Sur, de Antonio Soler

Joyciana y malagueña.

A veces es suficiente una reseña en prensa, leída con rapidez, para que algo despierte en uno la curiosidad y busque el libro en cuestión. No se trata en esta ocasión del prestigio previo del nombre de su autor, para mí desconocido o no retenido hasta ahora. Cuando me encuentro con el libro en las manos, su factura sólida de tapas duras, la sugerente imagen de la cubierta, las páginas de respeto en riguroso negro, todo afianza la creencia de que tengo un buen libro delante de mí. SOLER, Antonio. Sur. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2018, (segunda edición en dos meses), 507 págs. Empezado a finales de diciembre, lo acabo con bastante rapidez, dado lo apasionante de su escritura. Se convierte así en el primer libro reseñado aquí en este 2019.



Sin embargo, cuando me pongo a investigar en la biografía del autor, empiezan a venirme retazos de información ya sabida, pero que no cuajó en mi memoria. Antonio Soler, (Málaga, 1955) escribió Las bailarinas muertas (1996), que obtuvo buena acogida y el Premio Nacional de la Crítica, pero que yo no llegué a leer. Sí sabía de otro título suyo, El camino de los ingleses (Premio Nadal de 2004), pero porque fue llevada al cine por A. Banderas, con guión del propio Soler dos años después. Dice la solapa del libro que pertenece a la Orden de Caballeros de Finnegans, quienes se reúnen cada año a celebrar el Bloomsday, que tiene lugar en Dublín, para conmemorar el Ulises de J. Joyce. Junto a Soler se incluyen Eduardo Lago o Vila-Matas entre otros. El libro que comento ha obtenido el I Premio de Narrativa de Alcobendas Juan Goytisolo. Por su edad pertenece pues a la penúltima generación de narradores en castellano.



La obra se inscribe en la tipología de las que transcurren en un sólo día, como la citada de Joyce, que es la que me vino primero a la cabeza. Hay que sustituir la niebla, el frío y la lluvia de Irlanda por el terral que sopla en Málaga, ciudad en la que, sin nombrarse, toda la trama se desarrolla. El citar cada uno de los lugares con precisión hace que casi se pueda leer con un mapa de la capital en las manos para orientarse. Está claro que los malagueños lo podrám disfrutar más en ese sentido. Esta presencia imponente de la ciudad se da también en Berlín Alexanderplatz de Döblin aquí comentada ya (https://mbadalicante.blogspot.com/2009/08/berlin-alexander-platz-de-doblin.html) o en Manhattan Transfer de Dos Passos, por citar sólo dos ejemplos. 



Lo primero que sorprende es la capcidad del escritor para incluir en la historia toda una serie de personajes (el censo de los que aparecen es de treinta páginas, situado al final del libro para ayudar en la lectura, hasta que uno va haciéndose con las distintas individualidades) que, además de por la reiteración de sus apariciones, se van concretando por una serie de ritornellos para cada uno de ellos y sobre todo por un sabio uso del decoro poético. Los distintos niveles de habla se manifiestan no sólo en la sujeción o no a la norma estándar (con los participios pasivos en -ao, los dequeísmos, eso no de compensa, na por nada, no verdad Rai?...), sino a los diferentes registros: el argot juvenil de Guille y sus amigos, el de pretensiones literarias en el diario de El Atleta, el habla barriobajera de los drogadictos como el Nene Olmedo, o los tecnicismos médicos de la doctora Galán. También en las variantes tipográficas que usa y que incluyen los globos para representar los wasap que se envían los personajes, la cursiva del diario, o incluso la utilización de la negrita para los rótulos publicitarios o la redonda para la explicación de lo que Ana nunca sabrá. A todo ello hay que añadir la elocución de los personajes sin la puntuación adecuada, bien por adecuarse a su nivel sociocultural, o por retratar una corriente de conciencia del Rafi, por ejemplo, o los diálogos sin guiones. Valga todo ello para señalar la complejidad con la que teje Soler las vidas de todo este grupo de perdedores. Capacidad de observación de realidad y de psicologías muy distintas, y a su vez una ingeniería narrativa cercana al virtuosismo para que todo se sostenga sin que el lector se pierda. Hay, con todas las salvedades de épocas diferentes, ecos de La colmena de Cela.



Desde el inicio, con la aparición del cuerpo de Dioni comido por las hormigas, que no parecen poder esperar a que muera, el autor nos sitúa en un ambiente de degradación moral y social. Da igual la clase a la que se pertenezca: currantes honrados, delicuentes de poca monta, empleadas de supermercado, abogados, policías, tiburones capaces de comprar un reloj de miles de euros, desequilibrados mentales, padres abusadores, yonquis violentos, sacerdotes, empleadas de hotel, adolescentes pijos, cantantes ambulantes... conforman un puzle humano en una lucha constante porla vida. Todo da la impresión de estar al borde de la consunción, a la que el calor axfisiante, pegajoso, tórrido de un día de agosto parece contribuir; son innumerables los modos en que el autor logra hablar de la atmósfera hirviente en que se mueven sus protagonistas. Parece que no hay salida para ninguno de esos seres, que cada uno a su modo lucha por sobrevivir a ese día que no quiere acabar nunca. En algunos momentos el desgarro expresivo de los personajes y sus situaciones vitales me han traído a la cabeza los esperpentos de Valle-Inclán con su expresionismo deformante ("más impúdica [sin dientes] que si enseñara el coño, dice el del quiosco", pág. 66) y que a la vez lo hace todo claramente reconocible. Todos intentan sobrevivir a existencias anodinas o terribles, confortables aparentemente pero con un agujero sin fondo en medio de ellas. El sexo es uno de los motores de la mayoría. Hay una explicitud expresiva en algunas escenas que no suele ser demasiado común en la narrativa al uso. Da igual que se trate de sexo adolescente, que de encuentros oscuros homosexuales, que intercambios en el retrete de un AVE o con una aguja en la vena mientras se folla impúdicamente. Casi todos sienten una compulsión que los lleva a intentar satisfacerse como pueden. Y pueden poco, porque casi todos los encuentros que se nos muestran acaban en la frustración, la tristeza, la violencia. La cosmovisón del escritor es desesperanzada, o al menos la que muestra aquí, como la del pobre Atleta, que corre sin destino alguno, como si no se moviera del sitio, agotando sus fuerzas en esa carrera sin fondo. Y en contraste con lo amargo de las vidas de estos personajes, la fuerza verbal de Soler, su enjundia poética confiere al conjunto una belleza agria y dura. Desde el principio esa maestría expresiva se pone de manifiesto, tanto es así que he renunciado a anotar aquello que me llamaba más la atención, dado que el juego metafórico, las onomatopeyas y comparaciones son continuas y brillantes. "Deja entrar una luz medio podrida" (pág. 119); o bien "el aullido silencioso de la velocidad [del AVE]" (pág. 71); "acarició la piel del agua" (pág. 142); o de nuevo Valle, "el cónclave de la pluma con sangre" (pág. 449), para referirse a los periodistas de sucesos. Al final todos los personajes, conscientes o no de ello, intentan en este libro "limar las aristas más afiladas del dolor" (pág. 470). Intenso, amargo, tristísimo, extraordinariamente bien escrito. No creo que se me olvide este retablo de la desazón contemporánea.

José Manuel Mora. 











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