Lehman Trilogy, de S. Massini

 Economía ultraliberal.

En poco tiempo hay en estas "páginas" dos referencias a espectáculos teatrales, algo poco frecuente. Y no por que no me guste la escena, sino porque no siempre lo que llega termina de interesarme. Sin embargo, desde que vi la programación del cuatrimestre, sabía que la función de hoy me iba a apetecer verla. Y no he debido de ser el único. Hacía mucho tiempo que no veía el Principal aborrotado hasta el gallinero. Lástima que estas líneas no sirvan ya para animar a más espectadores a verlo.



Lehman Trilogy tenía varios atractivos: se anunciaba como "teatro musical", y la drección y adaptación de Sergio Peris- Mencheta me la hacía muy atractiva, puesto que es alguien de quien ya he visto con gusto otras puestas suyas (Lluvia constante) y que declara habérselo planteado como un cuento para adultos. El hecho de que muestre el ascenso y caída de una familia con semejante apellido la hace todavía más apetecible. Del autor, Stefano Massini (Florencia, 1975), formado en la filología clásica, no conozco nada, pero que sea alumno del inmenso Luca Ronconi supone una buena tarjeta de presentación. Dice que el teatro procesa el material que recoge el periodismo y lo "interpreta, estudia y analiza despacio y con una intención". Es en la actualidad director de un teatro mítico, el "Piccolo" de Milán. La obra se estrenó en París en 2013 y ganó el galardón a mejor diseño de espacio escénico en los Premios Max de este año  para Curt Allen Wilmer. Es una producción de la compañía Barco Pirata.



La obra se estructura en tres actos de 45 minutos cada uno con descansos, para contar una saga familiar. El texto es endiablado y estoy seguro de que su aprendizaje para los actores ha tenido que ser un auténtico tour de force, por su extensión, por el desdoblamiento de los actores como narradores y personajes, por la velocidad alucinante de muchos de los parlamentos que ha querido imprimir el director...; por no hablar de la preparación corporal que supone estar actuando al tiempo que se trepa por escaleras, que se cabalga a lomos de una silla o que se participa en la cadena de montaje de un Ford T. El primer acto corresponde a la llegada de tres hermanos desde la Babiera agrícola a los USA de mediados del s. XIX. Se instalan en Alabama con una tienda de tejidos ("Nada se tira, todo se vende" es el lema/estribillo de la primera canción) que pronto cambiará, al descubrir que pueden comprar el algodón bruto a los productores que lo obtienen gracias a la mano de obra esclava, para venderlo a los industriales del norte. Se convierten así en "intermediarios". Tras la Guerra Civil se prestan a convertirse en banqueros que puedan recosntruir todo el desastre con el dinero estatal. De ahí saltarán a Nueva York, donde descubrirán la Bolsa de valores de Wall Street, donde no hay dinero contante, sino sólo palabras que nombran lo que se compra y se vende. Todo ello unido a una estrategia de matrimonios adecuada los irá haciendo ascender en el grupo de los poderosos. La selección de las candidatas como un muestrario de aspirantes es divertidísima. 


En el segundo acto, con su visión de oportunidad y de futuro, descubren que hay que invertir en el ferrocarril y luego en el petróleo. Voraces como son, e insaciables, comprenderán que el transporte por tierra no es la única baza y que el transporte marítimo desperdicia mucho tiempo pasando por el Cabo de Hornos, con lo que apalabrarán con Panamá una franja de tierra de 90 kms para usarla durante 90 años, en la que construirán el famoso Canal por el que todos los que pasen deberán pagar. El conflicto bélico mundial les proporcionará nuevos nichos de negocio, como la exportación a Europa, hasta que todo salte en pedazos con la crisis del 29, suicidios incluidos. 


El tercer acto nos lleva ya a épocas más recientes: armamento, campañas militares, hasta llegar a ese dominó planetario de acreedores y deudores que basan su negocio en la compraventa y especulación de archivos tóxicos que acabó saltando por los aires en 2008 provocando una crisis que todavía colea, en la que el tiburón hambriento acabó devorándose a sí mismo después de haberse tragado todo lo que le rodeaba. Los gobiernos corrieron a rescatar a los bancos quebrados y cargaron sobre las espaldas de los más desfavorecidos recortes que los hacían más pobres aún, convirtiendo lo que comenzó como crisis económica en otra de carácter ético, social y político. Todo se ha deshumanizado y las instituciones políticas y económicas se han desprestigiado al favorecer el logro del dinero fácil. Mientras Wall Street se ha recuperado y vuelve a máximos históricos... Hasta la siguiente crisis.




 Peris Mencheta ha optado por una versión teatral-cabaretera, músico festiva, que contrasta muy bien con lo profundo de lo que se cuenta. Hay ecos evidentes de Ascenso y caída de la ciudad de Mahagony de Weill y Brecht, y no sólo en la temática. La épica del dinero fácil se muestra con carácter divertido y con una música en directo interpretada por actores-músicos espléndidos: rythm and blues,  espirituales negros, ragtime, work songs, coros espirituales en yiddish, hasta llegar a Dylan y al twist. Un regalo. No sólo cantan a capella de forma espectacular, sino que tocan piano, banjo, guitarra, violín, acordeón, batería... Sirven perfectamente a la fenomenal partitura que ha compuesto Litus Ruiz, quien con Pepe Lorente y Leo Rivera son los tres hermanos que llegan al inicio de la función. Arrasan al ser capaces de ese desdoblamiento tan brechtienao de contar la acción e interpretarla sin despeinarse. Víctor Clavijo es el altivo alumno que aprende rápido de su familia y Darío Paso encarna al congresista decadente con problemas matrimoniales. Cierra el sexteto Aitor Beltrán, que se multiplica en varios papeles.





El espacio escénico se convierte en un circo de tres pistas: tienda, casa de las postulantes, sinagoga, escenario circular y giratorio... todo un despliegue de ingenio para transformar con rapidez y gracias a una estupenda iluminación lo que tenemos ante nuestros ojos. Los cambios de los personajes se consiguen con elementos mínimos: subirse las perneras del pantalón los convierte en niños, ponerse un delantero de vestido los transforma en mujeres, o coger una toalla de determinada forma pone a un bebé en brazos.


Lo que  empieza siendo una aventura de migrantes, esos que han conformado aquel país, mal que le pese a Trump, acaba en un desastre planetario al permitirse que el afán desenfrenado de riqueza haga saltar cualquier intento de control. Es lo que tiene el ultraliberalismo desatado que comenzaron a levantar Reagan y Thatcher y que sigue campando por sus respetos. Así nos va. Un gran espectáculo la función que hemos aplaudido a rabiar.

José Manuel Mora.



… Amén. O sea, Baruch Hashem.







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