La casa de las miniaturas, de Jessie Burton

 La mirada de los otros

Esta vez sí creo que se trata de una auténtica novedad editorial. Presumiendo de leer en la prensa las recensiones de lo que se publica, he de decir que ésta me había pasado desapercibida. Ha tenido que ser mi ex-alumna Maite, en Londres, quien me la recomendara. Me alentó empezar a ojear sus páginas en inglés y ver que podía seguir la trama y que me enganchara en las pocas iniciales que leí. No estaba seguro de que las editoriales españolas la tuvieran ya traducida, pero no me extrañó demasiado ver que un sello exquisito aquí se había ocupado del asunto. Me la he bebido en menos de una semana. BURTON, JESSIE. La casa de las miniaturas. Barcelona: Salamandra, 2015; trad. Carlos Mayor; 432 págs.  (Dejo dos cubiertas: la de la edición que he manejado y la de la derecha, que me parece mucho más evocadora).
































Tal vez la novela tenía el terreno abonado, pues desde mi viaje a Holanda de hace tres de años, y desde la lectura de un par de libros ambientados en Ámsterdam (Herejes, de L. Padura y La liebre con ojos de ámbar, de E. de Vaal, ámbos comentados en estas páginas), parece que la ciudad de los canales ejerce una suerte de fascinación en mi mente lectora. Sobre todo el primero de los títulos, que recrea la misma época que éste: el momento de máximo esplendor que se produjo con posterioridad a la creación de la VOC, siglas en holandés de la Compañía Neerlandesa  de las Indias Orientales. La escritora, J. Burton (Gran Bretaña, 1982, criatura) estudió en Oxford y ha trabajado como actriz y secretaria de dirección. Ésta es su primera novela, aparecida en Londres en 2014 y que obtuvo un extraordinario éxito comercial en Reino Unido, con más de 100.000 ejemplares vendidos (lo que no siempre es una garantía de la calidad literaria de la obra, todo hay que decirlo; véase si no, ese género inmarcesible de los best sellers, con perdón, o de la "literatura de aeropuerto", que le dicen). Recibió el National Book Award. El premio se otorga a partir de las votaciones de vendedores, críticos literarios en periódico, compradores... y, por lo que me parece, se trata de un galardón de carácter comercial. ¿Supone esto una valoración negativa? ¿Todo tiene que ser minoriatario y exquisito? ¿Sólo hay que acercarse a escritores y títulos consagrados? Como estoy ya al margen de lo académico y leo lo que me apetece, dejo aquí estas líneas por si con su lectura alguien se anima, lo que siempre será una aventura personal, aparte de sus consecuencias económicas y "literarias". 


¿Qué es lo que desencadena en la mente de una escritora la necesidad de contar una historia? Sé que a veces es el ansia por explicarse uno mismo lo que lleva a novelar la propia experiencia, con todas las modificaciones necesarias para darle la coherencia que todo buen relato requiere y que la vida no siempre tiene. Pienso en C. Laforet y su novela Nada. Recuedo haber visto en el Rijksmuseum de Ámsterdam una serie de casitas elaboradas con todo el preciosismo y la fidelidad del mundo. Venían presentadas como objetos de juego y decoración; de hecho en las cartelas aparecían como "Casa de muñecas", semejantes a la que abre el libro que comento y que dice pertenecer a una tal Petronella Oortman, que al parecer existió y que lleva el mismo nombre que la protagonista de la historia. ¿Fue el descubrimiento de este objeto lo que excitó la imaginación de la escritora novel? Poco creativo como soy, para mí resulta siempre un misterio pensar en cómo fue capaz de levantar a partir de algo tan mínimo, una historia semejante.


De lo que sí estoy seguro es que la obra le habrá supuesto a su autora un enorme trabajo de preparación documental. De otro modo no creo que hubiera sido posible la recreación que hace del Ámsterdam de finales del s. XVII, al que se ha acercado uno a través de las pinturas de su época dorada, de Rembrandt a Haals  pasando por la escuela de Haarlem. Holanda fue el primer país moderno de Europa constituido en república (aunque existiesen los precedentes de la Serenísima y la Helvética), con representantes elegidos y supuestamente una incipiente separación de poderes. Resulta fácil imaginar a esos personajes que se mueven en una ciudad en la que "la dieta de nuestros conciudadanos es dinero y vergüenza" (pág. 42). Es sintomático que, a modo de presentación, en la página inicial, se hable de un relieve en madera que representa "a un hombre que caga una bolsa de monedas con una mueca de dolor" (pág. 15). La sociedad protestante debía mostrarse con nitidez hacia el exterior, aunque su interior estuviera agitado por bajas pasiones humanas y en realidad sus habitantes vivieran en "una jaula invisible" (pág. 277). De hecho se dice que "la superficie de Ámsterdam se nutre de esos actos de vigilancia mútua, de la capacidad de axifisiar el espíritu de una persona entre todos los vecinos" (pág. 331). De uno de los personajes se dice también que "convierte el barro en oro. El agua en florines. Vende la existencia de los demás al mejor precio" (pág. 56). Muchas de las grandes fortunas de la época se amasaron con un comercio basado en la explotación de las materias primas  de las colonias (la venta de panes de azúcar es una de la claves de la narración), y con trasiego de esclavos (el sirviente de uno de los protagonistas es un muchcacho negro que aunque habla perfecto holandés sigue causando escándalo porque es tratado como un igual). Y la estructura interna de la floreciente república se basaba en "el espíritu cívico, la vigilancia vecinal, que todo el mundo controle a todo el mundo" (pág. 411).


