Cold war, de Pawel Pawlikowski

 El amor de una vida.

 El hiperbólico de mi hermano me martiriza ya desde hace días con la obligación de ir a ver una peli, lo mejor que ha visto en los últimos cincuenta años; ahí es nada. Sólo la dan en unos cines de aquí pero, con peligro de perdérmela, no he podido ir a verla hasta su segunda semana de proyección, cosa rara siendo en B/N y en VOS. Y yo solito sabía que tenía que ir, pues  Pawel Pawlikowski, su director,  ya me conmovió profundamente con su anterior título, Ida, que ganó en 2015 el Oscar a la mejor producción de habla no inglesa y que ya comenté aquí al verla el año anterior. Cold War ("Guerra Fría", para los de francés), que llega con el premio al mejor director en Cannes de este año. Y ya en diciembre ha conseguido el premio a la mejor peli de 2018 de la Academia de Cine Europea.



Pawlikowski no sólo dirige la cinta, sino que es también coautor del guión. De nuevo en un B/N esplendoroso y en un formato cuadrado nada habitual. La IIª Guerra Mundial ha terminado y un par de músicos y folkloristas van por los pueblos de una Polonia arrasada, recogiendo en cintas magnetofónicas cantos populares, a capella, o con instrumentos muy primitivos, con toda la verdad de lo incontaminado. Los primeros planos de la gente que canta son de por sí una declaración de intenciones, de una belleza emocional y musical conmovedora. Van seleccionando a los mejores, con la pretensión de que puedan cantar y bailar desde sus raíces, en una exaltación de lo tradicional, muy del socialismo de la época. El comisario político del lugar supervisa la selección y controla a los seleccionados. Entre el director musical y una de las aspirantes surge una pasión incontenible y que deberá pasar por innumerables pruebas, todas las que en esa Europa turbulenta, llena de alambradas y fronteras peligrosas pondrán a prueba la veracidad de ese sentimiento. Del mismo modo que no pueden vivir el uno sin el otro, tampoco pueden vivir lejos de su Polonia de origen. La combinación de polaco y francés es perfecta.


Como sucedió a los padres del director, a quienes dedica su obra y en cuya historia parece haberse inspirado, las circunstancias los irán separando y se irán reencontrando, sabiéndose el uno para el otro de forma irreparable. No sólo las diferentes opciones de ambos los van distanciando con el Telón de Acero de por medio, también unos temperamentos completamente opuestos. Y de la Polonia de los años cincuenta se pasa al París de los casi sesenta. Las elipsis son perfectas y permiten seguir el deambular de los personajes. La música, como la sociedad y sus valores, cambia y se llena de humo y jazz (qué maravilla el paseo en silencio en el bateau mouche). Se toca o se canta con el pensamiento puesto el uno en el otro. Con toda la tristeza que comporta saberse condenado a amar a alguien cuya relación resulta imposible. Algunos críticos hablan del "efecto Casablanca". Los encuadres que elige el director dejan en el centro a ambos amantes en una intimidad pasional mucho mayor que otras escenas tórridamente explícitas de las que se suelen ver. Del mismo modo la manera de filmar los conciertos es insuperable en emoción y belleza, las mismas que las voces. Estoy en una coral y sé de lo que hablo. Por no mencionar cómo están rodadas las coreografías de los bailes populares o las escenas en el antro parisino (qué curioso que se vuelva a escuchar de fondo 24.000 baci, de Celentano, como ya sucedía en Ida). Todo lo necesario está ahí a un ritmo perfecto. La elección del B/N permite mil matices de grises a la fotografía de exteriores e interiores.


  Joanna Kulig y Tomasz Kot son los protagonistas de esta tristísima historia de amor. Con estos nombres imposibles de recordar he tenido que recurrir a la wiki para darme cuenta de que ya la vi cantar en Ida y que actuaba también como una de las monjas de la terrible Les innocents, aquí comentada. La manera de estar ante la cámara en planos cortos destila verdad a raudales y su manera de cantar me conmovió desde el primer dúo con la compañera inicial. Da igual que sea música popular o jazz francés, a todo le pone una dicción  y un tono ajustados a lo que se pretende expresar. A él no lo conocía. Ambos están magníficos en una expresividad contenida y nada impostada, capaces de expresar con miradas lo que sienten. Agata Kulesza era la imponente jueza en Ida y aquí tiene un papel secundario pero no menos importante, como la colaboradora musical de Viktor (fenomenal el plano especular en la fiesta de celebración). La más íntegra de todos. El final, que no revelaré, es de una elegancia intensa y desarmante para una peli que sabe presentar el drama de un amor imposible yendo a lo hondo de la relación humana. Una joya, en fin.

José Manuel Mora.





Comentarios

José Luis Escobar Arroyo ha dicho que…
Magnífica crítica para una magnífica película.

Es ya un clásico, como una tragedia griega, porque se interesa por las pasiones atemporales del ser humano, y su estética hace aflorar la intuición y el institnto de cualquier persona, de cualquier tiempo y cualquier lugar.

Hermoso cómo la película refleja que el arte va expresando el cambio del caracter de la sociedad, que muta con los años y la geografía; cómo influye en él las intromisiones ajenas, (las poolíticas con el constucrivismo de aquellos años). Le ocurre al arte en esta obra lo mismo que a las relaciones interpersonales: la intromisión del poder destruye la obra de los artistas y la obra de arte que iban creando con sus vidas. Una gran obra.
MBAD ha dicho que…
Me alegro de que te haya gustado. En el blog, mi cajón "desastre" particular, podrás encontrar sugerencias de pelis, libros, viajes.... Gracias por tomarte el tiempo de responder.