Detrás de los espejos, de Francisca Aguirre

 Poetisa discreta.

Mea culpa. Hacía mucho tiempo que no leía poesía. Y no sé por qué. Durante la carrera decidí que la Literatura que debía estudiar no la iba a encontrar en los manuales que recomendaban, sino en la lectura atenta de los autores del programa. Y eso siempre era más factible de cumplir con los poetas que con los narradores de obra extensa o los dramaturgos, el teatro se ha de ver. Así que a lo largo de tres años fui recorriendo la lírica española de forma apasionada, disfrutándola, haciéndola mía. Bien es verdad que el temario no llegaba más allá de la Generación del 27. Algún profesor puesto al día sugería a alguno de la posguerra, incluso alguien integrante de la generación del 50. Los más rabiosamente à la page nos hablaban de una antología  de título atrayente Nueve novísimos poetas españoles, publicada por J. Mª Castellet en 1970, y que devoramos con fruición. Para estar al día en las novedades de la lírica hacía falta casi bucear en revistas especializadas. La colección de Visor solía ser un buen indicador. Y aún así he dejado, en esta lista de "libros recomendados", algún título que me haya llegado profundamente, como es el caso de J. Margarit  (https://mbadalicante.blogspot.com/2018/06/un-asombroso-invierno-de-joan-margarit.html). Y una vez más, gracias al último Nacional de las Letras, descubro a una mujer cuyos versos citados en prensa me llaman la atención y decido comprar el libro de AGUIRRE, FRANCISCA. Detrás de los espejos (Antología 1973-2010). Madrid: Bartleby Editores, 2013; incluye un prólogo del que ha seleccionado los poemas, Manuel Rico; 84 págs.  

Así que, sin buscarlo expresamente esta vez, me encuentro entre las páginas de otra mujer, alicantina además (Francisca Aguirre, Alicante, 1930 ["Yo que nací en el 30 / en ese tiempo loco / que cobraba su alquiler en moneda de espanto", pág. 27] -  Madrid, 2019). Su fallecimiento me pilla leyendo sus versos. ¿Qué mejor forma de rendirle homenaje? Y descubro a través de ellos  que "Aquella infancia fue más bien triste" (pág. 19), como no podía ser de otro modo para una niña y sus hermanas, nacidas en plena posguerra, que tuvieron que emigrar a Francia y que perdió pronto a su padre, una figura capital en su vida y que fue ejecutado por garrote vil en el 42: "Y yo estaba segura de que un día mi padre volvería / [...] pero no volvió nunca" (pág.59); "mientras crecíamos hacia ese deconsuelo que hoy nos puebla" (pág. 20). Aunque perteneciente por edad a la generación del 50, empezó a publicar tardíamente, (Ítaca, 1972), lo que unido a lo restringido de los sellos editoriales en que lo hizo, la dejó inicialmente fuera del reconocimiento académico. Casada con el también poeta Félix Grande, lo que se pone de manifiesto en el impresionante poema titulado Flamenco ( pág. 36), logra por fin el Nacional de Poesía por Historia de una anatomía en 2011. Fue compañera y amiga de los poetas de su generación: Hierro, sobre todo, pero también de Umbral y Gala. Siguió publicando con "periodos de estiaje", hasta culminar en un volumen con su poesía completa, Ensayo general, de 2000, reeditado  y ampliado en 2018. 



Y, sin necesidad de recurrir a la sabia orientación del prologuista, los ecos que me llegan conforme me adentro en sus versos me son reconocibles. En primer lugar, Machado aparece evocado en "Homenaje" (pág. 24) y, de una manera emocionante, en "Frontera" (pág. 28). Su tono hondo, cercano, la aproxima al autor de Soledades. Otro al que parafrasea es a C. Vallejo: "Eras la dignidad hecha miseria" (pág. 63). Cuando se pone a escribir sonetos de amor, los endecasílabos le salen redondos y los ecos son más clásicos: Garcilaso, o Quevedo ("Dueños del miedo, el polvo, el humo, el viento"). Su solvencia se pone de manifiesto al pasar a los romances, de tono claramente popular, pero nada trillados ("Y el tiempo es una cortina / que se nos ha desgarrado" (pág. 47). El tiempo y su fluir es uno de los temas presentes a lo largo de todo el poemario. Los homenajes se multiplican: G. Diego, "Las naves por el mar / tú por tu sueño" (pág. 80), Manuel Machado, "Mi querido poeta decadente" (pág. 64), M. Hernández cuando escribe sus Nanas. La escritora se mueve entre la angustia desesperanzada provocada por el dolor, y un deseo de combatir contra ello: "Mi testaruda vida consecuente / tan repleta de dichas y de espantos" (pág. 69). La salva a veces la voluntad férrea y el perenne recuerdo: "Y una mujer que sabe que los muertos no mueren" (pág. 59). Seguro que siente la presencia de su padre a su lado. Para concluir estas notas apresuradas, no quiero dejar sin citar unos versos que me han conmovido hasta el tuétano, y que terminan el poema Testigo de excepción: "Un mar, creedme, necesito un mar / una mar donde llorar a mares / y que nadie lo note" (pág. 30). Voz discreta y profunda de mujer. 

José Manuel Mora.


























Comentarios