Mildred Pierce, de Todd Haynes

 Amordemadre

El buen paladar cinéfilo de mi amigo Juan Martínez Leal me puso en la pista de esta miniserie (¡albricias!, no hay que engnacharse demasiado, dos tardes han sido suficientes), que además venía con la tarjeta de presentación de los estudios HBO, lo que supone una garantía de calidad, en lo que a mi reducida experiencia seriéfila se refiere. Eso y el protagonismo de la Winslet hicieron el resto. Se basa en una novela de James M. Cain (publicada en 1941) y de la que existía una versión fílmica previa de 1945, interpretada nada menos que por la Crawford, lo que la llevó a ganar un oscar por ella. En España se tituló Alma en suplicio (seguro que era "gravemente peligrosa"). Yo no la conocía. Así que he llegado sin pre-juicios. Mildred Pierce, dirigida por Todd Haynes, aquí parece que se estrenó en febrero de este año sin que yo me enterara (acabó de filamarse en 2011), así que no llego demasiado tarde.


Al revisar el historial (no delictivo) del director, me doy cuenta de que se trata de alguien de exquisito buen gusto a la hora de elegir historias, actores y puestas en escena, lo que no sé si tendrá que ver con su formación universitaria en Arte y Semiótica. Es también actor, guionista, y productor, esto último en el caso que nos ocupa, sobre un guión de Jon Raymond. Inolvidable su Lejos del cielo (2003), así como la más reciente, Carol, comentada aquí hace poco. En ambas, como en ésta, destaca la dirección actoral, la banda sonora, que aquí es espléndida, tanto la original, como la que selecciona música de época, que parece sacada de algún filme del experto W. Allen, por no hablar de las arias operísticas que "canta" la hija. Las localizaciones que aún permanecen han sido convenientemente puestas "al día", en un viaje al pasado perfecto; el mobiliario, los coches, el vestuario, todo está milimétricamente controlado por el director-productor. 



Lo que empieza ambientado en la Gran Depresión, año 1931, un matrimonio roto, una madre con dos hijas pequeñas a su cargo y que no tiene más formación que la de ama de casa y buenas manos para las tartas, evoluciona hacia algo que los estadounidenses admiran mucho, el mito cuasi fundacional del self made man (en este caso woman) y a un asunto de finanzas familiares y de economía de mercado. Mildred intenta emplearse como ama de llaves (escena memorable entre la empleadora muy acomodada, y la futura empleada, en la que se marcan las clases sociales de una manera admirable)  y acaba entrando a trabajar como camarera en un restaurancillo de tres al cuarto donde va aprendiendo los trucos del oficio, hasta que se decide a abrir su propio negocio. Vemos, sin embargo, que el conflicto central de la trama no es éste, sino la relación entre la madre y la hija mayor, en la que aquella tiene puestas "todas su complacencias", seguramente porque en parte se ve reflejada, lo que la va haciendo permisiva con los caprichos y los desplantes de la pequeña tirana. La relación bascula entre la devoción más absoluta de la madre por la hija, y el desprecio que ésta siente, no tanto por su progenitora, como por lo que representa como clase social, un "quiero y no puedo" que ella no está dispuesta a aceptar. Y la historia deriva en un intenso melodrama.


La fogosa relación que establece la madre separada con  un personaje de las revistas de papel couché de la época, y que acabará portándose como un gigoló, vendrá a complicarlo todo. Guy Pierce da la talla como el perfecto caballero y elegante sinvergüenza que no da palo al agua. Aunque no es ésta tampoco la parte más importante de la historia, con ser para la mujer un auténtico amour fou hasta cierto punto. Es la tormentosa relación con la hija, a la que no es capaz de dejar ir (la mayoría de edad en la época no llegaba hasta los 23, por lo que estaba bajo su tutela), a la que cree una chica con talento, pero que no ve que haga nada de provecho. Para alguien como yo, que no he tenido hijos, resulta difícil de asumir ese amor maternal tan ciego. El maestro de música de la muchacha le dice a la madre que una soprano de collaratura suele ser una auténtica serpiente, como es el caso. La madre no quiere verlo y eso que la niña ya apuntaba maneras desde el principio. El distante y frío mother, con el que la llama siempre, marca cuál es su sentido de los afectos. Lo único que quiere es salir del barrio, de la peste a fritos de los fogones, de la middle class en la que su madre parece haberse instalado y que ella no puede soportar, por lo que estará dispuesta a cualquier cosa con tal de alejarse de allí. Evan Rachel Wood hace perfectamente creíble un personaje desagradable desde el principio.


Pero quien permanece en pantalla a lo largo de los cinco capítulos de los que consta la miniserie es Kate Winslet. Da igual que aparezca como una desesperada madre de familia en medio de la depresión, o de una aspirante a mujer de negocios con ojo especial para saber dónde se mete  (lo que no ocurre en el campo de los afectos), o una impetuosa amante al margen de los usos y costumbres de su época, lo que parece que no estaba demasiado explícito en el libro. Donde muestra todos los matices posibles es como la responsable de la hija a la que no deja de admirar y cuidar hasta mimarla, pero que también es capaz de sacarla de quicio para volver a abrazarla en cuanto la vea llorar. Yo no creo que hubiera tenido tanta paciencia con la niña. En todos los momentos está creíble, con una sensibilidad especial, aunque algo desequilibrada por parte del director en cuanto hacer creíbles los vaivenes del afecto maternal.



En cualquier caso, al no conocer ni la novela ni la película en blanco y negro, ha sido fácil dejarse llevar por esta fastuosa puesta en escena y este  estupendo melodrama. A pesar de las pequeñas pegas señaladas, creo que merece la pena dedicarle un par de tardes de este "largo y cálido verano".

José Manuel Mora.




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