Atrapados (Trappeded), de Baltasar Kormákur

 Codicia

De nuevo el Norte. Esta vez no se trata de la península escandinava, sino de Islandia, una isla casi fuera del mapa, que visité hace años, sólo que era verano. Cuando leí la referencia de la serie que voy a comentar, me dije que tenía que intentar verla. A mi atracción por lo nórdico, de la que ya he dado varias muestras en estas páginas, se sumaba el saber que se trataba de "tan sólo" de diez capítulos de cincuenta minutos. No soy tan serieadicto como mi amiga C. Jorques, que fue quien me inició en este mundillo en el que todavía soy un parvenu, y prefiero algo de este calibre, más que las inacabables temporadas de innúmeros capítulos que la gente cosume en sentadas interminables. Tengo más cosas que hacer. Así que aprovechando estos días airados y lluviosos, envuelto en mantitas acordes con el frío polar que se adivina en el cartel que la anuncia, me he dispuesto a ver Atrapados (Tapped), del año 2015 y que es una creación de un tal  Baltasar Kormákur, director, guionista y actor (Reykjiavík-Rotterdam, 2010, que me dejó conmocionado) conocido por varios de sus largometrajes de los que no he visto ninguno. Como suele suceder en algunas de ellas, el "creador" (creator) es el que diseña la idea original, aquí también ejerce de guionista, y la dirección de cada episodio se deja en manos de un autor diferente. Como no los conozco, no los voy a citar.


A los más jóvenes de los que se aventuren en estas páginas, les sonará a chino que cite en la introducción el Existencialismo sartriano de los años cincuenta. Sin embargo me vino a la cabeza el título teatral del marido de la Beauvoir, ya lejano pero emblemático, Huis clos, ("A puerta cerrada", 1944). En España se estrenó, incomprensiblemente para mí, because madame censura, ya en 1947. En ella subyace la idea de que L'enfer c'est les Autres. Buñuel trabajó el concepto en El ángel exterminador de 1962 con su muy particular visión del asunto. Y en la serie, el espacio no es tan exiguo, aunque la isla no sea muy extensa. El autor cicunscribe la acción a un pueblo sin nombre en su parte más septentrional, al que normalmente se puede llegar por carretera, vía marítima o aérea. Sin embargo una enorme tormenta de nieve los sume en el aislamiento más absoluto. Y en medio del puerto sale a flote el torso desmembrado de alguien que ha sido apuñalado poco después de que haya atracado procedente de Dinamarca un ferry con trescientas personas, en el cual al parecer venía. Las ayudas policiales procedentes de Reikiavik no pueden llegar y el puesto de policía local no cuenta más que con tres personas, el jefe, Andri Olafssun, enorme en su físico de volumen desbordante, racional, cauto en sus deducciones, cuidadoso con las normas legales, afectuoso con sus hijas, y sus dos ayudantes, una mujer y un varón en la cincuentena quien, por edad, puede conectar el presente con el pasado. El actual alcalde fue el anterior jefe de policía del pueblo y hay un grupo de personajes poderosos con planes para convertir el fiordo en un puerto de escala entre China y Occidente con el consiguiente pelotazo urbanístico. Al mismo tiempo la vida familiar de Andri se está yendo al garete. La historia se inicia con el incendio en 2008, el año de la crisis que estuvo a punto de llevarse por delante al país entero, de una factoría de pescado en el que muere una muchacha, hija de otro de los próceres de esa microsociedad, quien estaba allí con su novio; éste es acusado de provocarlo y encerrado luego. A partir de aquí los cadáveres se suceden y la seguridad de que el asesino se encuentra dentro de la comunidad va tomando cada vez más fuerza. El característico whodunit? Y aunque el método de investigación es tan antiguo como los romanos, Qui prodest?, el guión está tan endiabladamente bien construido que logra que el interés no decaiga y que la angustia aumente conforme la trama se va complicando. Casi todo responde a la clásica regla de las tres unidades: de espacio, de tiempo (una semana), y casi de acción, puesto que las tramas acabarán confluyendo. No destripo nada que no se sepa ya en el primer capítulo. 


La foto dice mucho del ambiente en que se mueven los personajes. Las horas de luz son escasas y, aunque en toda la isla gozan de una calefacción geotérmica gratuita en el interior de las casas, la verdad es que no tienen más remedio que salir a la calle, lo que se convierte en una heroicidad. Las imágenes de la tormenta, tanto las nocturnas, más terribles, como las diurnas, son sobrecogedoras, al menos para un corazón mediterráneo como el mío, lo que junto al aislamiento provocan una terrible sensación claustrofóbica. A la vez encierran una belleza salvaje. Excepto el jefe de policía de la capital, malo de una pieza y por lo tanto poco creíble, los demás van mostrando sus inseguridades, son complejos en sus actuaciones y también lo son los motivos que los llevan a ellas, incluso los que actúan por oscuras razones. Todos humanísimos. Es cierto que el autor no los mide a todos por el mismo rasero y que la crítica a la codicia que suele mover a los poderosos se pone de manifiesto con claridad. No es amable la visión que Kormákur posee de su comunidad, al menos de quienes la controlan. La serie supone un acercamiento a una sociedad que, por un lado ha sido capaz de meter en la cárcel a los banqueros y políticos causantes del monumental desfalco, cosa que por estas latitudes no sé si llegaremos a lograr alguna vez, y por otro son capaces de levantar un auténtico infierno codicioso en su comunidad, a lo que se añade, tráfico de personas, corrupción, malos tratos... La vida misma si se le añade generosidad, solidaridad, esfuerzo y dedicación de algunos de los personajes, que también la hay.

  
Por supuesto no conozco a ninguno de los actores. Creo que el único nombre que me ha venido al teclado ha sido el de la cantante y actriz Björk. El protagonista, Ólafur Darri Ólafson, carga con el peso de la serie. Es el típico "oso" que al parecer se convirtió en un sex-symbol cuando la serie se estrenó en Gran Bretaña. Su presencia es tan poderosa que, aunque no haga nada, lleva adelante la acción. El director sabe combinar perfectamente las panorámicas con los largos planos cortos, casi sin palabras, tan nórdicos, y llenos de significación. Los demás lo acompañan ajustadamente en sus interpretaciones. Componen entre todos un trhiller alejado de las sendas de los estadounidenses, con mucha menos acción impactante y más tensión narrativa y emocional, un poco al estilo de Bron-Broen, la danesa, ya comentada aquí. La banda sonora, con un celo obsesivo es magnífica, así como las fotografías de los títulos de crédito, que hermanan imágenes del glaciar con las de un cuerpo muerto. Para los amantes del noir y de los paisajes exóticos, además de las historias con mirada crítica, me parece imprescindible. 


José Manuel Mora.






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