Algo en qué creer, de Adam Price

 Bergmaniana.

"Cada día trae su afán", Eclesiastés, 17, 5. (La cita es apócrifa. Me ha gustado siempre citar, inventándome la referencia de sopetón, como si la supiera con precisión. No es aquí el caso, pues se trata de una frase de Mateo). Viene a cuento esta pequeña introducción para señalar que, de no estar jubilado, me sería imposible ver la cantidad de seriales a los que estoy dedicando una buena parte de mi tiempo. Sé que hay otros seriéfilos que todavía son más adictos y que se lo quitan del sueño o de sus obligaciones familiares o laborales. No siempre puedo compartir el visionado con mi pareja, lo que a veces me frustra, porque me gustaría el disfrute común; sin embargo otras veces la soledad me permite gozar hacia adentro, como me ha sucedido con Algo en que creer (Ride upon the Storm o, en su título danés, Herrens Veje, "Los caminos del Señor", mucho más adecuado a mi entender), de Adam Price, director y guionista, el para mí mítico creador de Borgen, aquí comentada hace ya unos años, cuando comenzaba a brujulear por estos pagos (https://mbadalicante.blogspot.com/2015/08/borgen-de-adam-price-soren-kragh.html). He llegado a ella gracias a la recomendación de mi amigo José Antonio, pues yo no había oído ni hablar del título. Son diez capítulos de apenas una hora cada uno, con cierre aparentemente definitivo. Digo aparentemente porque en la publi se anuncia como "primera temporada". Leo luego que para diciembre se señala la aparición de la segunda tanda. 


Además de su creador, me atraía el hecho de ser una serie danesa, lo que siempre me transporta a una tierra que he visitado en varias ocasiones y cuyos interiores y cuya luz me son reconocibles y amables. La historia se desarrolla en el seno de la familia de un pastor protestante perteneciente a una estirpe de docientos años dedicada a la misma tarea, predicar. Esas gorgueras y la ausencia de imágenes en las iglesias me retrotraen siempre a las pelis en B/N de C. T. Dreyer y, por los conflictos que se viven aquí, también a I. Bergman. Además del problema insondable de la fe, o de su ausencia, lucha agónica bien unamuniana por otra parte, y más en la figura del pastor, como su San Manuel Bueno, los conflictos de la pareja están muy presentes siempre en el direcor sueco, como aquí, la infidelidad, la dependencia mutua, las contradicciones íntimas; a ellos se añaden los de la filiación, el enfrentamiento con la figura del padre, violenta a veces y autoritaria y condicionante, junto con el favoritismo paterno por el más pequeño y fiel a sus dictados. A todas estas crisis se añade la de la misma institución, la Iglesia Nacional Danesa, con sus pastores casados, y la presencia de mujeres como obispos, tan distinta de la católica en ritos y modos, aunque no en las rivalidades por el poder. Y las huellas que deja en los que van a un conflicto bélico la violencia incontrolable que allí se vive.


Esa familia presenta cuatro trayectorias vitales completamente diferentes y al mismo tiempo simbióticas y solidarias: la frustración del padre, pastor de fe asentada y alchoolismo e infidelidades varias; la rebeldía de su hijo mayor, exseminarista que descubre una espiritualidad alternativa en Nepal; la vivencia intensa y angustiosa del hijo pequeño, capitán castrense y casado; y la dependencia afectiva de la madre, sostén de todos los miembros de su familia hasta que la ruptura del pacto por parte de su marido hace que su mundo se tambalee, con descubrimientos de sexualidad inusual en plena madurez.  Familia y fe juntas pues y la necesidad de seguir creyendo a pesar de todas las dudas que puedan surgir. El propio creador considera que la serie se podría encuadrar en lo que él considera "realismo mágico escandinavo". No son seres angélicos, sino contradictorios, pero todos están vistos por Price desde una perspectiva humanísima, lejos de maniqueismos jolivudienses. 


 Lars Mikkelsen es el padre, desilusionado, afectuoso y brutal a la vez, enamorado y egocéntrico, incapaz de pedir ayuda cuando más solo está, de personalidad arrolladora, torturado y torturador. Eleonora Jorgensen es una madre plena de sensibilidad y contradicciones. Simon Sears, el hijo mayor, puede que peque de un gesto casi único, pero hace creíble la relación de afecto con su hermano. Morten Hee Andersen, el hijo pequeño, es el ser atormentado, traumatizado por lo vivido en Oriente Medio, de una vida interior intensísima, que desea experimentar su fe en carne viva, no por tradición, al servicio de los demás. Los dos hijos tienen algo de hermanos bíblicos que eligen caminos diferentes. Y a todos los filma Price con abundancia de primeros planos que nos permiten ver su interior. La fotografía capta la luz nórdica de los interiores como en tantos cuadros de allá. La narración es pausada y va adensándose más y más en un conflicto múltiple que acabará estallando. Cada uno de los capítulos concluye con los títulos de crédito y una canción, diferente en cada caso. Todas bellísimas. Los créditos iniciales me parecen magistrales, con algunas imágenes que son perfectos bodegones barrocos. Una serie sobre espiritualidad y conflictos personales. A mí, que la primera me queda lejos, a pesar de lo que me conmovió en su momento el "mártir" unamuniano y su angustia vital, me ha atrapado porque, como decía el otro, "nada de lo humano me es ajeno" y la búsqueda de cada uno de los personajes, ese "algo en qué creer" del título en espñol es, ya digo, humanísima. Los diferentes directores de los distintos episodios han sabido estar a las órdenes del creador  para conseguir así una unidad estilística impecable. Nórdica y cercana. Muy recomendable.

José Manuel Mora. 


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