Las tres bodas de Manolita, de Almudena Grandes

La mugre silenciosa de la posguerra

                                                                              Dios aprieta, y además ahoga (ritornello en la novela)

Hace ya teimpo que dejé constancia en estas páginas de la lectura del primero de estos Episodios de una Guerra Interminable, en los que desde el mismo título genérico se homenajea a Galdós tal y como la autora misma ha manifestado, dada su admiración por el escritor canario (llega incluso a explicitar que es una de las lecturas favoritas de la protagonista). Inés o la alegría (2010) me pareció un fresco apasionante y apasionado de los momentos del intento de invasión a través del Valle de Arán, de las tropas del pretendido ejército republicano, o lo que quedaba de él, la UNE. Se publicó tiempo después, en 2012, El lector de Julio Verne, segundo de la serie, sobre la guerrilla en Jaén, entre 1947 y 1949. Y sin ninguna recomendación en contrario, o al menos no lo guardo en la consciencia, decidí que ése no lo iba a leer. Sin embargo, y también del modo intuitivo en que me muevo últimamente en la elección de mis lecturas, tenía claro que esta tercera entrega sí la leería. Y en eso he estado a lo largo de todo este mes de mayo, pues la extensión del libro lo requería (759 págs). GRANDES, Almudena. Las tres bodas de Manolita. Barcelona: Tusquets Editores, 2014.


Imagino a Galdós empapándose de todos los datos necesarios para levantar sus Episodios sin faltar a la verdad, de acuerdo con las normas del realismo que se estilaba en su época. Seguro que, como buen madrileño de adopción, conocía al dedillo las zonas por las que se movían sus personajes en las novelas ambientadas en la capital. Cuando no, su imaginación y sus lecturas harían el resto. Hoy en día la investigación histórica es mucho más asequible: a golpe de clic se puede obtener infinidad de informaciones, aunque luego haya que contrastar muchas de ellas. De hecho la propia autora señala al final, en una adenda algunas de sus fuentes.


 Gran parte de los hechos históricos en los que la novela se asienta, han requerido por parte de Grandes un buceo constante en archivos, generales e individuales, en epistolarios, en entrevistas a personas que todavía viven y recuerdan (vid. infra, entrevista con la Isabel Perales auténtica que proporcionó todos los datos sobre sus vivencias en el colegio de mojas de Bilbao, donde las obligaban a trabajar a modo de "redención de penas" cometidas por sus padres), en periódicos de la época, como Diario 16, necesario para reconstruir toda la semblanza del siniestro comisario Conesa, el Orejas en la ficción; en libros como el de Juana Doña, que también aparece enredada con los personajes de ficción y que proporcionó mucha de la información sobre la cárcel de Porlier; libros de memorias de testigos del momento... En fin, que para el proyecto que la escritora se trae entre manos, seis novelas independientes entre sí para configurar toda una época, antes de ponerse a escribir, ha debido estar (perífrasis de obligación, no de duda, que llevaría "de") una infinidad de tiempo dedicada al estudio del periodo histórico que pretende reflejar, esa "guerra interminable". Por no hablar del trabajo que supone poner negro sobre blanco la historia de Manolita a lo largo de esas 750 páginas de "limpia y apretada prosa" a las que me refería más arriba. Vaya por lo tanto, dede el principio, mi admiración y mi respeto ante la tarea que la autora se ha impuesto.


Tal y como se señala en el programa global de la obra, el conjunto no está estructurado sobre la base de una cronología sucesiva en las distintas novelas. Sin embargo el periodo que abarca en su totalidad va desde 1939 hasta 1964, aunque con los sucesivos saltos atrás necesarios para explicar los antecedentes de algunos de los personajes. El subtítulo de este volumen es: "El cura de Porlier, el Patronato de Redención de Penas y el nacimiento de la resistencia clandestina contra el franquismo. Madrid, 1940-1950". Y como prueba de lo orgánico de la construcción de toda la obra, hay en el episodio de Toulouse una descripción de los personajes de una foto que resulta ser la que ilustra la cubierta de Inés..., que aparecen aquí de refilón. Estamos pues en el inicio de aquella interminable posguerra en la que, como decía Fernán-Gómez en Las bicicletas no son para el verano, "No ha llegado la paz, Luisito, ha llegado la Victoria". Y esa Victoria, con mayúsculas, iba a suponer uno de los mayores ajustes de cuentas que se recuerdan, como suele suceder en cualquier conflicto civil, que normalmente es fratricida.


