Siete casas vacías, de Samanta Schweblin

 Del lado de "allá".

Esta vez la culpable es Carmen, mi librera de cabecera en 80 Mundos, quien a veces intercambia este papel con Sara; saben llevar el negocio. No sabía por dónde seguir y me recomendó algo que ella ya había leído y con lo que había disfrutado. Y, como nos vamos conociendo y sabiendo nuestros gustos, me fié de ella. Ni el título ni la autora me sonaban remotamente. SCHWEBLIN, SAMANTA. Siete casas vacías. Madrid: Ed. Páginas de espuma, 2016 en su tercera edición, 123 págs. Por cierto, ¿no es hermoso el nombre de la editorial? Al menos para alguien mediterráneo como yo sí lo es. Sigo por lo tanto intentando equilibrar mi nómina de autoría, vencida hacia los varones sin proponérmelo pero que, gracias a la mayor presencia de escritoras en la mesa de novedades, voy pudiendo equiparar a unos y otras. El libro viene además avalado con un galardón de 2015, cuando se publicó, del que no había oído hablar: IV Premio Internacional de Narrativa Breve Ribera del Duero.

 
Desde 2015, cuando descubrí al colombiano Abad Faciolince gracias a su novela La oculta ya comentada aquí, (https://mbadalicante.blogspot.com/2015/08/la-oculta-de-hector-abad-faciolince.html) no había leído nada del lado "de allá". Y, como todo es relativo, para Cortázar, que es de quien tomo la divisoria, ese allá era Europa, el París de la Maga. Para mí, eurocéntrico sin quererlo, ese allá es pasado el charco. Esta vez La Argentina. ¡Quién lo diría con semejante apellido! Pero si los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas, los argentinos descienden de los barcos, tal es el porcentaje de inmigrantes que llevan recibiendo desde principios del s. XX. Esta mujer es porteña, de 1978, y obtuvo un premio temprano por Pájaros en la boca, de 2008, el muy prestigioso Casa de las Américas. Además de cuentista, ha escrito novelas, como Distancia de rescate, de 2014. En la actualidad reside en Berlín. Se la suele relacionar con la literatura fantástica de terror y misterio. Y algo de esos elementos flota en estos cuentos, como vamos a ver.


Lo primero que llama la atención en estas historias es la atmósfera que logra dibujar la autora. En unos ambientes urbanos, aparentemente cotidianos, casas, jardines delanteros o traseros de las mismas, suburbios a donde no siempre llega el subte, tiendas, ascensores u hospitales, todo podría suceder. Están teñidos todos ellos de una tensión no explícita y no siempre explicada, pero que puede cortarse. En todas ellas predomina la melancolía no siempre del todo motivada o evidente. ¿Qué hace una mujer entrando en casas ajenas con un afán enfermizo de observar y llevarse algo ("Nada de todo esto")? O bien ¿por qué se desnuda un matrimonio de ancianos en el jardín de su hijo y su nuera con el escándalo subsiguiente al desaparecer los nietos? (único con narrador masculino “Mis padres y mis hijos”); ¿y qué hace un padre huérfano, incapaz de tirar la ropa del hijo muerto ("Para siempre en esta casa")? ¿qué le puede suponer a una niña que le obliguen a quitarse las braguitas, las bombachas, para que sirvan de señal de auxilio desde un coche en marcha ("Un hombre sin suerte")? Por no hablar de la vieja de "La respiración cavernaria", a quien se le muere el marido y ella se queja: "ahora ella no tenía ni para quién morirse" (pág. 80). Son siete cuentos de distinta extensión pero narrados todos desde los ojos de una mujer, da igual que sea una niña, una señora casada, una anciana, una hija y su madre... En todas ellas hay una intensidad inusitada que exige avanzar en la lectura para ver cómo se resuelve la trama. En algunos momentos me he visto inmerso en los aires cortazarianos de Casa tomada, por ejemplo. Todo se cuenta con la mayor naturalidad, cuando sabemos que algo tremendo está a punto de suceder o ya ha sucedido y no nos hemos enterado del todo.


 Hay mucha soledad en la mayoría de estos personajes y casi todas esas casas de las que habla el título están vacías.  No tanto de objetos, porque están repletas de ellos, ni de personas, sino que el vaciamiento se produce en el interior de los seres que las habitan. La enfermedad, la pérdida, la enajenación, el desasosiego vital crean una inquietud en el lector que está perfectamente trabajada, porque se sustenta sobre realidades que parecen pesadillas y ensoñaciones que podrían pasar por pura cotidianeidad, como en "Salir", con esa mujer que va a la calle "desnuda debajo de la bata" y con el pelo mojado envuelto en una toalla en busca de no se sabe bien qué.  Todo está narrado con una prosa carente de adornos, escueta, con la reiteración como casi única figura retórica: las cajas de embalaje, la chocolatada, la respiración, la lista en el bolsillo del mandil. Dejo sin embargo una comparación que me ha encantado: "Seis muñecos papanoeles colgando de las ramas como en un club de ahorcados" (pág. 97).  Y, en plan personal, lo que he disfrutado con términos de lado "de allá", que hacía tiempo que no encontraba: sodero, rotisería, velorio, heladera, bombacha, todas esas palabras que me trasportan sin quererlo a aquella geografía que un día visité y que casi no recuerdo ya. Una excelente opción, este conjunto de relatos extraños y cotidianos.

José Manuel Mora. 

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