La novela se abre con una pocas páginas que adelantan un desenlace que no se precisa demasiado y al que trata de dar explicación el corpus central del libro. Hay que volver, al acabar, a releer las páginas inciales para que éstas cobren pleno sentido. Porque en medio de esa sociedad cerrada, en constante vigilia, que haya seres que pretendan vivir en libertad es un atentado contra las bases de la misma que hay que castigar. "Eras tu propio dios, el arquitecto de tu fortuna [...] Has sido libre" (pág. 313), se dice de uno de los protagonistas. Y lo pagará caro. Hay otro elemento en la novela que no sé si es una trasposición de las inquietudes de la autora al momento de la narración. No sé si sería frecuente la conciencia femenina como artífice de su propio destino ("toda mujer es el arquitecto de su futuro" (pág. 91). Hay un personaje casi fantasmal, cuya identidad tardamos en conocer, que potencia uno de los hilos del interés narrativo, alguien que conoce los deseos más íntimos de los personajes y que los plasma en formas delicadas y minúsculas ("Esas figuras ¿son ecos o presagios?" pág. 241). Ese presonaje vive al margen de la sociedad, recluido en su labor artesanal, sin someterse a las ataduras de las reglas que sujetan a los demás. 

Y en medio de esa sociedad patriarcal , donde las conciencias vienen sometidas por las prédicas desde el púlpito del pastor y por el Consejo de burgomaestres, se alza la protagonista, Nella, una muchacha campesina, de apenas 18 años, recién casada con un maduro comerciante, Johannes, a cuya casa va a vivir y donde quien manda es la cuñada, Marin, de moral aparentemente tan estricta como la de sus conciudadanos. Cierra el círculo una criada entregada a esa familia, despierta y dispuesta a lo que sea necesario por salvaguardar el honor de quienes la recogieron de un orfanato. Novela mayoritariamente de mujeres, contada desde la óptica de Nella, de quien conocemos sus miedos, sus vacilaciones, sus frustraciones, su coraje, su dolor. Los varones se nos presentan desde los ojos de las mujeres, auténticas protagonistas del relato, porque "componemos un tapiz de esperanzas y no hay nadie que lo teja, más que nosotros mismos" (pág. 432). Estas afirmaciones de la voluntad propia hacen del libro algo muy moderno, aparte de que su trama resulte apasionante y llena de sopresas en absoluto gratuitas. Parece que la autora ha ido enhebrando todos los hilos de manera espléndida, hasta que el dibujo queda expuesto en su totalidad. No sé si muestra una imagen demasiado complaciente del momento que retrata. No quiero dar más detalles. 

La traducción es cuidada y, aunque desconozco el original, la fuerza expresiva de las descripciones ("El cielo es un río profundo de añil en el que brillan desperdigadas las estrellas, como lucecillas llevadas por la corriente", pág. 203 / "El cielo es un ancho mar", pág. 432 / "El hielo es una cinta de seda blanca que pasa entre las casas del Herengracht", pág. 288) es extraordinaria, como lo es la viveza de los sentimientos que se manifiestan: "Una afilada lámina de miedo le corta el aliento" (pág. 336); "Siente que la pena la barre como una marea salobre" (pág. 417). Es cierto que la escritora muestra una madurez expresiva enorme y una profundidad grande a la hora de ahondar en los sentimientos de todas esas mujeres encerradas en la casa. También lo es que a veces se tiene la sensación de enfrentarse a ideas que tal vez son demasiado "modernas" para su época: "¿Está bien maltratar a alguien por algo que reside en su alma?" (pág. 183). En cualquier caso es cierto que me ha resultado igual de absorbente que en su momento La joven de la perla, que no en balde también escribió una mujer, Tracy Chevalier. Lectura pues, muy recomendable, a pesar de la apariencia de literatura "comercial".
José Manuel Mora.
















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