The Miniaturist, de Guillem Morales

 La Holanda protestante.

Un suelto en la página de información televisiva del diario me informaba esta mañana de que hoy, en el canal Cosmo, se proyectaban los tres capítulos de la miniserie The Miniaturist; ni siquiera se trataba de la típica columna de crítica. Sin embargo al leer que era la adaptación del libro de Jessie Burton, La casa de las miniaturas, que ya comenté aquí por extenso en su momento y que ha vendido más de un millón de ejemplares en todo el mundo, me he animado a una minimaratón sabatina. Y como la novela son más de cuatrocientas páginas, y como además el canal va incluido en los paquetes televisivos al uso, escribo estas notas para animar al personal a verla. Parece que también se puede seguir en la plataforma Filmin. No es ninguna novedad, pero yo la descubro ahora. Sin ser imprescindible, merece la pena. Y diré por qué. 


Se rodó en 2017 para la BBC ONE y creo que es ahora cuando llega a estos pagos. Ha sido adaptada por John Brownlow y la propia Burton y dirigida por el barcelonés Guillém Morales (no vi Los ojos de Julia, su peli anterior), lo que no deja de ser algo sorprendente para lo suyos que son los británicos, aunque es cierto que lleva trabajando allí varios años. Como hacía ya cuatro años de la lectura del libro, he podido incluso jugar a sorprenderme con lo que iba sucediendo, pues muchos detalles los había olvidado. De todos modos, lo que me ha atrapado absolutamente ha sido la maravillosa reconstrucción de época basada en la pintura holandesa de aquellos años: vestuario, atrezo, iluminación adecuada al momento,una fotografía cuidadísima, más la composición de muchas escenas que se convierten en tableaux vivants rodados casi todos en interiores. Los británicos son especialistas en adaptar novelas históricas de ficción y aquí lo combinan con cierto aire de thriller, el que provoca la llegada anónima de las piezas que irán decorando la casita de muñecas del título del libro. Aquí la miniaturista que elabora las figuritas tiene mayor presencia, envuelta en un halo de irrealidad. La religión de una sociedad moralmente pacata, el Ámsterdam del siglo XVII, y el poderío económico de los mercaderes del azúcar y los demás gremios, vienen expuestos con cuidado y mimo. A la vez que todo ello, en medio de esa sociedad opresiva, en el hogar de los protagonistas, donde instalan como regalo para la recién casada un armario que es la sección de una casa perfectamente amueblada, se da la conjunción de una serie de personajes que intentan vivir en íntima libertad, lo que no se sabe si lograrán.


Es muy acertada la evolución de los personajes. El dominio casi tiránico que ejerce la devota hermana del señor de la casa irá pasando a manos de la recién casada en un proceso muy verosímil. Toda la historia se cuenta desde la perspectiva de esta última. Los personajes femeninos son aquí mucho más potentes que los de los varones. Todos sin embargo han de batallar entre sus pulsiones más profundas y las apariencias a las que deben someterse si no quieren verse juzgados, más cuando la sodomía se penaba entonces con la muerte. Muy creíble resulta también el pacto al que llegan los esposos, como forma leal de supervivencia. Los que gobiernan son los representantes de una sociedad heteropatriarcal, hipócrita, racista, con venta de esclavos incluida. Es verdad que el misterio de la miniaturista se resuelve de manera comvencional, pero el resto de la trama y los conflictos que viven los personajes son auténticos.








 Anya Taylor-Joy, a quien no conocía, está presente casi en cada plano de la cinta. La vemos transitar desde su modestia y timidez iniciales a tomar el mado para hacer frente a los peligros que se ciernen sobre su nueva familia. Es de una belleza frágil y poderosa a la vez y resulta ciertamente creíble en su cometido. Romola Garai, con una larga filmografía a sus espaldas para mí desconocida, es la cuñada, auténtica máscara de dureza que irá cociéndose en sus propias contradicciones, hasta mostrar al final su herida fragilidad. Alex Hasselles el señor de la casa, deseoso de vivir siendo el mismo sin tener que dar explicaciones a nadie, ni pedir perdón por lo que está en su propia naturaleza verá que no todo lo compra el dinero que el azúcar proporciona.


En esa sociedad en la que las cortinas han de estar descorridas para que desde fuera se vea que no hay nada en el interior que ocultar, habrá de representar cada uno su papel. Les va la vida, la reputación y la supervivencia en ello. Y la historia, a los espectadores de hoy no nos dejará inconmovibles. Buena opción para pasar la tarde.

José Manuel Mora.


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