trata de un treintañero, turco, con dos trabajos y muchas ganas de volver a su país en cuanto pasen tres años. Habla perfecto alemán y un inglés mejor que el mío. He pensado en tantos compatriotas nuestros que vinieron a trabajar a este país con una maleta de cartón, sin conocimiento de idioma y en situación tan precaria como la que viven los que ahora llegan al nuestro y que a algunos les molestan. Ha amanecido gris, como casi siempre. Los lunes los museos están cerrados. Tendremos que buscar alternativas. Nos echamos a la calle hacia el Tourist Information, junto a la estación. Además de los carriles bici ya citados, sorprende la actitud de los peatones quienes, ante el rojo del semáforo, esperan aunque no se adivine ni un coche. Hay también pasos de cebra curiosos y edificios con muñecones, como marcas de la empresa.



La señora que nos atiende lo hace en español, lo que facilita las cosas. Y en una ciudad que ya creemos conocer, ella nos sugiere algo de lo que no teníamos referencia alguna: los Herrenhäuser Gärten, esos Jardines Reales de Herrenhauser, considerados unos de los parques más hermosos de Europa, según nos dicen. Hay que tomar el metro, la U, líneas 4/5 (NW). Los vagones son limpísimos y nada abarrotados. Sale pronto del subsuelo y la campiña se muestra llana y arbolada. Antes de llegar a la parada séptima, la nuestra, dejamos a la derecha una construcción de postín, la Universidad. 


Casi enfrente está un palacete blanco, antigua residencia de verano, reconstruido en 2009, tras el ya sabido bombardeo y  donde se sacan los tiques, que cuestan 8€ y que permiten entrar en los Grosser Garten. Y a partir de aquí he de hacer una salvedad: seguramente, verlos en verano y llenos de gente no debe de proporcionar las mismas sensaciones que nosotros experimentamos, conforme el cielo se iba abriendo y un sol otoñal lo doraba todo más de lo que ya estaba. Un cartel anunciaba una "instalación" de la artista franco americana Niki de Saint Phalle a quien, ignorante de mí, no había oído ni nombrar, casada con el también artista, el escultor Tinguely. Se titula "La gruta", supongo que debido a su emplazamiento, bajo el palacio de 1676, que servía de refugio contra el calor. Se culminó en 2003, un año después de la muerte de la artista, su último regalo a la ciudad. Como no sabemos lo que nos espera, nos quedamos ojipláticos al entrar en la primera de las salas, "La Espiritualidad", toda en tonos predominantemente dorados, naranjas y rojos, sustentada en una columna central. La sorpresa es absoluta. No hay nadie que interrumpa nuestro asombro.


A la derecha, en la siguiente sala, son los tonos azules los que se enseñorean de paredes y techos con figuras femeninas de colores vibrantes, que parecen nadar en la noche de mosaicos brillantes. La ventana está llena de estrellas. Su título, "La noche y el Cosmos". Parece ser que la artista quiso homenajear en ella a Matisse.


Y al dirigirnos a la de la izquierda, dejamos a un lado a una figura colorista, voluminosa, divertida, que está en la línea de las que luego veremos junto al río. El grito de tonos vivos de los personajes de las paredes rompe con el plata hacia el que la sala parece girar. "El Día y la Luz". Creo que hace falta mucha creatividad y mucha paciencia para ser capaz de crear espacios así, a base de conchas, cristales, vidrio, mosaico, minerales. Da la impresión de que todo ello es un canto a la joie de vivre, un triunfo de la psicodelia.



Al salir al exterior, el sol brilla ya en lo alto. Se trata de uno de los jardines barrocos mejor conservados de Europa, ahora propiedad municipal, bombardeado y restaurado luego. Tal vez sea necesario colocar aquí una foto del plano para poder hacerse una idea de por dónde comenzábamos a adentrarnos. A la izquierda fluye el agua que cae en cascadas leves, tranquilizadoras, desde una pared de formas entre italianas y francesas, la Cascada Histórica la llaman.



Con todo, nada que ver con la gran fuente que luce en medio de una simetría perfecta, muy versallesca, con su chorro difuminado en círculo. En la época fue un logro que atraía a cortesanos europeos, como el rey de Inglaterra. Los cruces de caminos estrellados se marcan con una balsa plana de gran diámetro, de aguas dormidas. La mayor de todas se encuentra justo en el centro y dispone de un chorro que alcanza los 56 m. Todo el jardín está rodeado por un ancho canal en forma de U, es posible que navegable, que sirve ahora para limitar el acceso al parque y para reflejar el otoño enardecido de especies arbóreas que desconozco. 


