"Pose", temporadas I y II, de Ryan Murphy

 Trans y otras alteridades.

De entrada he de confesar que experimento cierta incomodidad ante el fenómeno "trans" debido a mi desconocimiento, no ya del tema, que está cada vez más de mayor actualidad, sino de sujetos concretos, personas con las que haber hablado y tratado para acercarme así a su problemática, porque no cabe duda de que sus vidas han sido, hasta hace bien poco, harto problemáticas, mucho más que la de las personas homosexuales, en vía de aceptación generalizada, aunque quede tanto por "normalizar". Viene toda esta introducción a cuento de la serie que leí comentada favorablemente en prensa y que HBO puso a mi disposición a lo largo de las siete últimas semanas. Ya he reflexionado algo a propósito de este asunto, con motivo de la aquí tratada hace ya unos años y que sigo recomendando vivamente ver en redes: Transparent. Sin embargo, la que paso a comentar ahora, Pose, creación de un tal Ryan Murphy, (digo "un tal" porque no he visto ni Glee, ni American Horror Story, ni más cerca, Feud, obras suyas anteriores), de Brad Falchuck, colaborador habitual, et al., posee elementos que la diferencian de la arriba citada. Además de la idea original, Murphy es responsable de la dirección de los dos primeros, de los ocho capítulos que la integran. Tal vez merece la pena hablar del título: "pose", galicismo tanto en inglés como en español, entendido como manera afectada de estar, para producir un determinado efecto. Lo que hoy ha pasado a ser el "postureo", pues mucho de ello había en todo este grupo humano.


 La trama se desarrolla en Nueva York a finales de los años ochenta, en plena eclosión del VIH. Lo novedoso es que prácticamente todos sus personajes pertenecen a minorías marginales entonces y ahora, y no por formar parte del grupo trans, o no sólo, sino que además estamos ante latinos, negros, homosexuales y personas que han tenido en general una formación escolar deficiente o nula, que han sido expulsadas de sus familias y de sus comunidades por ser considerados una vergüenza en ellas, que se han visto "obligadas" a dedicarse a la prostitución, dada la imposibilidad de integrarse laboral y socialmente, y que sin embargo suponen una auténtica eclosión de vitalidad, de sentimiento de pertenencia a una comunidad o a una "familia" creada libremente para darse apoyo mutuo en un espacio, una "casa", creado por una "madre" y que rivalizaba con otras tantas. Y, dado que se les prohibía el acceso a los locales de ambiente homosexual, por ser negros, o latinos, o por hacer ostentación de su "rareza", que por otra parte a nadie más que a ellos afectaba, se reunían en auténticas ceremonias de disfrute colectivo: los balls, absolutamente underground, bailes en los que se competía, como suelen hacer las drags, por el vestuario que llevaban (una auténtica locura creativa para los diseñadores de la serie, seguramente bien apoyados en imágenes de la época), por las coreografías que eran capaces de presentar... Había algo de lo que luego se acabó conociendo como break dance. Allí se sentían libres de ser quienes querían ser, como querían ser, divirtíéndose a lo grande, sin sentirse coartados por nadie, aunque las trifulcas pudieran ser épicas en ocasiones. Todo bajo la batuta del que controlaba el micrófono para presentar las competiciones, como el maestro de ceremonias de Cabaret, aquí todo un personaje encarnado por Billy Porter,actor y cantante quien se marca en el antepenúltimo capítulo un número musical memorable.

