Romancero gitano, por Núria Espert

 La Espert y Federico, o al revés.

Tuve mis dudas. Dejé pasar los días y cuando quise acordar, ya no quedaban entradas. Esta tarde he hecho una hora de cola para conseguir una de las que se ponen a la venta el día de la representación por ley, el 5%. Y he conseguido entrar con mi compa de coro, Inma. La bombonera del Arniches estaba hasta arriba. Llevo siguiendo a Núria Espert desde los tiempos de Yerma (1971), de Divinas palabras (1977), de Doña Rosita (1983), y más recientemente La violación de Lucrecia (2011) y los Incendios, ya comentada aquí en 2017 , además de haber visto un memorable recitado a dos voces con Rafael Alberti hace ya tanto tiempo. Creí que lo tenía todo visto en esta mujer. El romancero gitano lo he trabajado tanto en clase que tenía miedo del cliché y a los 84 años de la señora. Pero es verdad que en manos de Lluís Pasqual era esperable que la magia volviera a surgir. Y así ha sido.


Telón levantado, una fila de butacas  y unos focos que las iluminan. Desnudez casi total del espacio escénico con fondo oscuro. Y la Espert de negro riguroso con su nívea cabellera como único adorno. Comienza dirigiéndose al público con unas palabras que parecen suyas, pero que son de Federico. Convoca al duende como necesario para que se produzca la magia de la comunicación poética. Y el duende acude, a pesar de que se podría pensar que el recitado en alta voz es algo que pertenece a épocas pasadas de oralidad, o a que se esté convencido de que la poesía se ha de degustar en la intimidad silenciosa de uno mismo. Pero no se viene a descubrir, sino a degustar lo que ya se conoce.


Comienza con el "Romance de la luna, luna" y esa anciana sentada en la butaca empieza a decir los versos con toda la sabiduría que le han dado las tablas, con los movimientos de manos, con sus poses a la hora de sentarse o de apoyarse en el resplado de la butaca. Antes nos ha confesado que de niña le gustaba recitar, y que lo hacía en los caus d'art de Barcelona, y que su padre le copió los versos lorquianos de un ejemplar que llevó a casa envuelto en periódicos. Todo esto nos produce la cercanía necesaria para que la narradora deje paso a la voz del niño que advierte a la luna, y que ésta le responda con sólo cambiar la entonación. Y uno ve desplegarse a los gitanos por el olivar y a la luna llevando al niño de su mano en la negrura de la noche. Es evidente que no es un recital al uso. La carpeta que lleva en la mano parece marcarle el texto, aunque lo lleve en la memoria y en el corazón. Mide con precisión musical el tempo del recitado, entre el ritmo preciso del octosílabo y el sentido de la frase, como quería Lázaro Carreter. 

































Pasqual sabe que  se ha de crear una tensión dramática y que la actirz necesita un respiro, y la deja que se siente, que cuente anécdotas propias o del grandino y que retome el recitado con la magia de Preciosa tocando su pandero y con la angustia que trasmite al ser perseguida por el viento libidinoso. La "Reyerta" con todo su dramatismo alucinado, imposible de explicar ni siquiera por el propio poeta, según le confesó a su amigo Alberti. El "Romance sonámbulo", de ecos surrealistas, con el diálogo de los dos compadres narrado por la voz ajena de ella. Y la soledad, como elemento fundamental del alma andaluza, o al menos del alma de Federico: "la pena negra" de Soledad Montoya, más mortal que la angustia. Esto se completa con fragmentos "solitarios" de la madre de Bodas o de la pobre Dª Rosita, que la actriz bordó en su día. Y un remanso con "San Gabriel". Y la envidia que le cuesta la vida a Antoñito el Camborio, o la negrura de la Guardia Civil de la época a lomos de sus caballos negros y con sus calaveras de plomo. Y escuchar con emoción nueva, por tan actual, el bíblico "Thamar y Amnon".


Pasqual reconoce en el la hoja volandera que ejerce de programa, que en Federico encontró pronto a un hermano y así, se salta el guión y pasa al "Soneto de la dulce queja", que me conmueve hasta las lágrimas. Y el cierre en alto, como no podía ser de otra manera. Para ello Espert dice que, con el último que recitará, perteneciente a Poeta en Nueva York, fuera ya de la Andalucía del llanto, hubiera bastado para que a Lorca lo asesinaran veinte veces. La oda "Grito hacia Roma" mantiene toda la rabia que acumulaba el corazón de Federico ante la injusticia del mundo moderno, que todavía sigue, y ante la que "el hombre de blanco" solo tiene bellas palabras. Frente eso el poeta reclama al final: "porque queremos el pan nuestro de cada día [...] / porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra / que da sus frutos para todos".


La sala ha acabado puesta en pie, con gritos de "bravo", conmovida hasta el tuétano.  Una vez más la palabra poética, insustituible, se había hecho carne y había llegado hasta nosotros con una fuerza que estoy seguro habría "convertido" a más de un escéptico que hubiera presenciado el espectáculo. Gracias, Espert. Gracias, Pasqual. Gracias, Federico.

José Manuel Mora. 

Comentarios

Maripaz ha dicho que…
Tal cual, José Manuel. Sentí que estabas allí también y que lo habías conseguido. La emoción aúna en ese silencio atento, en esas palabras que desgranaba Nuria Espert y en el aplauso eléctrico que recibió la actriz, el poeta, Pasqual y los corazones temblando de emoción.