Librerías, de Jorge Carrión

 Libros, libros, libros...

                                                               A mis libreras de cabecera, Sara y Carmen

Cada vez más lejos de mi último periodo docente en el Módulo de Biblioteconomía que da título a este blog, me encontré en el expositor de Pinchon & Co., la leal competencia de las arriba citadas, un ejemplar cuyo título llamó mi atención. Carrión, Jorge: Librerías. Barcelona: Ed. Anagrama, 2013; lo leo en la edición ampliada de 2016, ya con el premio de finalista para ensayos de la convocatoria que la editorial promueve. Ni lo había oído mencionar. Y sin embargo no me cabe duda de que mis explicaciones en "Edición y comercio del libro", una de las áreas del citado Módulo, hubieran sido diferentes de haberlo conocido entonces. Más sorpresa me causa verlo citado por  Irene Vallejo en esa joya leída hace poco,  El infinito en un junco. Las librerías y las bibliotecas, dice el autor, son como Jano Bifronte. La segunda conserva; la primera distribuye. De hecho el librero "adquiere para librarse de lo adquirido, compravende" (pág. 55). El tercer vértice del triángulo sería el de las editoriales. Reconoce que este es "un ensayo clásico, hijo bastardo de Montaigne" (pág. 147), quien también viajó lo suyo; véase Viaggio in Italia, comentario publicado en estas mismas "páginas". El libro se completa con 38 más, dedicadas a webgrafía, filmografía, bibliografía e índice onomástico, muy útil para encontrar referencias. Y un sinfín de fotografías de no excesiva calidad  de los lugares citados.


Jorge Carrión es un catalán (Tarragona, 1976) que escribe en castellano, además de en catalán, otro bilingüe, cosa frecuente en el mundo editorial de uno de los polos de publicación más importantes de nuestro país. Ha vivido en Argentina y en los USA, lo que le ha permitido alguno de los más fascinantes viajes que cuenta en su libro. Novela, ensayo, cómic, son algunos de los géneros que cultiva, además de la literatura de viajes y la crítica cultural, que ejerció en el NYT en su edición en español hasta su cierre. También es experto en series de televisión, lo que le posibilitó escribir Teleshakespeare (2011), un manual de instrucciones para ver y "leer" las series. Su obra ha sido traducido al francés y al italiano y se edita en toda América Latina con prestigio. Él mismo se reconoce como "un yonqui de la literatura" y de los libros, en cualquiera de sus formatos, como veremos y como se aprecia en la foto de su casa que dejo a continuación. 



Confiesa que, a lo largo de su vida y de sus incontables viajes, ha ido coleccionando información sobre librerías que ha visitado, por lo que el libro que escribe tiene algo de experiencial, o de las que ha tenido noticia aunque ya no existan. Por ello propone un apasionante viaje por las librerías del mundo, no sólo espacial, sino también temporal, puesto que arranca en Grecia y Roma, donde eran "puestos ambulantes y barracas donde se vendían libros o se alquilaban" (pág. 54). Y tal y cómo las conocemos ahora, como "puntos de venta", cita la más antigua del mundo, la Livraria Bertrand, de Lisboa, de 1732. Si además incluye libros antiguos, tocarlos "es una de las experiencias táctiles en que puedes contactar con el pasado remoto" (pág. 65), es una vivencia que se puede completar admirando un espacio arquitectónico de otra época, tan evocador que convoca a viajeros de todo el mundo, en una ceremonia casi fetichista de turismo cultural, a ir a Oporto para visitar la Livraria Lello e Irmão, de 1906, de estilo neogótico impresionante. Yo todavía la tengo pendiente.







































Y así me entero de que la encuadernación uniforme no se extendió por Europa hasta 1823, o de que la primera Asociación de Libreros surge en Alemania en 1825 y que gracias a ella se consigue la supresión de la censura en 1848, así como los derechos de autor por treinta años en 1870. Y en este recorrido llega hasta las plataformas que venden libros en línea, tanto en papel como electrónicos, de los que deben diferenciarse los vendedores analógicos. Y señala que "el librero tiene que suplir la diferencia [...] de precio con calidad humana, con su compromiso" (pág. 241). Por ello "tiene que ser amistoso, estar interesado en la cultura, ser capaz de cartografiar el interés" (pág. 243). Y así sería posible que se convirtiera en "una metáfora posible de Internet [...] al insistir en el contacto personal [...], lo único que Internet no puede ofrecernos" (pág. 277).  El librero se transforma entonces en "coreógrafo, meteorólogo, hiperlector o mediador" (pág. 271).

 




 

























Habla también de los espacios que han sido transformados desde su antiguos usos, como la iglesia desacralizada de los dominicos de Maastrich, que visité con asombro, o el viejo teatro bonaerense donde se ha instalado la Grand Splendid, que contribuyen ambas, como tantas otras, a atraer el turismo cultural. Muchas han acabado por convertirse en cafebrerías, una mezcla de lugares donde tomar un café en una buena tertulia sobre el libro que se acaba de presentar en el espacio de ventas. Un aspecto que me ha parecido relevante ha sido asociar esos lugares de venta de libros con "la libertad de expresión y de lectura, perpetuamente cercadas por mecanismos de control y de censura" (pág. 111), como ha sucedido también con las bibliotecas. Así ha ocurrido desde tiempo inmemorial en Alejandría, o con los nazis y sus quemas de libros, o las restricciones en la URSS, o en China o en Cuba, en los países árabes, o en los muy demócratas EE.UU. donde, por cuestiones de moral, o por motivos políticos o religiosos, se retiran ejemplares de las vitrinas o se intentan reescribir los clásicos para someterse a lo políticamente correcto. 


















La mítica Shakespeare and Company de París le lleva a repasar esos lugares de encuentro que son las librerías como espacios de resistencia republicana para nuestros exiliados, o centros antimilitaristas contra la dictadura argentina, o sitios de confluencia cultural como la Librairie des Colonnes en Tánger, o bien núcleos generacionales como los relativos a la generación beat en Nueva York, L. A. o San Francisco, o decorados perfectos para historias de amor, como Notting Hill o La carta final. En definitiva, frente a las grandes cadenas tipo FNAC o La Casa del Libro, que se constituyen como "conglomerados casi siempre multinacionales, en que el librero ha dejado de serlo" (pág. 240), las pequeñas se ofrecen como la condensación de un mundo en las que " se establece "un vínculo de cariño y respeto que una librería debe crear con sus clientes lectores" (pág. 166). Eso me sucede con Sara y Carmen (vid. supra), que se convierten en brújulas que me orientan cuando llego despistado al lugar donde se enseñorean de espacio y libros y saben dónde está cada cosa y qué sugerir a cada quien. Gracias a ellas, a Fernando, y a todos los que nos ha llevado de la mano por el proceloso mar de la abundancia libresca.

José Manuel Mora. 






















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