Una de las cosas en las que más se ha puesto hincapié a propósito de la serie es en el hecho de que gran parte de sus protagonistas son actrices trans, lo que se ve como uno de los primeros intentos de normalización de gente que ya ha dado el paso en su cambio físico, último y radical paso tras haber sentido en su interior que su psique no casaba con sus atributos sexuales. Hace falta mucho valor para dar ese paso, sin saber si acabará resultando satisfactorio, ni si la sociedad lo admitirá, como sucede en la historia.  Dominique Jackson (Elektra Abundance) está espectacular en su excesivo personaje, al que es capaz de trasmitir al final su toque de autoironía. Mj Rodriguez (Blanca) sabe dar la medida justa de glamur herido, las ganas de pelea contra lo establecido, la preocupación por sus "hijos". Indya Moore (Angel) muestra una fragilidad conmovedora, capaz de hacer frente a la esposa del hombre al que se ha llevado de calle, nunca mejor dicho... y que me ha traído a la cabeza a Jaye Davidson de la excelente Juego de Lágrimas de Neil Jordan, primera trans en lograr una nominación a un Oscar. Ryan Jamaal Swain (Damon Richards) sorprende por su impecable manera de bailar, pasión que lo mantiene vivo una vez que lo han expulsado de la casa familiar y que me hizo recordar otro título ochentero, Fame


Todas estas historias se entrecruzan mientras el sida sobrevuela terrible la ciudad. Hay mucho de verdad seguramente en todo lo que se cuenta, marginación, violencia, soledad, necesidad de autoafirmación, espíritu de lucha y ganas de supervivencia, pero el tono melodramático de exponerlo hace que a veces uno tienda a distanciarse de unos personajes que pueden quedar en arquetipos, ayudados por el exceso de "pose". Con todo se ve con agrado; la denuncia de la doble moral de los blancos que dominaban bajo Reagan el momento del dinero abundante, está aquí bien presentada. Las rencillas entre los distintos colectivos dejan clara la dificultad de ser asimilados por su propio entorno. Los ecos ochenteros de la banda sonora completan el tono evocador de esta serie de "época".

José Manuel Mora.

P.S. Poco que añadir a lo ya dicho aquí hace un año, al ver ahora la segunda temporada en HBO bajo la batuta de su creador Ryan Murphy. Hemos avanzado en el tiempo. Los personajes siguen siendo los mismos, pero ahora el sida ha ido segando vidas a su alrededor y también algunos de ellos son seropositivos; no diré cuáles. El AZT palía los síntomas pero no cura y se vive con la angustia de saber que lo peor puede ocurrir en cualquier momento. Los creadores y guionistas han avanzado en los presupuestos de reivindicación apuntados antes, y todos los personajes son conscientes de cuáles son sus derechos, que siguen siendo pisoteados; y se añade uno que, sin el movimiento feminista del 8M, probablemente no se hubiera dado. Se trata de la revuelta contra "los" jueces de los concursos. Es de las cosas que más me han gustado. Está tratado con un sentido del humor envidiable en el guión y en las actuaciones de éstos. Hay otros capítulos más endebles, como el de la muerte de una "hermana" y sus apariciones post mortem para ajustar cuentas con cada quién. 



El capítulo dedicado al estallido de las tensiones en la "casa" de Blanca está muy bien resulto, por creíble; y el finde que pasan en la playa, para alguna, la primera vez que ve el mar a pesar de vivir en Nueva York, resulta divertidísimo, con banda sonora ajustadísima. Hay espacio también para una hermosa historia de amor "mixta", en la que la condición de ella no es algo que le importe a él, un Angel Bismark Curiel, a quien no cité arriba y que está diverrtido y tierno. La historia acaba con la emancipación de "los hijos", como sucede en cualquier familia, con el desgarro que supone el nido vacío para Blanca, que se ha de reinventar. Elektra mantiene aquello de "genio y figura", pero más atemperado. Los desfiles, así como las sesiones de fotos de Angel para una revista , dan lugar una vez más a todo el glamuuur del mundo. Las actrices están estupendas en sus cometidos y, sin nombrar a nadie, me ha llamado la atención el hecho de que muchos de los diez capítulos de esta segunda temporada hayan sido dirigidos por mujeres. Otra coherencia de los creadores, el dar paso a las mujeres para que logren eso tan moderno que se ha dado en llamar "empoderamiento" y que en castizo sería tomar las riendas de su propia vida y actividad. 

Vale.


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