A un lado han dibujado un laberinto de altos arbustos que dificultan la orientación. Una pareja de niños juega a perderse. Nosotros nos dirigimos hacia la Grosse Fontäne, situada justo ante la grande allée con su templo al fondo. El surtidor está dormido en este momento. El matrimonio que nos hace la foto viene de Yemen (?). La quietud es total.


El silencio nos acompaña mientras pisamos la hojarasca multicolor que alfombra los senderos y cruje bajo nuestros pies. Estamos solos en medio de tanta belleza y el momento no deja de provocarnos una sensación de plenitud inesperada. Mientras los verdes y los ocres libran una batalla incruenta por ver cuál de los dos tiñe más ramas. 




Conforme nos vamos dirigiendo hacia la salida, aún nos encontramos con otra sorpresa, la fuente de Neptuno, junto a un montón de naranjos enanos plantados en enormes macetones, cada uno con su nombre botánico preciso según su variedad. Una auténtica orangérie


Volvemos al metro, que nos deja junto a la estación, al otro lado de las vías del ferrocarril, en un barrio poco transitado por turistas, sembrado de tiendas de proximidad, peatonal, con terrazas, todo al pie de la Telemax, una torre de comunicaciones de 282 m. de altura que se levantó entre 1988 y 1992. Su sombra se proyecta lejos y brilla hacia el sur. Y a su lado la mole de la compañía estatal de ferrocarriles, la D.B., parecen querer competir.














No tenemos ninguna referencia respecto a restaurantes y se ha hecho la hora de comer. Un cartel grande junto a unos paneles solares de carácter municipal da la bienvenida a los refugiados, lo que hace que nos sintamos muy a gusto en este barrio. 




En el esquinazo de una plaza llena de sol y de niños, vemos el Reimanns Ecr, casi vacío, con aire antiguo. Pedimos una sopa de guisantes, espárragos, queso y albóndigas pequeñitas, sabrosísima, que nos templa. Luego un pescado rebozado y crujiente con patatas y salsa de pepinos  en rodajas finísimas. Coronamos con una ollita de barro que quema, llena de confitura de arándanos cubierta por una especie de bizcocho, todo horneado. Las consabidas cervezas y los espresso macchiato. Volvemos hacia el centro, con un sol poniente que hiere los ojos y las ventanas que dan a poniente, por el mismo paso subterráneo por donde circula el tranvía que nos trajo hasta este punto. 










Desde la plaza de la estación, atestada de gentes a la carrera, enfilamos por el tontódromo peatonal, aquí conocido como Karmarschstrasse, en la que se halla encaramado en su pedestal el gran poeta romántico Schiller. Los niños han salido de las escuelas y se ven familias completas, adolescentes amarrados a sus móviles, turistas, gente mayor que pasea tranquila con todo tipo de atuendos y vestimentas. Una sociedad plural, mixta. La ciudad está viva.



Para completar nuestro disfrute matinal, vamos hacia el río Leine, donde Niki instaló sus famosas nanas en 1974, un término semiargótico que en francés equivale a nuestro "chavalas", una explosión de color de nuevo, para una visión voluptuosa,  desprejuiciada y festiva de la mujer, convertidas ahora en símbolo de la ciudad y en otra percepción pública del arte, no necesariamente encerrado en museos, ni costoso, ya que están hechas de poliéster. Junto a ellas se celebra el mercadillo más antiguo de Alemania.

Y como ayer no pudimos entrar en la Kreuzkirche, la localizamos con relativa facilidad y en su interior, de un blanco desnudo, nos sorprende por su belleza un tríptico, un calvario repleto de figuras a cual más expresiva, más detallista en vestuario y gestos. La iglesia parece ahora un lugar de encuentro y a la única persona que vemos allí preguntamos por el autor: Cranach el Viejo. Y entendemos entonces nuestro asombro inicial.


Se ha hecho casi de noche, con lo que las ruinas de la Aegidienkirke, testimonio del horror de los bombardeos, aparece más imponente, iluminada y vacía, con sus muros laterales que ya no soportan ojivas ni techo alguno.

Y antes de llegar a "casa", pasamos al pie del Norde/LB, ahora convertido en un faro de luz que se levanta irregular hacia la negrura de la noche. El teléfono nos dice que nuestra caminata hoy ha sido de 13 kms. La dura vida del turista, ya se sabe. 

Nos enteramos por la pantallita del acuerdo de paz en Gaza , seguro que injusto para los palestinos, pero al menos dejarán de asesinarlos. Si además comienzan a entrar camiones, todo ayuda a que podamos descansar de tanta masacre. 

José Manuel Mora.
 

 





Comentarios