 Los lugares y los modos para saldarlas eran las tapias de los cementerios para los fusilamientos, las delaciones bajo torturas, los juicios sumarísimos, las cárceles abarrotadas, los trabajos forzados en Cuelgamuros, los colegios de religiosas para hijas de los "desafectos", donde se las esclavizaba en trabajos sin remunerar por un plato de caldo y un mendrugo de pan, mientras se las adoctrinaba sin descanso... Por cierto, aunque la historia se centra en Manolita, personaje seguramente ficticio pero que tendría múltiples correspondencias en la realidad, lo que sí parece cierto es la historia de su hermana en la ficción, Isabel Perales, con quien la autora se entrevistó y quien le contó su periodo de internado en Bilbao. "Si la guerra había puesto el mundo boca abajo, la derrota lo volvió del revés" (pág. 75). Fueron años tan duros que la propia protagonista dice: "Tenía que obligarme a recordar 1939, la derrota, el hambre, el deshaucio, la orfandad" (pág. 366) para no hundirse en aquella realidad tan axfisiante.



















Grandes hace gala de un dominio extraordinario a la hora de moverse por el interior de su narración. Alterna las secuencias entre el uso de la primera persona, que es la voz interior de Manolita, y la perspectiva desde la que cuenta algunas partes de su historia, y la utilización de la tercera persona, la típica voz omnisciente que tan bien manejaban los escritores decimonónicos, y que la escritora utiliza para contar las partes que Manolita no puede conocer. Este formato narrativo es uno de los puntos de crítica que se le achacan a la madrileña por parte de quienes consideran que podría ser una literatura caduca, dada su poca novedad formal. Hay un rasgo muy característico de Grandes en su forma de contar y que observo incluso en sus artículos dominicales: situarse in media res para volver atrás y narrar lo necesario para entender cómo se ha llegado a esa situación. Este vaivén temporal afecta incluso a sus personajes, una auténtica selva de ellos, que requiere incluso un índice onomástico final para ayudar al lector, puesto que quienes aparecen súbitamente, surgirán de nuevo más adelante para que conozcamos el porqué de su actitud. La historia personal de Eladia la sabremos mucho después de ver que es una mujer de rompe y rasga, sin entender demasiado su amargura inical y acabará resultando un personaje mucho más poliédrico y por lo tanto más apasionante.


La autora es también una estupenda creadora de personajes, bien mediante su descripción, a través de la elección de los motes (el Guapo, el Orejas, el Manitas), o mediante la presentación de sus acciones. "Manolita era fuerte, lista, animosa, generosa, tenaz. Y sobre todo muy valiente" (pág. 244). Aquí también se podría ver un exceso, una toma de partido a favor de la protagonista, que es evidente, por otra parte, en toda la novela. Es una historia de combate desde la derrota, para intentar mantener al menos la dignidad de los que perdieron. Habrá quien la considere maniquea. Probablemente para la escritora no es más que un acto de justicia. Grandes maneja el decoro poético con acierto, según los personajes que hablan en los abundantes diálogos. Sin embargo también aquí se le podría poner algún pero, porque desde la corriente de conciencia que casi suponen los capítulos en que da la voz a Manolita, resulta imposible que ella maneje el juego metafórico que la escritora domina: "Allí abajo, en un punto cardinal inexistente, tan hondo como un pozo oscuro recubierto de caracoles ciegos, permanecí durante tres días" (pág. 399). O bien, "para nosotras sólo existía una vida, la cárcel dentro y fuera de la cárcel, las alambradas de los locutorios, el cementerio del Este, los lavaderos donde unas muchachas menores de edad se destrozaban las manos lavando con sosa, la guerra en la paz " (pág. 520). Si se acepta el juego, se disfruta con la riqueza expresiva de la que Grandes hace gala de forma casi constante: "Sus ojos egipcios [...] otras veces había visto en ellos el resplandor de una hoja de acero capaz de afilarse a sí misma para estallar en un millón de chispas de odio limpio" (367).


Literatura, pues, militante, que no se esconde de serlo. Además Grandes es enorme lectora y conoce el género en el que se maneja como pez en el agua y, por si acaso la van a criticar, cierra su libro con una reflexión de la protagonista: "Me di cuenta de que mi historia le parecía un folletín anticuado, pasado de moda, pero llegué hasta el final" (pág. 743). Se trata entonces de ser cómplice del planteamiento de la escritora y disfrutar con su inventiva torrencial que pretende ser testimonio de tanto horror escondido entre quienes perdieron una guerra cuyos efectos se prolongaron a lo largo de casi cuarenta años y que aún hoy en día sigue con cadáveres en las cunetas que jueces y Gobierno se niegan a desenterrar, no ya para un ajuste de cuentas, sino para devolver parte de la dignidad que se enterró con aquellos cuerpos.


José Manuel Mora.

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