El irlandés, de Martin Scorsese

  I heard you paint houses...

Y es así como, poco a poco, vamos cambiando los hábitos. Las películas van dejando de hacerse para los estudios, pensándose para la gran pantalla y la sala oscura, y son las plataformas las que deciden incorporarlas a sus repertorios de títulos. Sólo se estrenan en unos pocos cines. A Alicante no ha llegado. Si se quiere ver, se ha de pasar por el aro. Primero fue Roma, de A. Cuarón, que todavía se pudo estrenar en nuestra ciudad. Y así es cómo, en la tranquilidad de la sala de estar, ahora, vemos lo último de ese mago del cine, se sirva como se sirva, que se llama Martin Scorsese. Su título, El irlandés (The Irishman), acaba de colgarse en Netflix. Dada su duración, tres horas y cuarenta minutos, hemos aprovechado una tarde de sábado sin compromisos.


Hay mucho cine grande detrás de este neoyorquino de casi ochenta años: director, guionista, actor, productor. Sabe lo que se lleva entre manos. No he visto toda su filmografía pero sé cómo me conmovieron Taxi Driver (1976), New York, New York (1977), El color del dinero (1986), o La edad de la inocencia (1993), por citar sólo unas cuantas. Otras no tanto, Gangs of New York (2002), por ejemplo. No sé si ésta es testamentaria, pero se ha aliado con un viejo amigo con el que trabaja desde la primera de las citadas y con el que comparte la producción, Robert de Niro y cuenta con el trabajo de guionista de Steven Zaillian, el de La lista de Schindler, toda una garantía.


Está basada en el libro  I heard you paint houses, de Charles Brandt, quien lo escribió apoyándose en testimonios de Frank Sheeran, el irlandés del título, que es quien empieza, desde su vejez solitaria en una reesidencia de ancianos, narrando la historia de la que es protagonista, en un espléndido flash back que se irá alternando con otro de un viaje a la boda de su antiguo abogado. La pena es que no sabemos si todos los asesinatos que el viejo se atribuye son reales o "medallas" que se cuelga. Su paso por el ejército a las órdenes de Patton en Italia parece que lo acostumbró a disparar a las órdenes de quien se lo mandara. A su vuelta a Philadelphia, desde su trabajo de camionero, comienza a relacionarse con la mafia. Uno de los capi, Russell Bufalino, lo protegió y le encomendó los primeros "trabajos", de los que borraba toda huella lanzando el arma al río. Así es como entendemos el terrible sentido de la expresión "pintar casas", por las salpicaduras de sangre en las paredes. El tercero de esta "triada capitolina" es Jimmy Hoffa, jefe del poderosísimo sindicato de camioneros, quien presumía de ser capaz de parar todo el país. A sus órdenes cometió Sheeran cerca de veinte asesinatos de quienes podían hacer sombra a su jefe, hasta que éste acabó también "desapareciendo".


No es la primera vez que Scorsese bucea en el turbio mundo de la mafia, ahí está su Goodfellas ("Uno de los nuestros", 1990) en la que ya contaba la historia de tres delincuentes pertenecientes a ese grupo del submundo neoyorquino. Aquí, además y de forma magistral, da una lección de Historia, aquella que pone en relación todas esas tramas con la alta política: Bahía de Cochinos, crisis de los misiles, asesinato de Kennedy, caso Watergate o la guerra de Yugoslavia... Los noticieros de televisión van contextualizando los hechos y vemos que no siempre los intereses de unos y otros van en la misma dirección. Aquí el director ofrece una confesión en toda regla del personaje, a los espectadores y a un sacerdote que visita al viejo. No vemos sin embargo excesivo arrepentimiento por sus acciones, sino una explicación de lo que hizo. El director cierra sin embargo la cinta con un plano en el que la puerta de la habitación y de la historia queda entreabierta, lo que posibilita un final que se puede leer de formas diferentes. Para contar esos casi cuarenta años de vida, el director ha recurrido a novedosa tecnología digital (que ha sido criticada, aunque él dice que es otro elemento más de caracterización, como el maquillaje o las pelucas) para rejuvenecer a un De Niro, ensimismado permanente, de una sobriedad impenetrable, tanto que a veces resulta difícil saber lo que piensa o siente. Sólo sus acciones acabarán traduciendo su interior. ¡Y de qué manera! Terribles son los disparos secos y sin concesión alguna que realiza cuando se lo piden. No hay adrenalina ninguna.



Al Pacino, que a veces me ha resultado pasado de vueltas, aquí está desbordante, polo opuesto a su colega, en lo que es un dechado de chulería, de afán de poder, de carisma, de sensiblidad con la niña o con su mujer, poderoso siempre y marcando normas y sentenciando sin piedad. Casi me ha convencido más que De Niro. Y el tercero es Joe Pesci, parco en palabras pero de gestualidad medidísima (cómo se queda dormido en el coche) a la hora de aconsejar o exigir un encargo ineludible. Llama la atención, con todo, que los actores hayan podido imprimir a sus movimientos la energía de personas jóvenes. Las explosiones de Pacino son antológicas, como la de la cárcel o la del juzgado.


Se ha hablado mucho del silencio de la hija de Sheeran, Anna Paquin, que conoce bien a su padre desde que de niña vio su brutal reacción con un frutero del barrio. Sabe o intuye lo que ha podido pasar y no se lo perdona. Su mirada es suficiente para juzgar a toda esa panda de hombres sin piedad, a los que Scorsese ha dejado de ver con el glamur de otras cintas. No vemos épica ninguna en el retrato de todos ellos. Hay en esas miradas de la muchacha suficiente acusación contra estos hombres "humanos, demasiado humanos", que diría Nietzsche. Hay en todo ello también una gran tristeza que se plasma en una planificación medida y ajustada a cada situación, en unos viajes de cámara, como el que abre la peli, que son extraordinarios, por no hablar de la iluminación de interiores o el cuidado en atuendos y ambientes. A todos los personajes los va borrando el tiempo y los tiros que reciben. La política y el crimen van de la mano para dejar un paisaje de ambición, de crueldad, de corrupción que no logran compensar  los asesinos con su fidelidad al jefe o con la defensa de la propia familia. El resultado es la más absoluta soledad, la decrepitud, el olvido. Scorsese deja su testamento. No creo que él sea olvidado.

José Manuel Mora.

 

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