El informe de Brodeck, de Philippe Claudel

Parábola terrible.

Me encanta que me orienten en la tupida selva de los libros. Sin la ayuda esta vez de mi sobrino Julio, lector avezado además de padre de familia responsable y médico especialista, seguramente me hubiera pasado desapercibido. Además de la confusión a la que puede llevar el apellido del autor, de raigambre francesa de prestigio, los Claudel, poeta y escultora. A pesar de los premios recibidos, se trata de un título que me pasó desapercibido. La casa editorial suele incluir cosas interesantes, así que acepto el "préstamo interbibliotecario" y comienzo a leer. CLAUDEL, PHILIPPE. El informe de Brodeck. Barcelona: Editorial Salamandra, 2008; trad. de José A. Soriano; 280 págs. De nuevo, y sin que sea buscado, reincido en la literatura francesa. Algo tendrá el agua... 




El Claudel que nos ocupa, (Nancy, 1962) ha sido profesor de Antropología Cultural y Literatura en instituto y universidad, y guionista de cine y televisión, según leo en la solapa. La nota curiosa viene dada por la dedicación de su tiempo libre a enseñar a niños discapacitados y presos. Algo de la sensibilidad necesaria para ejercer estas tareas se trasluce en su escrito. Sus libros han merecido múltiples premios, como el Renaudot que consiguió con La nieta del señor Linh (2006). El que nos ocupa logró el Goncourt des Lycéens en 2007 (se creó en 1987, lo que indica una consolidación y un prestigio del mismo), premio que seguramente abre las puertas de muchos institutos franceses y de las cabezas de sus estudiantes, puesto que son ellos quienes lo otorgan, tras leer y seleccionar los candidatos, además de venir avalado por el Ministerio Nacional de Educación de Francia. Es el segundo libro que lo obtiene que he leído en muy poco tiempo: Pequeño país (https://mbadalicante.blogspot.com/2018/09/pequeno-pais-de-gael-faye.html) ha sido el anterior, y estoy seguro de que gran parte de mi alumnado hubiera disfrutado con ambos. Ambos terribles, todo hay que decirlo.   


Veamos pues la propuesta. El narrador, una de las pocas personas de un pueblito de cuatrocientas almas entre montañas que ha estudiado en la capital, recibe el encargo de redactar un informe sobre un acontecimiento en el que participaron todos los varones del lugar menos él. No sabemos cuál fue "el suceso, el drama, el incidente" (pág. 12), pero sí que debió de ser terrible: "intentar ordenar esta terrible historia" (pág. 54), y que de allí no logró salir indemne: "como si desde ese día  el miedo se hubiera convertido en mi ropa" (pág. 42). Ha de recopilar testimonios e investigar no sólo para escribir lo que le han pedido: "tienes que ponerlo todo [...] quien lea el informe comprenda y perdone" (pág. 20), sino para intentar explicarse a sí mismo los porqués del hecho, puesto que la alteridad del que llegó al pueblo, Der Anderer -el Otro, en alemán-, era su propia alteridad, ya que él llegó también de muy lejos treinta años antes, siendo un niño, en compañía de la ya vieja entonces Fédorine. "Prefiero escribir. Escribiendo, tengo la sensación de que las palabras se vuelven dóciles, de que vienen a comer a mi mano como pajarillos" (pág. 36). Y es cierto que en el estilo del escritor hay una sencillez expresiva, acorde con el redactor, que acaba siendo enormemente efectiva. ¿Qué tenía el Otro para convertirse en el objeto de invectivas de todo el pueblo? Tal vez el hecho de que "ser inocente entre culpables es igual que ser culpable entre inocentes" (pág. 67); o bien que "ese hombre era como un espejo" (pág. 126) y a veces no soportamos nuestro propio reflejo que la superficie brillante nos ofrece. Hay en el narrador toda una visión del mundo que va destilando de sus palabras. "Los hombres son extraños. Comenten las peores acciones sin formularse demasiadas preguntas, pero luego no pueden vivir con el recuerdo de lo hecho" (pág. 124).



Y hay una indefinición espacio-temporal que ayuda enormemente al tono de parábola de la narración. Por el idioma que hablan, alemán en variante dialectal, podría tratarse de un pueblito de la baja Austria. Y aunque hay tren, no parece haber luz eléctrica. Se habla de un "campo" que tiene todas las características de uno de concentración nazi, pero no se especifica más. Y la raza y la lengua antiguas de las que habla el narrador son probablemente hebreas. La experiencia vivida allí por Brodeck lo hace descender a los estadios más bajos de degradación humana. "En el campo había envejecido siglos" (pág. 67). Todos los allí encerrados son igualados por la dominación y la violencia de quienes la ejercen de forma desmedida, irracional, inexplicable y crudelísima. La muerte planea sobre ellos de forma aleatoria, ya que "la muerte no es exigente. No pide ni héroes ni esclavos. Se come lo que le dan" (pág. 109). Y una nueva reflexión arrolladora tras esa experiencia: "Si las criaturas han podido engendrar el horror es únicamente porque el Creador les ha soplado la receta" (pág. 178).  También el pueblito fue invadido y los ocupantes dejaron huellas indelebles. Émelia, la mujer del narrador, no habla con su marido tras el regreso de éste; ni siquiera se ocupa de Poupchette, su hija. Y no sabremos por qué hasta pasada la página 152. Es esa otra de las virtudes del libro, la perfecta dosificación de los datos de la historia. De las historias, puesto que, junto al informe oficial, Brodeck redacta a escondidas unas cuartillas en las que su mente deambula por el tiempo y va al pasado y vuelve, se enreda y desenreda en sus recuerdos, hasta que vamos teniendo todas la piezas del puzle de su vida. Como el hombre sin una formación elevada que es, posee un lenguaje llano y recurre a comparaciones sencillas, propias de un campesino. Cuando utiliza el juego metafórico lo hace sin distorsionar aquello de lo que habla: "Los humos de carbón que salían indolentes de las chimeneas y se enredaban unos con otros, para luego dormitar días y días en el cielo" (pág. 157); o bien: "En el cielo las estrellas abrillantaban sus clavos de plata en el paño de la oscuridad" (pág. 225). Y es con ese aparente tono menor expresivo con el que va dando forma al horror vivido y a la crueldad de los otros ante la presencia del diferente en un crescendo medidísimo. Lo terrible es que todos somos diferentes con respecto a otros seres humanos y no parece que hayamos aprendido mucho con el paso de los años. No hay sermón ni moraleja por parte del redactor. Simple y llanamente presenta lo sucedido para dejar constancia de ello. No sé si la comprensión solicitada al inicio puede llevar al perdón demandado. A mí la verdad es que me cuesta perdonar tanto sufrimiento causado.

José Manuel Mora.

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