Stan & Ollie, de Jon S. Baird

 Nostalgia de la buena.

Evidentemente ha sido la nostalgia la que me ha arrastrado a ver esta cinta. Las imágenes del tráiler mostraban una composición perfecta de dos personajes que poblaron mis primeras sesiones cinematográficas. Nada menos que "el gordo y el flaco". Sus pelis mudas, acompañadas de una banda sonora apropiadísima, nos hacían partirnos de risa, más si las veíamos en compañía de los amigos de la panda. Luego las recuperamos en los primeros años de la televisón en B/N y seguían haciéndonos reír. Los clásicos, es lo que tienen. Y he aquí que un tal Jon S. Baird, a quien no había oído nombrar, y que ha trabajdo sobre todo en series de televisión, ha decidido retomar a los personajes pasada su época de gloria, en el ocaso de sus vidas, para componer un canto a la solidaridad, al entendimiento mutuo, a pesar de las rencillas propias de las personas que conviven estrechamente. Y así tenemos este Stan & Ollie que se hizo un hueco en la pretensión de un Oscar para uno de los dos intérpretes, asunto sobre el que luego volveré.
La peli arranca (excepcional el travelling inicial) cuando todavía trabajan para un estudio hollywoodense siendo explotados económicamente. El cine sonoro ha hecho que tengan que reinventarse, como sucedía en Cantando bajo la lluvia. Los problemas de pareja y la afición a las apuestas los mantienen en una situación precaria que los estudios aprovechan. El famoso dúo cómico se deshace.Ya en los años cincuenta la historia los retoma en una gira por ciudades británicas, en teatros de baja estofa medio vacíos, donde el público seguía riendo sus consabidos gestos. Todo se complica con la llegada de las respectivas mujeres, cada una con un talante distinto y ambas protectoras de sus parejas, lo que conllevará rencillas, celos artísticos, decisiones problemáticas...A pesar de todo el entendimiento entre los cómicos tras tantos años es tan poderoso que supera las desavenencias. La solidaridad, incluso con la llegada de la enfermedad, se mantiene incólume y son extraordinarias algunas escenas, como la de tomarse de la mano en la cama para confortarse.


La manera en que John C. Reilly, Ollie, y Steve Coogan, Stan, se tramutan en los personajes para dejar de ser los actores en gira es pasmosa, por no hablar de su caracterización, comprobable en la foto anterior. El primero, estadounidense, lleva haciendo cine desde los noventa  y es un rostro visto en grandes títulos, (Chicago, 2002; Un dios salvaje, 2011, por citar sólo dos) pero que aquí se esconde tras un bigotillo y flequillo ridículos. El segundo, británico, hace cine desde el mismo año que su compañero y lo recuerdo perfecto en Philomena (https://mbadalicante.blogspot.com/2014/03/philomena-de-s-frears.html ). Verla en V.O.S. ha sido un auténtico regalo. La dicción de ambos era tan clara que, a pesar de mi deficiente inglés, podía seguir los diálogos. La de matices que se pierden en los doblajes... Es Coogan el que estuvo "nominado" y al que ahora pienso que le robó el trofeo el ganador, Mahershala Ali. Sin embargo me pondrían en un auténtico brete (signifique brete lo que signifique, que dice el maestro Millás) si tuviera que decidirme por uno de los dos. Son complementarios y humanísimos ambos, capaces de cantar, bailar y gesticular mínimamente para transmitir. La escena de la espera en la antesala del productor, ante la secretaria, es una síntesis perfecta de actor y personaje.

Desde mi perspectiva de espectador, se me han juntado varias nostalgias: la de mi infancia inocente que tanto me permitía disfrutar, a pesar de intuir el tropezón, el golpe o el equívoco, y la de de una profesión perdida ya, un modo de hacer artesanal, minimalista en los gags y enormemente efectiva en los resultados, la escena de la estación con dos puertas es de una sincronía perfecta. Me vuelve a emocionar hasta las cachas el baile que se marcan al final, un auténtico pas de deux. Ahora que tanto cine duro vemos, esta cinta es catártica y gozosa. Muy recomendable.

José Manuel Mora.


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