El oficial y el espía, de Roman Polanski

Intereses espurios.

A quienes siguen estas páginas, les resultará familiar la referencia a este director, del que ya tracé una semblanza hace tiempo con motivo del visionado de Carnage, así que no voy a repetirme, simplemente reenvío al curioso al enlace anterior. Roman Polanski es un jovenzuelo de 87 años que, cuando ya parece tenerlo todo dicho, nos vuelve a sorprender, como hacen otros octogenarios como Scorssese, Eastwood o Allen. Y viene cargado con el  León de Plata  del Jurado y el que concede la prensa, FIPRESCI, en Venecia. Se trata de El oficial y el espía, (J'accuse es el título original) en el que retoma la figura de Dreyfus. Yo creo haber visto ya alguna cinta sobre el asunto, aunque no la recuerde, y lo tengo presente por el famoso manifiesto periodístico J'accuse (1898), que le costó un año de cárcel a E. Zola y que dio lugar a la figura del "intelectual" comprometido con causas de su época.


El director, de familia polaca y nacido en Francia, de origen judío, perdió a su madre en Auschwitz, y en la historia del oficial francés, injustamente procesado y condenado en 1894, hay un fondo de antisemitismo explícito que se ha mantenido latente en la sociedad francesa a lo largo del tiempo. Ya trató el tema en El pianista (2002), pero ahora él mismo se siente injustamente condenado por un caso antiguo (1977) de violación de una menor en USA y una acusación más reciente sin probar. No entro en el asunto mientras no se aclare definitivamente, y me quedo con el cineasta. Ha partido del libro An officer and a spy de  Robert Harris  para escibir el guión. Y en vez de centrarse en la figura del capitán condenado por traición a cadena perpetua en la Guayana, pone el foco en el el coronel Picquart quien, al ser encargado de los archivos relativos al contraespionaje, descubre casualmente la prueba de la falsa acusación contra el primero. Decide pelear para sacar a la luz la verdad aun a costa de jugarse el puesto y la libertad.


A tenor de las imágenes vistas en la red, la recreación del director es minuciosa y ajustadísima a la realidad (preciosa la imagen de Le déjeuneur sur l'herbe). En la presentación de los sucesos, con suavísimos flashbacks, hay una linealidad fría, que no pretende convertir la historia en un thriller, aunque algo de eso haya, como también lo hay de cine de juicios, sino algo casi objetivo, sin desgarros emocionales, que intentan poner de manifiesto que la razón de Estado pasa por encima de las personas con tal de salvar la vergüenza en que el ejército y el Gobierno se habrían visto inmersos de haberse descubierto la manipulación de las pruebas, la parcialidad del jurado, etc. Como dijo entonces Zola, “Cuando una sociedad llega a este punto significa que ha comenzado a pudrirse”. Entonces era la presión popular y ahora son las redes sociales las que destilan odio al diferente, véase el caso de J. Assange. Y eso es lo que denuncia Polanski al tiempo que barre pro domo sua. Citando de nuevo a Zola, “Cuanto más duramente se oprime la verdad, más fuerza toma, y la explosión será terrible”. Pero lo hace con limpieza, con un interés que no decae en ningún momento, con una planificación meticulosa, con un estudio de la luz en interiores que parece sacada de cuadros de época. Ha habido momentos en que toda la parafernalia militar, la degradación inicial, los despachos de los máximos gerifaltes, me han traído a la mente a los de Paths of Glory, del maestro Kubrick


La interpretación de Jean Dujardin como Picquart, y Louis Garrel como Dreyfus, es ajustada contenidísima. Tal vez la presencia de Emmanuelle Seigner, esposa del cineasta, sea otro peaje del director, puesto que los amoríos con el coronel no resultan imprescindibles para la historia. Escucharlos en ese francés pulido y académico, me ha retrotraído a mis tiempos de Burdeos, con todas esas fórmulas de cortesía que ya entonces yo encontraba démodés.  La película me sigue pareciendo necesaria en la medida en que al abrigo de las soflamas lepenistas el antijudaísmo vuelve a asaltar sinagogas y a profanar cementerios en la muy republicana Francia. La lástima es que los ciudadanos del Israel actual, que tan en la memoria tienen lo vivido por sus antepasados, no duden en provocar el mismo dolor a los palestinos expulsados de sus tierras desde hace ya casi setenta años. 

José Manuel Mora.



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